domingo, 28 de julio de 2024

Así

 

(Para mi amigo José Vega, que lo inspiró, de resultas de una conversación, que, por supuesto, no se refería a él, sino a un tercero.)

—Yo es que soy así.

—¿Así cómo?

—Pues así, como soy yo.

—Jack el Destripador también era así.

—¿Como yo?

—No, hombre, no. Como tú no, como él.

—Ah.

—Si te fijas bien, todo el mundo es así.

—¿Así cómo?

—Pues así, cada cual como es, lo mismo que tú.

—Pero no todos son como yo.

—¡Faltaría más! Ninguno es como tú. Cada uno es así como es él, ahí está la gracia.

—Ah, bueno.

—Parece una constante universal que se repite a lo largo de la historia de la Humanidad en todas las culturas y continentes desde nuestros más remotos antepasados homínidos, desde el hombre de Atapuerca, vaya, que cada ser humano es así, así como es él mismo. Vayas donde vayas no te encuentras otra cosa. ¡Y mira que yo he viajado a sitios raros! Hasta los abelam de Nueva Guinea, cultivadores de ñame, son así, así como ellos son, claro. Y encima cada uno de ellos es así como es él, para mayor INRI. ¡Y no te digo los chinos! Mira que te puede parecer raro un chino, pero si te fijas bien, cada chino es así, así como es él. Y simplemente por este rasgo se puede diferenciar fácilmente a un chino de otro.

—Jolín, nunca lo había pensado.

—Quita el “lo”.

—¿Por qué?

— Déjalo. El caso es que lo mismo que tú has dicho lo puede decir cualquiera sin miedo a equivocarse: “Yo es que soy así.”

—A lo mejor…

—Seguro, seguro. ¿Te imaginas a un sicario de la mafia, a un violador de bebés, a una enfermera exterminadora de ancianos, a un pandillero de la mara Salvatrucha o a un terrorista que viene de poner una bomba en un autobús escolar cargado de niños, diciendo: “Yo es que soy así”?

—Hombre…

—Hombre o mujer, da igual.

—Es que no sé muy bien lo que me quieres decir…

—Pues lo que te quiero decir es que has dicho una tontería mu gorda al justificarte diciendo que es que tú eres así.

—Entonces, ¿qué tendría que haber dicho?

—Cualquier otra cosa con sentido: Lo siento, Me he equivocado, Perdona, Lo voy a corregir, Procuraré que no se repita, A veces meto la pata, No me lo tengas en cuenta…

—¡Hosti!

—¡Claro, hombre, claro! Porque si no, el que te escuche va a poner al “Es que yo soy así” dos puntos y lo va a terminar: “Es que yo soy así: ¡gilipollas!”

jueves, 18 de julio de 2024

Ya

Tras impactantes experiencias, tras duras pruebas, tras arduos exorcismos, tras largas y procelosas peregrinaciones, que duraron varios años y dejaron en mi cuerpo un reguero de cicatrices y transformaron mi alma en un remanso de calma y serenidad, acudí satisfecho al maestro y le dije:

—Ya.

El maestro no se inmutó, como si llevara esperando ese monosílabo toda la eternidad, y con su habitual parsimonia me dijo, mientras se agachaba a apartar del camino de las hormigas una piedrecita que sin querer había empujado allí con la puntera de la sandalia:

—Aún es pronto. Hay que lijar los miedos congénitos, pulir la amabilidad, niquelar el valor, desenmarañar la zozobra nocturna…

Me quedé perplejo, pues me había ilusionado con otra respuesta, y sentí una punzada de decepción. Esa dolorosa punzada, precisamente, evidenciaba que, en efecto, aún era pronto. Así que continué durante otro largo tiempo mensurando infinitos, catalogando eternidades, vislumbrando nebulosas, destabicando laberintos y, lo más arduo de todo, conviviendo con el hombre común y con la mujer corriente.

Pero al cabo me sentí satisfecho de mí mismo y acudí de nuevo al maestro y le dije:

—Ya.

