En mi enamoramiento absoluto de ti he pasado por varias fases. Al
principio me conformaba con mirarte desde mi ventana cuando salías al parque de
enfrente de mi casa a pasear al perro. De tanto contemplar la gracia de tu
figura, la gracilidad de tus movimientos y la desenvuelta alegría de tus juegos
con el animal, me enamoré perdidamente. Un amor platónico, si quieres, pues aún
no te conocía ni sabía nada de ti, salvo que eras mi vecina en alguno de los
bloques de la misma manzana. Esa fase duró poco, pues en seguida me surgió la
necesidad de verte más de cerca, de conocerte, de hablarte. Por eso empecé a
salir a correr a las mismas horas en que tú paseabas al perro y me cruzaba
contigo y te daba los buenos días o las buenas tardes o las buenas noches,
según la ocasión. Así me di a conocer ante ti.
Luego me las ingenié para cruzarme contigo por las calles del barrio y
para coincidir en la panadería y en el supermercado. Así fuimos entablando
conocimiento y conversación en un trato casi diario. Y cuanto mayor
conocimiento trababa contigo y más cerca te tenía, mayor era mi enamoramiento y
mayores mis ansias de pasar a otra fase. Necesitaba ya tocarte, acariciarte,
abrazarte, besarte. Por eso te aceché y te pedí baile en la verbena de las
fiestas del barrio y te invité a tomar una cerveza y estuve simpático y
divertido y te reíste mucho conmigo y me atreví a declararte mi amor y me
dijiste que sí y nos besamos detrás del escenario de la orquesta. Recuerdo esa
noche como una de las más excitantes de mi vida.
En cuanto empezamos a salir me sobrevino la necesidad de poseerte por
completo. Te llevaba cogido de la mano y sentía la suavidad de tu piel y lo que
quería era desnudarte. Me llegaba tu aroma y me entraban unas ganas locas de
meter la nariz por los recovecos más íntimos de tu cuerpo. Te besaba y eso me
despertaba el deseo de una manera brutal. Mis manos se iban solas hacia tu
culo, hacia tus pechos y me volvía loco de no poder hacerte allí mismo el amor,
en plena calle, en el rincón de aquel pub, contra aquella esquina, contra aquel
árbol, en aquel portal, dondequiera que nos hallásemos. Cuando por fin nos
comprometimos en serio y me dejaste hacerte el amor completo por primera vez,
fue un delirio: creí morir de excitación y de placer.
Ahora estamos casados y te hago el amor cuando deseo, porque eres una
mujer sensual y complaciente. Te amo por ello todavía más que antes, mucho más
que nunca. Pero empiezo a notar que esta fase también se acaba y quiero más de
ti, todavía más. Siento en mi interior un ansia salvaje que me da miedo porque
podría cometer cualquier día una locura en mi delirio, pues mientras te amo,
mientras sube la marea del placer y tengo mis cinco sentidos concentrados en ti
y te oigo gemir bajo mi peso y mis manos recorren tu cuerpo en busca de más y
más placer, y mi lengua danza frenética en el interior de tu boca, y mi pecho
siente la dureza de tus senos, yo quiero más, más todavía de ti, quiero
extraerte todo tu jugo, quiero beberme tu misma esencia, aprehender por
completo tu ser, y solo es posible ya de una manera, que es, literalmente,
devorándote.