domingo, 27 de abril de 2014

“El dinosaurio” visto por un científico


Estimado Sr. Augusto:

Recientemente he leído su famoso microrrelato “El dinosaurio” y, como científico, me veo en la necesidad de hacerle algunas consideraciones. Cuando dice usted “Cuando despertó”, creo que debemos entender que se refiere a un ser humano, es decir, a un homo sapiens sapiens. Pues bien, ¿se da usted cuenta de que los dinosaurios pertenecen a la Era Secundaria y se extinguieron hace 65 millones de años y de que el hombre no apareció sobre la faz de la Tierra hasta el Cuaternario, es decir, hace tan solo 40.000 años, o sea, millones de años después de la extinción de los dinosaurios? Entiendo que en la ficción literaria puedan ustedes, los escritores, tomarse ciertas licencias, pero sin necesidad de atentar contra la Ciencia. Podía usted haber sustituido el dinosaurio, por ejemplo, por un ornitorrinco: el efecto literario hubiese sido IDÉNTICO y no habría cometido usted ninguna incongruencia científica. Su dinosaurio lo único que consigue es confundir a la gente poco avezada en divulgación científica. Eso por no hablar de la escasa concreción de su relato. ¡El dinosaurio! ¿Qué dinosaurio? ¿Sabía usted que existieron cientos de especies de dinosaurios, muy diferentes unas de otras en cuanto a tamaño, anatomía, alimentación, hábitat, etc., etc., etc.? Le recomiendo que en el futuro se informe usted convenientemente antes de escribir sus microrrelatos, pues creo que se puede hacer buena literatura sin caer en el despropósito.

Atentamente, Prof. Cotarelo Escamillas, de la Universidad Paleontológica de Perosillo, D.F.




sábado, 19 de abril de 2014

El destierro

Con el talón pisando todavía la última brizna de yerba del paraíso y la puntera hoyando ya la estéril arena del desierto, Adán escucha la atronadora reprensión de un Dios furibundo que no está acostumbrado todavía a ser desobedecido y siente en la espalda el calor asfixiante de la espada de fuego del ángel exterminador. Atrás deja la acogedora fronda del vergel para aventurarse en un horizonte de inhóspitas dunas sucesivas. No sabe cuándo será la próxima vez que beberá agua fresca ni cuál será siquiera su lecho en el atardecer de su desgracia. Pero aún no es consciente de la magnitud de su infortunio, aún no sabe todo lo que supone ser expulsado del paraíso. Lo descubre por completo cuando en su desolación se vuelve hacia su compañera y cómplice y casi no la reconoce: el cabello lacio y canoso, el rostro ajado, los labios resecos, la tez arrugada, la espalda hundida, el vientre prominente, el pecho caído con los pezones humillados mirando al suelo… Y entonces sí, entonces se abate sobre su alma todo el peso demoledor de la desdicha al comprender que arrastra un cuerpo efímero, que el tiempo corre velozmente en su contra, que su destino es sortear el inexorable vaivén de las estaciones sin más recompensa que la decrepitud y sin otro galardón final que la muerte.



domingo, 6 de abril de 2014

Brujería



Alguna explicación racional tenía que tener la sucesión de desgracias que me venían sucediendo desde hacía tiempo. Primero me despidieron de la gasolinera con la reducción de plantilla, a pesar de que era yo el más antiguo. Luego me dejó Alba, mi prometida, con las invitaciones ya mandadas para la boda, repentinamente enamorada de Pablo, el que había sido mi mejor amigo desde la guardería. A continuación se destapó el escándalo de las preferentes, donde había colocado todos mis ahorros, y entonces se descubrió que había sido una monumental estafa y que esos cabrones me habían dejado en la ruina. Otro día se me quedó el coche sin agua a la que venía para casa y me salió ardiendo en mitad de la M30. Al siguiente, Cuqui, mi perrita pequinesa, debió de comer por la calle algo que la sentaría mal y murió de cólico, según dijo el veterinario. Al otro día reventó una tubería del agua y se me inundó el piso. Y para colmo, desde hacía una semana tenía unas migrañas horrorosas que no me dejaban vivir.

Pero lo comprendí todo al cruzarme en el portal con la vieja del 5º y reparar en su mirada aviesa  —me mira así desde que me opuse al cambio de ascensor, que está muy viejo y se avería cada dos por tres, pero a mí me la pela porque vivo en el bajo—, su pelo enmarañado y sucio, su nariz ganchuda, su mamola prominente y con verrugas, su vestimenta astrosa y su figura encorvada, completamente deformada por la chepa.

Ayer por la mañana me la volví a encontrar al subir al trastero a por la caja de herramientas para desatascar el lavabo. El ascensor sigue averiado y ella bajaba por la escalera.

A veces para que las cosas mejoren hay que darlas un ligero empujoncito.

Hoy ya me encuentro mucho mejor. Me han llamado de la gasolinera para readmitirme. No me duele la cabeza y he quedado con los otros vecinos para ir esta tarde juntos al entierro.