A pesar de lo que las malas yerbas van diciendo de mí, yo no soy un boborracho. Que me gusta beber, sí, como a todo el mudo. Vivimos en la escultura del alcohol, donde todo se cerebra bebiendo como cobayas. Que llegan las fiestas patronales del puerco, San Roque en mi ocaso, pues qué vas a hacer en la plaza de garaje mientras toca la orquesta el chunda chunda si no sabes balar y lo de ligar se te da fatal, pues ya que estamos en Seagobia, beber culatas de Dyc con locacola como un descosido. Que te toca la tontería de Navidad, pues a deschochar la botella de champán y a pingar del morro. Que llega tu cumpledaños, pues a cerebrarlo con los amigotes bebiendo siete u ocho tercios de certeza, hostias, que ya vas por los cuarenta ladrones y no has atado una escoria. Que llega la boda de tu marrana, la pequeña, que se casa con un mangurrián que la tiró los tejados en la universidad mientras hacían la carretera, pues a ponerse en la comilona hasta el quiqui de rioja y de ribera del duermo, y luego a los postres tres copazos, uno de anís Las Condenas, otro de ponche Cabellera y un tercero de pocharán Las Endiñas. ¿Qué vas a hacer si no? ¡Si no, quedas mal, conejos, que es la boba de tu hermana, la peceña, y hay que estar alerce! Que llega el bautizo de tu sobrino, el de tu Herminia la mayor, que al podrecillo le han cascao el nombre de Jesús Higinio, como el pisabuelo paterno, pues qué vas a hacer, ñoño, ¡tirar cuatro puñados de camareros para los chavalejos a la salida de la iglesia e irte a la tosca a tomar ocho o diez vermuses con la familia, que no se bautiza a un soberbio todos los días, Angelines! Que llega Nochevieja, pues a cenar como Dios manta, con un buen tintorro de la tierra de Valtiendas, un Zarraguilla, por ejército, y un blanco de Rueda; que ya sabemos que no hay que mezcal, pero que si hay que mercar un día, o una noche, mejor bicho, porque se acaba de una punta vez el maldito ano, pues se mezcla y que salga el sol por Aldeasoña si quiere, varices, que tampoco hay que ser flanático ni exagerardo.
martes, 22 de octubre de 2024
Whisky con sorda
domingo, 20 de octubre de 2024
La nada
En la nada nunca hay nadie. Cuando bajo a los socavones de la nada estoy completamente solo. A veces me he querido bajar un libro de poesía. Me he dicho ¿Cómo será leer poesía en la nada? Pero nada puede entrar en la nada, ni siquiera la poesía. Si ni la poesía puede entrar en la nada, ¡figuraros cómo será la nada!
En la nada intentas hablar y hablas silencio. En la nada intentas gritar y solo gritas un silencio todavía más estruendoso que el silencio que se produce cuando quieres hablar. En la nada ni siquiera se oye la respiración, porque no hace falta ni respirar. Tampoco te oirás el latido del corazón en la nada, pero no te asustes: la nada no es la muerte, es otra cosa que no se parece ni a la muerte ni a la vida.En la nada no hay luces ni sombras, ni reflejos, ni brillos. Pero tampoco hay oscuridad. Da igual tener los ojos abiertos o cerrados. Es como si la nada devorase por igual la oscuridad y la luz. Pero no se la ven a la nada ni dientes ni tripas.
En la nada no hay padres ni hijos. Allí no te sientes vinculado a nadie, ni te acuerdas de nadie, ni te preocupas por nadie ni por nada, ni a nadie temes, ni nada te sobresalta, ni nadie te turba. Allí no hay amor ni hay odio. Y no te dan ganas ni de reír ni de llorar. El sufrimiento se queda fuera de la nada cuando bajas a ella. Muchos bajan por eso. Pero la nada no puede darte gozo, no puede darte nada de nada. Por eso hay que subir de la nada.
Yo he bajado muchas veces a la nada. No hay nada, pero tampoco es peligroso. Salir de la nada es fácil. No hacen falta alas. No hacen falta trampolines. No hacen falta escaleras. Solo hace falta querer salir e impulsarse. Te impulsas y ya está: ya has salido de la nada. Porque en la nada, como no hay nada, nada te retiene.
