domingo, 11 de mayo de 2014

El cuchillo


Era yo el cuchillo más antiguo de la casa. Yo rebané el pan y corté el jamón y el queso en la merendilla de inauguración del piso cuando eran una parejita encantadora y muy enamorada. Me usaban para todo: era yo el que picaba la verdura, yo el que troceaba el pollo, yo el que pelaba la piña, yo el que partía en porciones la tarta de cumpleaños. Con el tiempo tuvieron hijos y pasé también a preparar los bocatas de los niños, a untar la nocilla en el pan, a rebanar el bizcocho del desayuno. Era yo, sí, el preferido tanto del señor como de la señora y disputaban por mí cuando coincidían en la cocina porque yo era el que mejor cortaba. ¡Yo era el que partía el bacalao, qué narices!

¡Anda que no habrá llorado veces conmigo la señora picando cebolla para hacer su suculento pisto manchego o sus riquísimos sofritos! También ahora está llorando, pero no me da ninguna pena, no la tengo ni pizca de lástima porque es una traidora y no me ha elegido a mí para esta importante tarea, sino al otro, al nuevo, al advenedizo, al que compró hace pocos días en secreto y en secreto escondió en el último cajón de la cocina, ese malnacido que acaba de usurpar mi trono, ese bastardo al que contemplo con rabia, con despecho, con envidia clavado hasta las cachas en el pecho del señor.

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