El sueño del pintor
El pintor sueña con que su cuadro cobre vida y en pos de ese afán retoca constantemente las figuras para hacerlas parecer más humanas, corrige y corrige en busca de hiperrealismo, se esmera en el detalle hasta lo milimétrico a fin de que el lienzo palpite. Obsesionado por insuflar a su obra ese hálito vital que aún no ha logrado ningún artista, trabaja sin descanso, no hace otra cosa y se le va la vida en ello. Tanto y tanto ha trabajado y tal perfección ha conseguido que uno contempla su obra y la juzga perfecta. Impresiona ver esas figuras que parecen a punto de moverse. A una le falta una décima de segundo para toser, otra va a cambiar de gesto en cualquier instante; la de más al fondo quiere ya desviar de nosotros la mirada. Sin embargo, por más tiempo que contemplamos el cuadro, nada cambia. La escena, perfecta, milimétrica, fotográfica, impecable, está congelada. La realidad es estática y no se altera. No es más que arte. La perfección en el arte, si se quiere; pero no llega a ser la vida. El sueño del artista es imposible: no sabe que él mismo no es más que la figura central de un lienzo titulado “El sueño del pintor”, cuyo autor soñó con que su cuadro cobrase vida y contempla por fin su sueño realizado.