domingo, 20 de octubre de 2024

La nada

En la nada nunca hay nadie. Cuando bajo a los socavones de la nada estoy completamente solo. A veces me he querido bajar un libro de poesía. Me he dicho ¿Cómo será leer poesía en la nada? Pero nada puede entrar en la nada, ni siquiera la poesía. Si ni la poesía puede entrar en la nada, ¡figuraros cómo será la nada!

En la nada intentas hablar y hablas silencio. En la nada intentas gritar y solo gritas un silencio todavía más estruendoso que el silencio que se produce cuando quieres hablar. En la nada ni siquiera se oye la respiración, porque no hace falta ni respirar. Tampoco te oirás el latido del corazón en la nada, pero no te asustes: la nada no es la muerte, es otra cosa que no se parece ni a la muerte ni a la vida.

En la nada no hay luces ni sombras, ni reflejos, ni brillos. Pero tampoco hay oscuridad. Da igual tener los ojos abiertos o cerrados. Es como si la nada devorase por igual la oscuridad y la luz. Pero no se la ven a la nada ni dientes ni tripas.

En la nada no hay padres ni hijos. Allí no te sientes vinculado a nadie, ni te acuerdas de nadie, ni te preocupas por nadie ni por nada, ni a nadie temes, ni nada te sobresalta, ni nadie te turba. Allí no hay amor ni hay odio. Y no te dan ganas ni de reír ni de llorar. El sufrimiento se queda fuera de la nada cuando bajas a ella. Muchos bajan por eso. Pero la nada no puede darte gozo, no puede darte nada de nada. Por eso hay que subir de la nada.

Yo he bajado muchas veces a la nada. No hay nada, pero tampoco es peligroso. Salir de la nada es fácil. No hacen falta alas. No hacen falta trampolines. No hacen falta escaleras. Solo hace falta querer salir e impulsarse. Te impulsas y ya está: ya has salido de la nada. Porque en la nada, como no hay nada, nada te retiene.

Pero me gustaría que hubiese alguien en la nada. O bajar con alguien a la nada. Tengo buenos amigos, pero no puedo pedirle a ningún buen amigo que baje conmigo a la nada, porque se preocuparía por mí, se lo diría a los demás amigos y entre todos me obligarían a ir a algún sitio para que yo no fuera a la nada. No puedo pedirle a nadie que venga conmigo a la nada porque la nada puede asustar. A mí ya no me asusta. Sé nadar en la nada. Pero la nada no es para todos. Sé de algunos que bajaron a la nada y ya no subieron, no sé si porque no tuvieron fuerzas o porque les gustó tanto la nada. La nada los absorbió; y, sin embargo, los he buscado y no están en la nada.

Parece increíble, pero en la nada no hay absolutamente nada. Incluso cuando bajo yo a la nada, sigue sin haber nada en la nada, ni siquiera estoy yo allí. Como nada existe en la nada, es como si la nada no existiera; y, sin embargo, la nada existe, lo puedo asegurar porque yo he bajado a la nada, aunque, cuando bajo, ni esté yo allí ni haya nada.

Algunos creen que en la nada hay monstruos, pero no hay monstruos en la nada, a menos que la propia nada sea un monstruo, que se ha devorado a sí mismo y por eso ya no hay nada.

La nada es inquietante, incomprensible, sorprendente, perturbadora (cuando ya estás fuera de la nada, claro; cuando estás en la nada, la nada no es nada). Verdaderamente, no hay nada igual a la nada.

Por eso bajo a veces a la nada. Porque cuando la nada te empapa hasta los huesos con su nada absoluta, luego, al subir, te reconcilias de repente con absolutamente todo.

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