Ayer, 27 de septiembre, cumplí 50 años. Lo celebré con mi mujer y mis hijos y con mi grupo habitual de amigos de los sábados cenando en La Maltería de mi cuñado Guillermo, que nos dio de comer y beber estupendamente; y encima, para poder hacerlo, se perdió el concierto de Rosendo, para el que ya tenía las entradas. Entre otros regalos, los amigos me tenían preparado uno muy especial que no me esperaba ni sospechaba siquiera que fueran capaces de tanto: una colección de microrrelatos conmemorativa del evento, escritos secretamente por cada uno de ellos. Nos lo pasamos muy bien leyéndolos y tratando yo de adivinar de quién era cada uno. Acerté muy pocos, pero algunos sí, como el de mi mujer, el de mi hija mayor o el de mi hermana Marisa. El de otros me resultó totalmente imposible, pues respondían a facultades y destrezas que desconocía por completo de ellos y que me dejaron gratamente sorprendido. También los niños participaron en la escritura y en la lectura, lo que me enterneció particularmente, pues la práctica y el goce de la literatura es algo que yo descubrí ya desde mi más tierna infancia y que forma parte de mí desde entonces y para siempre; y que me ha conformado como persona, pues una parte importantre de mi personalidad, de mi pensamiento y de mi sensibilidad procede, sin duda, de mis lecturas y de mi cultivo de la poesía y, más recientemente, del microrrelato. Todo hizo que resultase un cumpleaños inolvidable por el que estoy muy agradecido a este simpático grupo de amigos. Les reitero mi gratitud y me reafirmo en la amistad que les profeso y que constituye para mí uno de los valores esenciales e indispensables de mi vida.