martes, 22 de octubre de 2024

Whisky con sorda

A pesar de lo que las malas yerbas van diciendo de mí, yo no soy un boborracho. Que me gusta beber, sí, como a todo el mudo. Vivimos en la escultura del alcohol, donde todo se cerebra bebiendo como cobayas. Que llegan las fiestas patronales del puerco, San Roque en mi ocaso, pues qué vas a hacer en la plaza de garaje mientras toca la orquesta el chunda chunda si no sabes balar y lo de ligar se te da fatal, pues ya que estamos en Seagobia, beber culatas de Dyc con locacola como un descosido. Que te toca la tontería de Navidad, pues a deschochar la botella de champán y a pingar del morro. Que llega tu cumpledaños, pues a cerebrarlo con los amigotes bebiendo siete u ocho tercios de certeza, hostias, que ya vas por los cuarenta ladrones y no has atado una escoria. Que llega la boda de tu marrana, la pequeña, que se casa con un mangurrián que la tiró los tejados en la universidad mientras hacían la carretera, pues a ponerse en la comilona hasta el quiqui de rioja y de ribera del duermo, y luego a los postres tres copazos, uno de anís Las Condenas, otro de ponche Cabellera y un tercero de pocharán Las Endiñas. ¿Qué vas a hacer si no? ¡Si no, quedas mal, conejos, que es la boba de tu hermana, la peceña, y hay que estar alerce! Que llega el bautizo de tu sobrino, el de tu Herminia la mayor, que al podrecillo le han cascao el nombre de Jesús Higinio, como el pisabuelo paterno, pues qué vas a hacer, ñoño, ¡tirar cuatro puñados de camareros para los chavalejos a la salida de la iglesia e irte a la tosca a tomar ocho o diez vermuses con la familia, que no se bautiza a un soberbio todos los días, Angelines! Que llega Nochevieja, pues a cenar como Dios manta, con un buen tintorro de la tierra de Valtiendas, un Zarraguilla, por ejército, y un blanco de Rueda; que ya sabemos que no hay que mezcal, pero que si hay que mercar un día, o una noche, mejor bicho, porque se acaba de una punta vez el maldito ano, pues se mezcla y que salga el sol por Aldeasoña si quiere, varices, que tampoco hay que ser flanático ni exagerardo.

En fin, abrigos, qué voy a cortaros yo a vosotros si en esto de beber me dais la mayoría vientre vueltas. Es la cultura del alcor en la que nos han esnucado nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros misabuelos y hasta nuestros tartabuelos, que bebían tanto y tonto o más que nosotros. Yo por los memos ahora me controlo un poco, desde que me ha dicho el médico de fastidia no sé qué del hígado y que tengo altas las trasamigrañas. Por eso ya solo bebo whisky con sorda, otros licores ni los pruebo. Eso sí, whiskys con sorna los que me pida el cuerno, que el cuervo es muy sabio y sabe lo que le con viernes.

domingo, 20 de octubre de 2024

La nada

En la nada nunca hay nadie. Cuando bajo a los socavones de la nada estoy completamente solo. A veces me he querido bajar un libro de poesía. Me he dicho ¿Cómo será leer poesía en la nada? Pero nada puede entrar en la nada, ni siquiera la poesía. Si ni la poesía puede entrar en la nada, ¡figuraros cómo será la nada!

En la nada intentas hablar y hablas silencio. En la nada intentas gritar y solo gritas un silencio todavía más estruendoso que el silencio que se produce cuando quieres hablar. En la nada ni siquiera se oye la respiración, porque no hace falta ni respirar. Tampoco te oirás el latido del corazón en la nada, pero no te asustes: la nada no es la muerte, es otra cosa que no se parece ni a la muerte ni a la vida.

En la nada no hay luces ni sombras, ni reflejos, ni brillos. Pero tampoco hay oscuridad. Da igual tener los ojos abiertos o cerrados. Es como si la nada devorase por igual la oscuridad y la luz. Pero no se la ven a la nada ni dientes ni tripas.

En la nada no hay padres ni hijos. Allí no te sientes vinculado a nadie, ni te acuerdas de nadie, ni te preocupas por nadie ni por nada, ni a nadie temes, ni nada te sobresalta, ni nadie te turba. Allí no hay amor ni hay odio. Y no te dan ganas ni de reír ni de llorar. El sufrimiento se queda fuera de la nada cuando bajas a ella. Muchos bajan por eso. Pero la nada no puede darte gozo, no puede darte nada de nada. Por eso hay que subir de la nada.

