Tras un largo y proceloso viaje, que duró varios años y atravesó latitudes y pasó por muchos ecosistemas y contempló innumerables paisajes, llegué allí.
—¿Es aquí? —pregunté sin más al primero que vi. Un viejo que parecía un niño me respondió con voz aflautada de mujer virgen:
—Aquí es, si procuras que lo sea.
Como me quedé perplejo intentando comprender su respuesta, continuó, solo que ahora me pareció más bien un niño avejentado, quizás por la sabiduría, y ahora el timbre de su voz era de madre primeriza:
—El punto de origen está claro: lo marca el lugar de nacimiento. Sin embargo, el destino es desconocido, porque lo marca la muerte, que es impredecible a menos que uno cometa la insensatez de atreverse a buscarla.
—¿Entonces cómo puedo saber que aquí es allí donde iba? ¿Cómo puedo saber que por fin he llegado? —repliqué con la zozobra de una duda insondable.
Sonrió. Pero ahora su sonrisa era la de una anciana que había criado muchos nietos huérfanos de madre. Su voz, en contraste, era áspera como la de un fumador empedernido:
—Solo has llegado si te detienes. Si continúas, este ya no es tu destino.
La anciana, que ya no sonreía y ahora presentaba el semblante de una niña a punto de echarse a llorar, parecía saberlo todo y no querer decir nada claramente. Me hubiera gustado que dijera simplemente: “Quédate” o “Vete”, y yo lo hubiera hecho; pero, al parecer, nadie quiere dar a los demás instrucciones exactas sobre la vida ni sobre la muerte, porque tanto la vida como la muerte son muy traicioneras y al primero que se complacen en traicionar es al que va dando consejos sobre ellas.
—No sé qué hacer, abuela —dije, aunque ya no tenía frente a mí a una anciana, sino a una joven hermosísima de mirada anhelante, que me habló, esta vez sí, con la dulzura propia de su aspecto:
—Muchos no se dan cuenta de que han vivido una vida equivocada por elegir un destino equivocado hasta que agonizan en ese lugar y son enterrados allí. Por eso luego en sus tumbas nunca se posan las abubillas.
Comprendí que era inútil hacer más indagaciones. Sin embargo,
la joven frente a mí no había cambiado de apariencia en este intervalo y eso me
animó. Podría ser un buen augurio.
Me he quedado aquí. Ahora bien, no tengo modo de saber si
aquí es allí donde iba. Eso tal vez mañana pueda discernirlo alguno de vosotros
de pie frente a mi tumba y grabarlo en ella, en una esquinita, a modo de nota a
pie de página.
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