domingo, 31 de diciembre de 2023

NOCHEVIEJA

 


Se levantó esa mañana con energías renovadas, ingirió un frugal desayuno y ya estaba a las puertas del hipermercado cinco minutos antes de que abrieran, dispuesto a conseguir para su familia el mejor género antes de que se acabase. Se llevó lo más selecto de la pescadería: langostino marfil, gamba rayada, nécoras, ostras, percebes, cigalas y el plato estrella, lo que sabía que más les gustaba a sus cuñaos: carabineros. Compró también manteles y servilletas de fiesta. 

A la noche dispuso meticulosamente la mesa. Sacó la vajilla y la cubertería de las grandes ocasiones. Repartió el marisco entre los 7 platos, descorchó el champán y llenó las 7 copas, también la suya, aunque él desde la Nochevieja pasada ya no bebía. Luego se sentó a la mesa y, para dar comienzo oficialmente a la cena, levantó la copa y brindó con sus invitados por el nuevo año. 

A continuación, derramó violentamente el champán sobre el mantel rojo con motivos navideños blancos. Cogió el pequeño tirachinas, le cargó con un garbanzo y apuntó con rabia a la foto de su cuñado Román, el ingeniero. Acertó a la primera y la foto cayó sobre el plato, quedando apoyada sobre los bigotes de un langostino. Su hermana Sofía se le resistió más. La foto no cayó hasta el tercer garbanzazo, igual que la de su cuñado Félix, el podólogo. Las de sus hermanas Lucía y Marilia las derribó también a la primera porque eran las que estaban sentadas a su lado, Marilia a la derecha, por ser la mayor, y Lucía a la izquierda, por ser la pequeña. La que más le costó derribar, ¡cómo no!, fue la de su cuñado Rafa, que la había recortado de la revista Emprendedores de cuando le dieron el premio a la iniciativa más innovadora del año en el mercado del software. Esa casi acaba con el cuenco de garbanzos. También es verdad que le había sentado en el lugar más alejado de la mesa, justo enfrente de él, y que era la más pequeña de todas. A continuación, se levantó, fue poniendo las fotos derribadas en el centro de los correspondientes platos de marisco, las roció con alcohol y las prendió fuego. 

Se sentó luego tan tranquilo en su sitio, cogió el carabinero más gordo de todos, le abrió por la cabeza, sorbió ruidosamente, como le gustaba hacer a él, el delicioso y abundante jugo y, levantando hacia los platos en llamas la lustrosa cola del carabinero, exclamó: “¡Que os aproveche, cabronazos! Este año no podréis hacer chirigotas sobre el tacaño de vuestro hermano y cuñado, que se presenta a la cena de Nochevieja borracho y sin el marisco que le tocaba comprar.”