sábado, 6 de junio de 2015

Ñu


Fui a la manifestación con pocas ganas porque, aunque compartía totalmente los motivos de la protesta, me siento muy violento en tales situaciones: por mi educación y mi natural modo de ser tengo una fuerte tendencia a la sumisión, a la obediencia, al respeto de las jerarquías, y no soy nada rebelde ni contestatario. Mi primer impulso siempre es conformarme, resignarme, acatar la autoridad, obedecer y callar. Eso no quiere decir que no sea muy crítico con la injusticia, pero soy más hombre de pensamiento que de acción y creo que sería un pésimo revolucionario. Con todo, allá que fui de la mano de mi amigo Ángel, que ese sí es un hombre comprometido y luchador. Una vez allí, en medio de la multitud, enervado por la fuerza de la masa y el griterío de las consignas, fui sustituyendo poco a poco  mi desasosiego inicial por un nuevo ímpetu que me hermanaba con el gentío y despertaba en mi interior algo salvaje. En un momento dado, posiblemente por alguna desafortunada intervención de los antidisturbios, se produjo una estampida y todos echamos a correr. Entonces, súbitamente, entre el pánico general, descubrí mi propia naturaleza, mi verdadero ser. Sentí la fuerza de mis pezuñas afiladas, el poderío de mi testuz, mi cornamenta imponente, la emoción ancestral de la carrera. Sentí mis desgreñadas crines al viento, la cola empenachada arrancando de mi rabadilla, mis largas barbas colgando desde el mentón hasta el pecho. Entonces comprendí la explicación a tanta insatisfacción vital inexplicable, a tanta desgana de tantos momentos que a otros ilusionaban, a tanta desidia como me embargaba en las horas bajas. ¡Yo era en realidad un ñu! ¡Un ñu atrapado en un cuerpo de hombre! Me sentí feliz por la revelación y  prorrumpí en mugidos desatados y galopé entre los manifestantes embargado de gozo, liberado de la carga absurda de ser hombre, sintiendo en todos mis nervios las potencialidades maravillosas de mi recién descubierta naturaleza de ñu. No tuve miedo, sino ilusión. Aunque corría con dos piernas, sentía la fuerza de mis cuatro patas y en mi carrera extasiada adelanté a todos y me puse al frente. Bufaba de orgullo de ñu y de rabia contra los depredadores. Ese orgullo y esa rabia se me subieron violentamente a la cabeza, a esa parte de la cabeza que yo sentía como mi arma más poderosa, aunque de ella me hubiera privado mi equivocada anatomía humana. Y por eso, llevado de un instinto irrefrenable que era mucho más poderoso que mi anterior conciencia, me abalancé furiosamente y no dejé de dar cabezazos y más cabezazos hasta partirle el pecho a aquel infortunado antidisturbios, señor juez.