(Para mi amigo José Vega, que lo inspiró, de resultas de una conversación, que, por supuesto, no se refería a él, sino a un tercero.)
—Yo es que soy así.
—¿Así cómo?
—Pues así, como soy yo.
—Jack el Destripador también era así.
—¿Como yo?
—No, hombre, no. Como tú no, como él.
—Ah.
—Si te fijas bien, todo el mundo es así.
—¿Así cómo?
—Pues así, cada cual como es, lo mismo que tú.
—Pero no todos son como yo.
—¡Faltaría más! Ninguno es como tú. Cada uno es así como es él, ahí está la gracia.
—Ah, bueno.
—Jolín, nunca lo había pensado.
—Quita el “lo”.
—¿Por qué?
— Déjalo. El caso es que lo mismo que tú has dicho lo puede decir cualquiera sin miedo a equivocarse: “Yo es que soy así.”
—A lo mejor…
—Hombre…
—Hombre o mujer, da igual.
—Es que no sé muy bien lo que me quieres decir…
—Pues lo que te quiero decir es que has dicho una tontería mu gorda al justificarte diciendo que es que tú eres así.
—Entonces, ¿qué tendría que haber dicho?
—Cualquier otra cosa con sentido: Lo siento, Me he equivocado, Perdona, Lo voy a corregir, Procuraré que no se repita, A veces meto la pata, No me lo tengas en cuenta…
—¡Hosti!
—¡Claro, hombre, claro! Porque si no, el que te escuche va a poner al “Es que yo soy así” dos puntos y lo va a terminar: “Es que yo soy así: ¡gilipollas!”