Sonrió. Sonrió como si contemplara a un niño ingenuo que le enseñara una hoja de papel y creyera haber logrado una gran hazaña por trazar un rayajo con un lápiz.

Su expresión era amable y su voz dulce, pero dijo:

—Aún es pronto. Persevera. No cejes todavía. Continúa, pues has avanzado mucho y ya estás más cerca.

Oír es obedecer. Pero me dolió oír y me costó obedecer. Eso mismo evidenció que aún era pronto. Así que seguí durante largo tiempo rellenando simas, instalando barandillas en los precipicios, balizando manantiales de paz, desecando ciénagas, ajardinando páramos y, lo más difícil de todo con mucha diferencia, conviviendo con la mujer común y con el hombre corriente.

Muchas veces me sentí satisfecho y estuve tentado de acudir al maestro; tomaba esa decisión, pero en el último instante me entraba la duda y no me atrevía. Hasta que un día el maestro me llamó.

Estaba acostado. Se le oía respirar con pesadez y tenía los ojos cerrados, pero al llegar yo los abrió. Una chispa de satisfacción brilló en ellos, esbozó una débil, pero rotunda sonrisa y, mientras expiraba, dijo:

—Ya.

domingo, 14 de julio de 2024

Allí



Tras un largo y proceloso viaje, que duró varios años y atravesó latitudes y pasó por muchos ecosistemas y contempló innumerables paisajes, llegué allí.

—¿Es aquí? —pregunté sin más al primero que vi. Un viejo que parecía un niño me respondió con voz aflautada de mujer virgen:

—Aquí es, si procuras que lo sea.

Como me quedé perplejo intentando comprender su respuesta, continuó, solo que ahora me pareció más bien un niño avejentado, quizás por la sabiduría, y ahora el timbre de su voz era de madre primeriza:

—El punto de origen está claro: lo marca el lugar de nacimiento. Sin embargo, el destino es desconocido, porque lo marca la muerte, que es impredecible a menos que uno cometa la insensatez de atreverse a buscarla.

—¿Entonces cómo puedo saber que aquí es allí donde iba? ¿Cómo puedo saber que por fin he llegado? —repliqué con la zozobra de una duda insondable.

Sonrió. Pero ahora su sonrisa era la de una anciana que había criado muchos nietos huérfanos de madre. Su voz, en contraste, era áspera como la de un fumador empedernido:

—Solo has llegado si te detienes. Si continúas, este ya no es tu destino.

La anciana, que ya no sonreía y ahora presentaba el semblante de una niña a punto de echarse a llorar, parecía saberlo todo y no querer decir nada claramente. Me hubiera gustado que dijera simplemente: “Quédate” o “Vete”, y yo lo hubiera hecho; pero, al parecer, nadie quiere dar a los demás instrucciones exactas sobre la vida ni sobre la muerte, porque tanto la vida como la muerte son muy traicioneras y al primero que se complacen en traicionar es al que va dando consejos sobre ellas.

—No sé qué hacer, abuela —dije, aunque ya no tenía frente a mí a una anciana, sino a una joven hermosísima de mirada anhelante, que me habló, esta vez sí, con la dulzura propia de su aspecto:

—Muchos no se dan cuenta de que han vivido una vida equivocada por elegir un destino equivocado hasta que agonizan en ese lugar y son enterrados allí. Por eso luego en sus tumbas nunca se posan las abubillas.

Comprendí que era inútil hacer más indagaciones. Sin embargo, la joven frente a mí no había cambiado de apariencia en este intervalo y eso me animó. Podría ser un buen augurio.

Me he quedado aquí. Ahora bien, no tengo modo de saber si aquí es allí donde iba. Eso tal vez mañana pueda discernirlo alguno de vosotros de pie frente a mi tumba y grabarlo en ella, en una esquinita, a modo de nota a pie de página.

 


viernes, 5 de julio de 2024

Alternativas


—Dos alternativas tienes: o me obedeces en todo o te largas de casa y de paso te llevas a los putos críos.

Eso me dijo mientras se ponía el cinto tras la última paliza.
 
Pero había una tercera, señor juez, que para algo era yo la que cocinaba en casa.