domingo, 12 de enero de 2014


Adrián

Desde que me pusieron Adrián no he tenido más remedio que ser Adrián y ya estoy bastante harto. A veces he querido ser otro distinto, pero me ha sido completamente imposible. De pequeño, por ejemplo, les decía a mis hermanos: “Ahora voy a ser Viriato”, y me llamaban Viriato un ratito, pero luego volvían a llamarme Adrián como si lo de ser Viriato fuese únicamente un juego. Por eso a veces me aislaba, para poder ser quien me diera la gana. Me escondía en el sobrao y entonces era Séneca; pero tarde o temprano me llamaba mi madre para cenar al grito de ¡Adriaaaaaaaán! Y me devolvía a mi ser Adrián. Encima, a medida que fui creciendo cada vez era más difícil ser otro, pues la gente que te ha conocido una vez como Adrián ya quiere verte siempre como Adrián porque así es más fácil para ellos y se sienten más seguros. La gente, al final, es muy conservadora. Yo no puedo llegar a mi pueblo y decir: “Soy Agustín”, porque todos dirían: “¿Pero qué dices, Adrián?”. Aunque intentase actuar como otro, emborracharme, por ejemplo, no por eso dejaría de ser Adrián. Dirían: “Es Adrián, que se ha emborrachado. ¿Cómo se habrá emborrachado Adrián? ¡Qué raro!”. Pero no se les pasaría por la cabeza concebir que soy Agustín.

Cuando fui al internado aproveché y dije: “Ahora que aquí nadie me conoce, voy a ser Filípides”. Pero fracasé estrepitosamente porque los frailes tenían una lista en la que ponía Adrián y desde el primer momento no me dejaron ser otro. Al venir a Madrid me pasó lo mismo. “Aquí que hay tanta gente —me dije—, puedo ser cualquiera; así que voy a ser Rescesvinto”. Eso duró hasta que me crucé en el metro, por pura casualidad, con uno de mi pueblo que iba a Cuatro Caminos a ver a su tía Eufrasia y me espetó: “¡Hombre, Adrián, ¿cómo tú por aquí?”

Estoy seguro de que si me fuera a lo más profundo del Amazonas a vivir entre los yanomamis con un taparrabos, cortándome el pelo a su estilo tazón, haciéndome sus tatuajes y escarificaciones y dándome un nombre indígena como, por ejemplo, Raiyogua, tarde o temprano pasaría por allí alguien que ya me conoce y diría con sorpresa: “¡Pero, coño: si es Adrián!” y vuelta la burra al trigo.

No hay manera de poder ser otro. Y lo más trágico de esta terrible situación es que ni la muerte puede remediarlo. Estoy seguro de que si me muriera no se les ocurriría otra cosa que poner en mi tumba: “Aquí yace Adrián”. Y si resucitase dirían con asombro y espanto: “¿Sabes que ha resucitado Adrián?” Y ni se les pasaría por la cabeza que Adrián murió y el que ha resucitado es Anacleto. 

1 comentario:

GERMAN dijo...

Hola Adrián. Lo que creemos ser y lo que los otros creen que somos. Voy a hacer una pequeña reflexión sobre el particular al hilo de lo que has escrito.
Pienso que hay una esencia personal que se gesta en los primeros años de nuestra vida y que se mantiene sin cambios, de manera que lo que llamamos personalidad es más que nada el revestimiento de esa esencia, es el exterior. Lo que la gente ve de nosotros es ese revestimiento y la opinión que se forman de nosotros, la gente, actúa como un espejo en el que nos reconocemos y potenciamos, porque nos hace estar bien con nuestros semejantes; la gente no se lleva sorpresas y tu no se las das, todos contentos.

Nada se puede hacer si los cambios solo son de personalidad, o afectan a la raíz, a la esencia, o no tendrán un reflejo en lo que los demás ven de ti. Siempre volverás cuando te olvides del disimulo al comportamiento primario, al que realizas sin pensar.

Pero tres cosas:
• La esencia puede cambiar. Seguir la estela de tu esencia es bueno en sí mismo, eres fiel a lo que eres cuando te dejas llevar, pero revisar los principios y adoptar por convencimiento otros nuevos otros nuevos no es negarse a uno mismo.
• Hay personas que sí ven la esencia. Hay ciertas personas que ven a los demás y consiguen ver su interior. A veces alguien te dice: has cambiado no eres el mismo y le acabas de ver después de 10 años sin tener contacto con él.
• La pre-esencia puede ser un tema de reflexión para ti Adrián que buscas tus raíces en tu pueblo. Sería aquello de tu personalidad que se puede rastrear en la personalidad de tus ancestros, padres, tíos y de ahí para atrás, recibida ya sea por mimetismo o por vía de los genes. Aquello de que le cuento a mi padre algo que ha protagonizado alguien conocido del pueblo y su explicación al hecho la busca en la forma de ser de los familiares de esa persona que mi padre conoció en su juventud.