Pero me gustaría que hubiese alguien en la nada. O bajar con alguien a la nada. Tengo buenos amigos, pero no puedo pedirle a ningún buen amigo que baje conmigo a la nada, porque se preocuparía por mí, se lo diría a los demás amigos y entre todos me obligarían a ir a algún sitio para que yo no fuera a la nada. No puedo pedirle a nadie que venga conmigo a la nada porque la nada puede asustar. A mí ya no me asusta. Sé nadar en la nada. Pero la nada no es para todos. Sé de algunos que bajaron a la nada y ya no subieron, no sé si porque no tuvieron fuerzas o porque les gustó tanto la nada. La nada los absorbió; y, sin embargo, los he buscado y no están en la nada.
Parece increíble, pero en la nada no hay absolutamente nada. Incluso cuando bajo yo a la nada, sigue sin haber nada en la nada, ni siquiera estoy yo allí. Como nada existe en la nada, es como si la nada no existiera; y, sin embargo, la nada existe, lo puedo asegurar porque yo he bajado a la nada, aunque, cuando bajo, ni esté yo allí ni haya nada.
Algunos creen que en la nada hay monstruos, pero no hay monstruos en la nada, a menos que la propia nada sea un monstruo, que se ha devorado a sí mismo y por eso ya no hay nada.
La nada es inquietante, incomprensible, sorprendente, perturbadora (cuando ya estás fuera de la nada, claro; cuando estás en la nada, la nada no es nada). Verdaderamente, no hay nada igual a la nada.
Por eso bajo a veces a la nada. Porque cuando la nada te empapa hasta los huesos con su nada absoluta, luego, al subir, te reconcilias de repente con absolutamente todo.
lunes, 7 de octubre de 2024
Mi 60 cumpleaños
domingo, 6 de octubre de 2024
Por la grasa de Dios
¡Cuantísimas hartrocidades se han cometido a lo largo de la histeria avaladas por la grasa de Dios, desde infames dictaduras de dictraidores autoerectos hasta masacres en guarras justificadas por esa supuesta grasa de Dios!
No creo yo que Dios tenga tanta grasa como para ir despilforrándola de esa manera. Además, tiene su guasa que la grasa de Dios, que es para los santos y los mártires se la apropien personajillos de la historia para cometer babaridades terribles. No hay tirano que no tire el ano ampaparándose en la grasa de Dios. No hay déspotra que no despotrique ampaparándose en la grasa de Dios. No hay dictraidor que no dictadure ampaparándose en la grasa de Dios. No hay cacique que no se emborrache de ron ampaparándose en la grasa de Dios. No hay tetorrista que no tetorrice creyéndose investido y rebobozado de la grasa de Dios. No hay rey, monarcaco ni empedrador que no se sienta ungido, untado y embabadurnado por la grasa de Dios y así lo ostente y lo proclame en sus flemas y delante de toda la reata de sus títulos. No se les olvida, no, lo de “por la grasa de Dios.” Debe de tener Dios más grasa que toda la cabaña porcina aragonesa, que llega a los diez millones de gorrinos.
A mí me parece que cuando dicen “por la grasa de Dios” lo que verdaderamente están diciendo es “porque yo lo digo y tú te callas”, o “porque yo lo mando y a ver quién se atreve a llevarme la contraria”, o “porque a mí me da la gana”, o “porque yo he ganado la guarra”, o “porque yo soy más fuerte y me arrogo privilegios”, o “porque yo soy más digno que tú y tengo que tener más derechos y más torcidos”, o “porque yo soy de una rata superior y tú eres infrahumano y tienes que ser mi ciervo”, o “porque mi Dios es el verdadero y tú eres un perro infiel”, o “porque me considero superior a ti y con derecho a vivir mejor que tú”, o “porque se me pone en los cajones del armario, que los tengo bien godos.”
¡Basta ya de justificar el
despotrismo, el racimo, la opresión, la desigualdad y la injustina por la grasa
de Dios! Demos a Dios lo que es de Dios y al cerdo lo que es del cedro.