No dijo nada cuando me sorprendió en nuestra cama de matrimonio con su mejor amiga.
No dijo nada cuando saqué el dinero que había estado ahorrando para su soñado viaje a Canadá y me lo gasté en un 4x4 para ir de caza.
No dijo nada en vacaciones cuando la dejé tirada en la playa los quince días con los niños y me largué a correrla en el yate de Manolo.
Y tampoco dice nada ahora, ni siquiera sonríe. Solo me mira compasivamente mientras me retuerzo en el suelo de la cocina y echo espumarajos por la boca tras haber ingerido sus deliciosas lentejas.
Ocho veces demostrado
Hace 10 años