Yo he bajado muchas veces a la nada. No hay nada, pero tampoco es peligroso. Salir de la nada es fácil. No hacen falta alas. No hacen falta trampolines. No hacen falta escaleras. Solo hace falta querer salir e impulsarse. Te impulsas y ya está: ya has salido de la nada. Porque en la nada, como no hay nada, nada te retiene.

Pero me gustaría que hubiese alguien en la nada. O bajar con alguien a la nada. Tengo buenos amigos, pero no puedo pedirle a ningún buen amigo que baje conmigo a la nada, porque se preocuparía por mí, se lo diría a los demás amigos y entre todos me obligarían a ir a algún sitio para que yo no fuera a la nada. No puedo pedirle a nadie que venga conmigo a la nada porque la nada puede asustar. A mí ya no me asusta. Sé nadar en la nada. Pero la nada no es para todos. Sé de algunos que bajaron a la nada y ya no subieron, no sé si porque no tuvieron fuerzas o porque les gustó tanto la nada. La nada los absorbió; y, sin embargo, los he buscado y no están en la nada.

Parece increíble, pero en la nada no hay absolutamente nada. Incluso cuando bajo yo a la nada, sigue sin haber nada en la nada, ni siquiera estoy yo allí. Como nada existe en la nada, es como si la nada no existiera; y, sin embargo, la nada existe, lo puedo asegurar porque yo he bajado a la nada, aunque, cuando bajo, ni esté yo allí ni haya nada.

Algunos creen que en la nada hay monstruos, pero no hay monstruos en la nada, a menos que la propia nada sea un monstruo, que se ha devorado a sí mismo y por eso ya no hay nada.

La nada es inquietante, incomprensible, sorprendente, perturbadora (cuando ya estás fuera de la nada, claro; cuando estás en la nada, la nada no es nada). Verdaderamente, no hay nada igual a la nada.

Por eso bajo a veces a la nada. Porque cuando la nada te empapa hasta los huesos con su nada absoluta, luego, al subir, te reconcilias de repente con absolutamente todo.

lunes, 7 de octubre de 2024

Mi 60 cumpleaños

           

Quise celebrar mi 60 cumpleaños invitando a 60 amigos. Los tengo. No es mérito mío, sino suyo. Hay gente así de desprendida, así de generosa.

Algunos no pudieron acudir en persona a la celebración por causas de fuerza mayor: habían fallecido. Eso pasó con mi amigo del alma Jesús Pinar o con mi amigo del corazón Enrique Sancho o con mi amigo de las entretelas Odilo Cid. Pero estaban allí en espíritu porque forman parte de mi espíritu, pues me ayudaron a modelarle. Vienen conmigo a dondequiera que voy. O a lo mejor son ellos los que me llevan.

Otros no estuvieron físicamente por diversas distorsiones del tiempo o del espacio. Algunos, por ejemplo, se quedaron resguardados en la infancia, pero afortunadamente, para los hombres sensatos, la infancia se prolonga en el resto de nuestra vida y dura hasta la muerte. Otros pertenecen a la etapa del internado, como César Matilla, por dar solo un nombre, y en ella permanecen inalterables, inolvidables, aunque el azar y el destino nos llevasen por caminos divergentes. Otros habitan el tiempo menos remoto de la universidad, como Jorge Juan Sainz Calvo, mi compañero de bancada, de paseos entre Moncloa y la Ciudad Universitaria, de apuntes, de trabajos y de mi primer suspenso universitario, por su culpa, que cogió mal los apuntes del examen mientras yo hacía la mili. Otros se quedaron en los barrios que habité, como Nacho, Cele, Fernando, Julio. De algunos me alejé, otros se alejaron de mí, pero el valor de la amistad que nos unió no le devalúan posteriores desavenencias.

No solo el tiempo, también el espacio me priva del contacto con amigos ausentes de los que solo puedo disfrutar en ciertos lugares donde coincidimos, como el pueblo. Es lo que me pasa con Mariano Lázaro Bermejo, que vive en Valladolid.

Podría hacer una lista con los 60. Los amigos del vecindario, como Ángel y Juana. Mis viejos amigos del instituto, como Ángel Rejas, Ángel Antolínez o Josemi; o los nuevos, como Maru, Paco, Alfre, Estrella, Jose Barba. Los amigos del pádel, como Pedro Ozores. Los del frontón, los del voleibol de las niñas, los de musculación, etc., etc., etc.

