domingo, 19 de enero de 2014

EL AMOR NO ENTIENDE DE NATURALEZAS



Con razón dicen que el amor no entiende de razas ni de edades ni de credos, ni de condición social, a lo cual añadiría yo que ni siquiera entiende de naturalezas, como bien ilustra el raro y curioso caso de Celedonio Romero, que expongo a su consideración.

            Celedonio Romero, como muchos maridos, empezó a tener problemas con su mujer por el espinoso asunto de la limpieza doméstica de los sábados por la mañana. Él no veía el polvo donde su mujer vislumbraba ya la mugre, y a él le parecía un sacrilegio desperdiciar la mañana del sábado en limpiar lo que, a su juicio, no estaba tan sucio; mientras a su mujer le parecía un desastre que las capas de suciedad se fueran acumulando unas sobre otras semana tras semana. Estas diferencias de criterio higiénico enturbiaban la convivencia familiar y estropeaban la buena disposición con que habitualmente acogen las parejas la llegada del fin de semana, prometedor de ocios, siestas, cenas con amigos y veladas de sexo relajante.

            Al cabo comprendió Celedonio que si quería solventar de una vez por todas esa permanente fuente de conflicto, no le quedaba más remedio que someterse a las pulcras de su mujer y agarrarse cada sábado por la mañana a la aspiradora dale que te dale al parqué y a las alfombras; y, en efecto, así lo hizo y, de resultas, comenzó a experimentar una serie de sensaciones, le empezaron a abordar unos sentimientos desasosegantes que al principio se negaba a aceptar, pero que con el paso de las semanas se hicieron evidentes e irrechazables. Por fin tuvo Celedonio que hacerse cargo de la situación: había caído perdidamente enamorado de su aspiradora Bosh Sphera 30 (2000 W) color negro. Las tediosas mañanas sabatinas de limpieza pasaron a ser jornadas de tierno idilio con el aparato, al que paseaba por la casa cogidito del brazo como si fuese una grácil princesa mientras ella iba ingiriendo pelos y pelusas al compás del armonioso runruneo de su motor, que despedía por el turgente abdomen cálidas vaharadas de aire. ¡Con qué ternura la conducía él, para no lastimarla, por los pasillos de la casa! ¡Con qué impecable técnica la aplicaba a los rincones en que pensaban refugiarse las más recalcitrantes pelusillas! ¡Qué regocijo interno le invadía cuando ella engullía un papelillo miserable que rondaba por el pasillo o cuando se tragaba minuciosamente las migajas de pan del suelo de la cocina! Se quedaba entonces satisfecho como una madre cuando su bebé se termina todo el potito.

            Tal grado de pasión alcanzaron sus amoríos que estaba deseando llegar a casa para encontrarse con su amante y ahora, para sorpresa de su mujer, pasaba la aspiradora todas las tardes nada más venir del trabajo. El encuentro comenzaba con un efusivo abrazo medio disimulado mientras la sacaba del armario empotrado, y luego ¡hala!, a pasear por la casa cogiditos de la mano. Pero el estrecho mundo de un piso se les quedó pequeño y Celedonio, para poder sacar de su encierro a su amada, extendió la limpieza primero al rellano, luego a toda la escalera y finalmente al portal del edificio, para grata sorpresa de sus vecinos; y acabó por sacarla a la calle aspirando la parte de acera aledaña al portal en la extensión que le permitía la longitud del cable.

            Su mujer creyó que había cogido la enfermedad esa de obsesionarse con la limpieza, pero pensó que no le venía mal del todo ese tipo de enfermedad y que ya se le pasaría. Por supuesto, no sospechaba nada de la adúltera relación.

            Celedonio había tenido ya algún conato de amante que no había llegado a cuajar porque le desasosegaba sobremanera y le complicaba la vida, poniendo en riesgo su matrimonio, que valoraba como todo lo que es estable, pues no era amante del riesgo, de la aventura ni del vértigo, y rechazó, por ejemplo, la propuesta de su primo Gervasio, que le invitaba a tirarse en paracaídas (con monitor, claro) desde 5.000 m. de altura.

