domingo, 6 de abril de 2014

Brujería



Alguna explicación racional tenía que tener la sucesión de desgracias que me venían sucediendo desde hacía tiempo. Primero me despidieron de la gasolinera con la reducción de plantilla, a pesar de que era yo el más antiguo. Luego me dejó Alba, mi prometida, con las invitaciones ya mandadas para la boda, repentinamente enamorada de Pablo, el que había sido mi mejor amigo desde la guardería. A continuación se destapó el escándalo de las preferentes, donde había colocado todos mis ahorros, y entonces se descubrió que había sido una monumental estafa y que esos cabrones me habían dejado en la ruina. Otro día se me quedó el coche sin agua a la que venía para casa y me salió ardiendo en mitad de la M30. Al siguiente, Cuqui, mi perrita pequinesa, debió de comer por la calle algo que la sentaría mal y murió de cólico, según dijo el veterinario. Al otro día reventó una tubería del agua y se me inundó el piso. Y para colmo, desde hacía una semana tenía unas migrañas horrorosas que no me dejaban vivir.

Pero lo comprendí todo al cruzarme en el portal con la vieja del 5º y reparar en su mirada aviesa  —me mira así desde que me opuse al cambio de ascensor, que está muy viejo y se avería cada dos por tres, pero a mí me la pela porque vivo en el bajo—, su pelo enmarañado y sucio, su nariz ganchuda, su mamola prominente y con verrugas, su vestimenta astrosa y su figura encorvada, completamente deformada por la chepa.

Ayer por la mañana me la volví a encontrar al subir al trastero a por la caja de herramientas para desatascar el lavabo. El ascensor sigue averiado y ella bajaba por la escalera.

A veces para que las cosas mejoren hay que darlas un ligero empujoncito.

Hoy ya me encuentro mucho mejor. Me han llamado de la gasolinera para readmitirme. No me duele la cabeza y he quedado con los otros vecinos para ir esta tarde juntos al entierro.

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