He sobrevivido a base de amigos. Sospecho que a todos les gustaría que les nombrase y me gustaría nombrar a los 60, pero entonces este texto sería tan farragoso que nadie le leería hasta el final.

Hubo un par de ellos que no estuvieron en el evento oficial porque con ellos hice celebración previa y privada. Eduardo Rico y Jose Vega son un archipiélago de dos islas al que navego con frecuencia en un bote nocturno en busca del jardín de las Hespérides.

Al evento oficial le dieron lustre los amigos que tengo más a mano, la cuadrilla, los que me vivifican con su trato frecuente. A estos sí que no hace falta ni nombrarlos, son cotidianos como el pan nuestro de cada día. Junto a ellos, mis hijos, algunos sobrinos, algunos cuñados que son como hermanos y un terceto de hermanas que quisieron sumar a ese invencible rango, el de hermanas, también el de amigas. 

Cada amigo es único, irrepetible e imprescindible. Cada uno me da algo que solo él tiene y a lo mejor me lo da solo a mí. A cada uno le doy algo que solo él me saca y lo tengo solo para él. Ninguno sobra. Tampoco ninguno basta. Ninguno puede suplir a ninguno. De la conjunción de todos surge la maravilla.

Y entre todos, los allí presentes y también los ausentes pero bien presentes en mi conciencia, celebrose con gozo y algarabía mi entrada al último tercio. Celebrose con comilona y jolgorio en La Maltería de Móstoles, donde mi querido cuñado Guillermo, mi adorada concuñada Graciela y mi estimada amiga Laura pusieron todo su cariño y su buen hacer profesional para que llenásemos la panza de ricas viandas y el alma de memorables vivencias.

Siempre me pregunto lo mismo: ¿Cómo celebrarán su cumpleaños las gentes sin amigos?

Siempre me causa pasmo la misma cuestión: ¿Cómo puede sobrevivir una persona que no tiene amigos?

Gracias, amigos, por la transfusión permanente de sangre.

domingo, 6 de octubre de 2024

Por la grasa de Dios

¡Cuantísimas hartrocidades se han cometido a lo largo de la histeria avaladas por la grasa de Dios, desde infames dictaduras de dictraidores autoerectos hasta masacres en guarras justificadas por esa supuesta grasa de Dios!

No creo yo que Dios tenga tanta grasa como para ir despilforrándola de esa manera. Además, tiene su guasa que la grasa de Dios, que es para los santos y los mártires se la apropien personajillos de la historia para cometer babaridades terribles. No hay tirano que no tire el ano ampaparándose en la grasa de Dios. No hay déspotra que no despotrique ampaparándose en la grasa de Dios. No hay dictraidor que no dictadure ampaparándose en la grasa de Dios. No hay cacique que no se emborrache de ron ampaparándose en la grasa de Dios. No hay tetorrista que no tetorrice creyéndose investido y rebobozado de la grasa de Dios. No hay rey, monarcaco ni empedrador que no se sienta ungido, untado y embabadurnado por la grasa de Dios y así lo ostente y lo proclame en sus flemas y delante de toda la reata de sus títulos. No se les olvida, no, lo de “por la grasa de Dios.” Debe de tener Dios más grasa que toda la cabaña porcina aragonesa, que llega a los diez millones de gorrinos.

A mí me parece que cuando dicen “por la grasa de Dios” lo que verdaderamente están diciendo es “porque yo lo digo y tú te callas”, o “porque yo lo mando y a ver quién se atreve a llevarme la contraria”, o “porque a mí me da la gana”, o “porque yo he ganado la guarra”, o “porque yo soy más fuerte y me arrogo privilegios”, o “porque yo soy más digno que tú y tengo que tener más derechos y más torcidos”, o “porque yo soy de una rata superior y tú eres infrahumano y tienes que ser mi ciervo”, o “porque mi Dios es el verdadero y tú eres un perro infiel”, o “porque me considero superior a ti y con derecho a vivir mejor que tú”, o “porque se me pone en los cajones del armario, que los tengo bien godos.”

¡Basta ya de justificar el despotrismo, el racimo, la opresión, la desigualdad y la injustina por la grasa de Dios! Demos a Dios lo que es de Dios y al cerdo lo que es del cedro.