            Sin embargo, con la Bosch todo iba como la seda. Su mujer no sospechaba nada ni veía malicia alguna y, en todo caso, más bien alentaba esa relación, ignorante de la profundidad sentimental que escondía. Incluso la echó Celedonio al maletero del coche cuando fueron a pasar el fin de semana al Parador de Zamora por su aniversario de boda; y ante la extrañeza del recepcionista alegó que era hiperalérgico a los ácaros del polvo y que tenía que pasar siempre la aspiradora antes de acostarse para poder dormir sin riesgo, con lo que el recepcionista le rogó que, por favor, no se acostase demasiado tarde, no fuese a quejarse del ruido algún otro huésped. A su mujer la dijo que no se fiaba ni un pelo de la limpieza de los hoteles, por muy paradores y muy nacionales que fueran; y ella, aunque algo protestó, acabó pensando que ojalá todas las locuras fueran como aquella..

            Pero la locura de amor de Celedonio hacía que también quisiera a veces estar con su amada aspiradora a solas. Por eso se la llevaba algunos días al trabajo y, alegando que tenía que terminar alguna tarea, se quedaba en la oficina por la tarde cuando todos se habían marchado ya. Entonces bajaba al aparcamiento, sacaba del maletero a su querida, la subía a la oficina y pasaban juntos un par de horas en arrumacos de amor con el deleitoso saborcillo de lo prohibido.

            Pero el destino no quiere que ninguna dicha sea demasiado larga ni ninguna felicidad completa y por eso un mal día, al ir a enchufarla, la aspiradora pegó un pedo (¡qué expresión más horrenda, pero más concluyente!) y reventó. Ahí veréis al pobre Celedonio tratando desesperadamente de reanimarla con caricias melosas, desenchufando y volviendo a enchufar, comprobando los plomos, no sea cosa de la luz, volteando a su diosa de plástico para hacerla el boca a boca. Pero nada. Ahí veréis al mustio Celedonio dirigirse lánguidamente, pero todavía con un brote de esperaza, al servicio técnico. Ahí le veréis derrotar la mirada, humillar la cabeza, desvencijar los hombros, encorvar la columna, abatir los brazos y flaquear las piernas cuando el operario le confirma que es el motor, el corazón, que está chamuscado, que no tiene remedio, que hay que tirarla y comprar otra nueva. ¡Otra! ¡Como si diese igual una que otra! Ahí veréis al desolado Celedonio dirigirse compungido al Depósito Municipal de Residuos Sólidos llevando en brazos el cadáver de su amada, estampar en su carcasa un último y amargo beso, entregar su cadáver al apático e indiferente operario, firmar el estadillo de entrega, el acta de defunción, y contemplar con harto dolor cómo el insensible obrero la arroja sin más ceremonia al contenedor blanco, el de los electrodomésticos.

            Ese sábado no se hizo limpieza en casa de Celedonio. Pero tan sólo una semana de duelo le concedió su mujer, que al sábado siguiente ya estaba achuchando y no le quedó más remedio que acercarse al hipermercado a comprar una aspiradora nueva, otra Bosch Sphera 30 (2000 W) color negro, idéntica en apariencia a la difunta. Pero todo fue enchufarla y comprobar al instante que no era ella por más que se le parecía, que no le hacía vibrar como la otra, que no se estremecía al cogerla del brazo, que su amada había muerto y esto no era más que una vulgar aspiradora que sólo servía para hacer tediosamente la limpieza y para hacer tediosa la vida. Quedó demostrado así que uno no se enamora genéricamente, por ejemplo, de las rubias o de las aspiradoras, sino de lo específico de un individuo o de un objeto, por más en serie que haya sido fabricado, de lo que le hace único entre los de su clase y distinto a todos los demás, por ejemplo de la 3ª de las quintillizas, y de ninguna de las otras; o de una  rubia
entre las rubias, llamada Marilín; o de una Bosch Sphera 30 (2000 W) color negro, sin nombre concreto pero única e irrepetible entre todas las Bosch Sphera 30 (2000 W) color negro.  

1 comentario:

GERMAN dijo...

Este relato me ha gustado Adrián sobre todo por el conocimiento que tienes del género humano y de sus reacciones. Desde luego lo clavas. Ese es el proceso que sigue una persona enamorada, primero actúa sin dar nombre a la fuerza que le impulsa hasta que la necesidad es tan grande que se rinde a la evidencia y su esclavitud se convierte en el mayor exponente de su felicidad.

El amor no tiene mucho sentido desde fuera, la verdad es que puede ser incluso un poco necio, pero dota de sentido vital la existencia de los que lo comparten. Les aleja de la muerte, les hace olvidar su muerte y prolonga su vida a través de sus hijos.

Los hijos entre una aspiradora y Celedonio no podían ser por eso es un amor imposible, porque el amor tiende a perpetuarse