Se levantó esa mañana con energías renovadas, ingirió un
frugal desayuno y ya estaba a las puertas del hipermercado cinco minutos antes
de que abrieran, dispuesto a conseguir para su familia el mejor género antes de
que se acabase. Se llevó lo más selecto de la pescadería: langostino marfil,
gamba rayada, nécoras, ostras, percebes, cigalas y el plato estrella, lo que
sabía que más les gustaba a sus cuñaos: carabineros. Compró también manteles y servilletas de fiesta.
A la noche dispuso meticulosamente la mesa. Sacó la
vajilla y la cubertería de las grandes ocasiones. Repartió el marisco entre los
7 platos, descorchó el champán y llenó las 7 copas, también la suya, aunque él
desde la Nochevieja pasada ya no bebía. Luego se sentó a la mesa y, para dar
comienzo oficialmente a la cena, levantó la copa y brindó con sus invitados por
el nuevo año.
A continuación, derramó violentamente el champán sobre el
mantel rojo con motivos navideños blancos. Cogió el pequeño tirachinas, le
cargó con un garbanzo y apuntó con rabia a la foto de su cuñado Román, el
ingeniero. Acertó a la primera y la foto cayó sobre el plato, quedando apoyada
sobre los bigotes de un langostino. Su hermana Sofía se le resistió más. La
foto no cayó hasta el tercer garbanzazo, igual que la de su cuñado Félix, el
podólogo. Las de sus hermanas Lucía y Marilia las derribó también a la primera
porque eran las que estaban sentadas a su lado, Marilia a la derecha, por ser
la mayor, y Lucía a la izquierda, por ser la pequeña. La que más le costó
derribar, ¡cómo no!, fue la de su cuñado Rafa, que la había recortado de la
revista Emprendedores de cuando le
dieron el premio a la iniciativa más innovadora del año en el mercado del
software. Esa casi acaba con el cuenco de garbanzos. También es verdad que le
había sentado en el lugar más alejado de la mesa, justo enfrente de él, y que
era la más pequeña de todas. A continuación, se levantó, fue poniendo las fotos
derribadas en el centro de los correspondientes platos de marisco, las roció
con alcohol y las prendió fuego.
Se sentó luego tan tranquilo en su sitio,
cogió el carabinero más gordo de todos, le abrió por la cabeza, sorbió
ruidosamente, como le gustaba hacer a él, el delicioso y abundante jugo y,
levantando hacia los platos en llamas la lustrosa cola del carabinero, exclamó:
“¡Que os aproveche, cabronazos! Este año no podréis hacer chirigotas sobre el
tacaño de vuestro hermano y cuñado, que se presenta a la cena de Nochevieja borracho
y sin el marisco que le tocaba comprar.”