sábado, 19 de abril de 2014

El destierro

Con el talón pisando todavía la última brizna de yerba del paraíso y la puntera hoyando ya la estéril arena del desierto, Adán escucha la atronadora reprensión de un Dios furibundo que no está acostumbrado todavía a ser desobedecido y siente en la espalda el calor asfixiante de la espada de fuego del ángel exterminador. Atrás deja la acogedora fronda del vergel para aventurarse en un horizonte de inhóspitas dunas sucesivas. No sabe cuándo será la próxima vez que beberá agua fresca ni cuál será siquiera su lecho en el atardecer de su desgracia. Pero aún no es consciente de la magnitud de su infortunio, aún no sabe todo lo que supone ser expulsado del paraíso. Lo descubre por completo cuando en su desolación se vuelve hacia su compañera y cómplice y casi no la reconoce: el cabello lacio y canoso, el rostro ajado, los labios resecos, la tez arrugada, la espalda hundida, el vientre prominente, el pecho caído con los pezones humillados mirando al suelo… Y entonces sí, entonces se abate sobre su alma todo el peso demoledor de la desdicha al comprender que arrastra un cuerpo efímero, que el tiempo corre velozmente en su contra, que su destino es sortear el inexorable vaivén de las estaciones sin más recompensa que la decrepitud y sin otro galardón final que la muerte.



No hay comentarios: