Yo estoy contra la gente que se salta los semáforos. Me da igual que sean automovilistas o viandantes, ancianos de boina y cachaba o adolescentes de tontería y griterío, maratonianos entrenando la próxima carrera o tullidos en apuros, repartidores con su furgoneta en horario laboral o chavalejos con su patinete enredando por las calles, señoras apuradas con la bolsa de la compra u ociosos paseadores de perros.
Estoy contra la gente que se salta los semáforos como si su prisa fuese más importante que la de los demás.
Quien no tiene escrúpulos a la hora de saltarse un semáforo, a lo peor tampoco los tiene a la hora de saltarse un ser humano.
Especialmente estoy contra la gente que se salta los semáforos llevando un niño de la mano, como si eso les cargase de razón.
Tampoco me gustan los que se saltan los semáforos con la excusa de que llueve mucho y se están empapando mientras esperan a que cambie de color.
Y sobre todo estoy contra la gente que se salta los semáforos cuando no van a ninguna parte y nadie, absolutamente nadie, les espera al otro lado.
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