Querida mía:
Algunos, muchos más de los que tú piensas estarán esperando la menor oportunidad para saltar y decir lo que de verdad están pensando. Y no es que ahora hayas cometido ningún desliz, ni soltado algún sapo por esa boquita que Dios te ha dado, o que se te haya olvidado abrocharte el último botón de la camisa para regocijo del personal. Ni siquiera que hayas aparecido fotografiada en una playa caribeña en paños menores, o sin ellos. No.
He de reconocer que la culpa es solamente mía, culpa de mi apocamiento, falta de recursos o falta de arrestos, para saltar de una vez por todas y decir todo lo que quiero.
¿Me entiendes?
Quisiera, agarrado a tu cintura, formar un trenecito por una de esas laderas blancas que ahora tanto proliferan por nuestra geografía hispana. Que en una curva suave y a la izquierda olvidemos hacer bien el paralelo y nos vayamos por la tangente tras un montículo soleado. Que en ese derrapar –bendito momento- acabemos con nuestros huesos descarrilados en el blanquecino elemento. Que en ese revoltijo mis cálidos brazos traten de amortiguar sobre la nieve en polvo males mayores y que, por fin, nos detengamos en una vaguada estraviada de todas las miradas. Que seguidamente mis aviesas manos se afanen en evaluar los daños por todo tu delicado esqueleto. Que ellas mismas mitiguen el sufrimiento de tus doloridos muslos y que, agradecida, recompenses mi intención con una sonrisa hermosa. Que deposites, sobre mis labios un tierno beso que los deje fascinados. Sobrecogerme con el suceso, cogerte de la mano y llevarte a donde tu más desearas. Que esa noche al quedarte a solas con tus sábanas recuerdes el momento y me retengas por un instante en el pensamiento.
Que recibas esta carta y, al repasar sus líneas, digas: Qué bonito. Todo esto debería haber sucedido.
Un beso, cariño mío.
Eduardo
Ocho veces demostrado
Hace 10 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario