sábado, 27 de abril de 2024

Noche cerrada


Ya no podía más con las sombras de su mundo, que le tiznaban por fuera y por dentro. Esperó a que fuera noche cerrada, que es el momento propicio, cuando se abre el pozo de la noche en ciertos abismos, ciertos acantilados, ciertas cárcavas, y para allá que se fue, a un barranco que llaman del Olvido. Arrojó allí meticulosamente todas sus sombras, una tras otra, en un ritual que duró la noche entera y le extenuó la conciencia.

Al amanecer regresó. Nadie pudo sentirle. Era trasparente como un fantasma. No supo qué hacer. Para darse un respiro, se embozó en la niebla matutina confiando en haber resuelto, antes de que la disipara el sol, el arduo problema de qué ser.


domingo, 21 de abril de 2024

La libertad de conciencia

 


Y llegamos así al principio orientador de todo mi sistema de valores: el respeto a la libertad de conciencia, es decir, el reconocimiento y la aceptación de que cada individuo tiene derecho a decidir por sí mismo, a elegir sin imposición ninguna, no sólo sus creencias, sino también sus normas de conducta y su estilo de vida, con total libertad, independencia y sin recibir ataques a causa de su elección. Todo ello, naturalmente, con el debido respeto y supeditación a los Derechos Humanos, expuestos con total claridad en la Declaración Universal, pese a lo cual muchos los ignoran. En mi opinión deberían figurar en todos los edificios públicos de todos los países y en todas las oficinas de todos los organismos internacionales; y algunos de ellos, los más importantes, los primeros, como el derecho a la vida, deberían figurar en un panel bien grande en el vestíbulo de todos los colegios e institutos, de todos los ayuntamientos y juzgados, de todos los consulados y embajadas. Reconocer la libertad de conciencia implica estar dispuesto a hacer un esfuerzo de entendimiento y convivencia con el que piensa distinto y tiene distintas costumbres. No compromete a entender al otro, ni a supeditarse a él, ni a identificarse con él, ni a tolerarle más allá de lo razonable, pero sí compromete a no denigrarle gratuitamente y a no agredirle. Compromete a buscar fórmulas justas de convivencia, fáciles de hallar a veces y muy difíciles en otros casos. Compromete a descartar por completo la guerra, la persecución, el asesinato, el exterminio físico del oponente, la masacre, el genocidio, la esclavitud, el imperialismo, la tortura, el sectarismo y otras tantas vergonzantes plagas que han sido constantes a lo largo de la historia de la Humanidad y siguen todavía hoy vigentes.

Sin el respeto a la libertad de conciencia cualquier disparate es posible, cualquier crimen justificable en virtud de la diferencia. El que piensa diferente o vive diferente siempre será un enemigo, siempre nos sentiremos amenazados por él y siempre encontraremos una excusa para atacarle o para intentar dominarle y prevalecer sobre él. Sin el respeto a la libertad de conciencia siempre nos creeremos mejores que los de otra raza, otra cultura, otra religión y, por tanto, con más derecho que ellos a vivir bien, a ser felices. Seremos superiores y será lógico y natural, no injusto, dominarlos, supeditarlos y explotarlos.

El respeto a la libertad de conciencia es lo único que puede sobreponernos al enfrentamiento constante y permanente entre los seres humanos. Porque por más globalización que haya, siempre vamos a encontrar entre los seres humanos diferencias notables y obvias, empezando por las de raza y siguiendo por las de religión, que como hemos comprobado dolorosamente en España (11-M Madrid) y en el mundo (11-S Nueva York), y seguimos comprobando a diario en las noticias, son precisamente las que más fanatismo y barbarie engendran.


domingo, 14 de abril de 2024

De pesca

Esa mañana madrugó muchísimo. Algunas especies de pez pican mejor a hora temprana. Allí se plantó, en la orilla derecha del río, frente al remanso donde se veían nadar gobios y bermejuelas. Nada. Subió para arriba, hacia la torrentera, donde podía haber alguna trucha. Nada. Bajó para abajo, hacia el bodón, el lugar más profundo del río, donde estaban los barbos más gordos. Nada. Pero bueno, no pasa nada. La diversión de la pesca está también en esto, en ir recorriendo el río en busca del mejor lugar para tirar la caña.

Se cambió de orilla. Nada. Para arriba y para abajo. Al espadañal y a la chorrera. Nada. Nada de nada.

A ver si va a ser el cebo. Quitó la lombriz y prendió el gusano de la carne. Nada. Quitó el gusano y puso la bola de pan. Nada. Quitó el pan y puso gusarapa. Nada. Puso babosa. Nada. Puso ova. Ni por esas.

Llegó el mediodía. Como todavía no había pescado nada no quiso pararse ni a tomar el almuerzo que llevaba en la fiambrera. Siguió pescando. De pesca, quiero decir, pero sin pescar nada.

Empezó a sentir fastidio. El sol de agosto le estaba quemando pero bien y ya le picaba el cuello enrojecido, una nube de mosquitos se ensañaba con él, las zarzas de la orilla le habían arañado brazos y piernas... Y los dichosos peces, que bien que se los veía nadar en el agua clara, ni puñetero caso.

¡A tomar pol saco!

Cogió la navaja que llevaba en la bolsa de pesca y en un arrebato se abrió una zanja en el pecho y se arrancó una pizca de corazón y lo puso de cebo. Lanzó la caña. No le dio tiempo al anzuelo ni a llegar al agua. Le atrapó en el aire y se le tragó hasta dentro una sirena pelirroja de 22 años y 56 quilos de peso que casualmente se bañaba esa tarde en el río.

domingo, 7 de abril de 2024

ESO ES LO QUE CUENTA

 Al principio él no hablaba. Se sentaba frente a su café, que pedía muy caliente y luego bebía a sorbos pequeños, y se limitaba a escuchar. Con mucha atención, eso sí. Se veía que disfrutaba, que era de esas personas que llaman “escuchatanes”, por oposición a los “charlatanes”, porque verdaderamente no sienten ninguna necesidad de hablar de sí mismos, como si no tuvieran nada que contar, y les interesa cualquier vagatela sobre los demás.

Pero esta actitud a los demás llegó a fastidiarnos. Pensamos que era injusto que nosotros pusiésemos en el asador toda la carne de nuestras intimidades y él fuese tan reservado, así que un día nos compinchamos para forzarle a hablar. Llegado el momento, sentados frente al café en la reunión semanal de los viernes por la tarde, todos nos callamos y alguien le exigió, como quien no quiere la cosa: “Hoy te toca a ti contar algo, macho, que nunca nos cuentas nada.”

¡Y vaya si contó! Contó que era extraterrestre, que venía de otra galaxia, que había vivido en otras dimensiones y que había recalado en la nuestra y en nuestro planeta más por azar que por elección, pero que aquí se había sentido a gusto desde el primer momento, desde la primera era geológica, vaya, y que tanto en la Prehistoria como en todos los periodos de la Historia hasta hoy había encontrado interesante la vida en la Tierra, con más alicientes, de hecho, que en ningún otro lugar del cosmos infinito, y que por eso se había quedado. Por eso y porque estaba entre las prerrogativas de su condición existencial poder elegir, claro.

Contó que a lo largo de sus numerosas vidas en nuestro planeta, que no eran exactamente lo que nosotros llamamos “reencarnaciones”, sino otra cosa más compleja, se había enamorado y convivido, desde su elegida entidad de hombre, con mujeres de todas las razas y condiciones, aunque sin engendrar hijos en ellas, pues eso sí que no estaba a su alcance.

Contó que había desflorado vírgenes en todos los continentes, había participado en cien guerras y revoluciones, se había codeado con mil próceres, una vez hasta fue mártir, otra caníbal y otra capitaneó una hueste bárbara invasora. Contó que había practicado todas las religiones, que había naufragado, ardido en la hoguera, muerto un par de veces, la primera durante la Peste Negra, y resucitado otras tantas. 

Contó que en algunos de esos tránsitos entre la vida y la resurrección prefirió estar algún tiempo en forma de espíritu y también encontró en ello ciertos alicientes, aunque manifestó preferir la existencia corpórea por muchos motivos y no solo por disfrutar de los placeres de la carne, que no son nada desdeñables y no se conocen en otros estados de la energía ni en otras dimensiones de la existencia. 

En fin, contó tantas historias, tan variadas, tan disparatadas que unos le tomaron por un farsante de tomo y lomo, otros por un cachondo, un guasón, y otros directamente por un loco de remate. 

Yo tengo mis dudas. Si es verdad que es un extraterrestre, lo demás es perfectamente creíble y explicable. Pero cómo saberlo. Él no aporta pruebas. En cualquier caso, ahora en la reunión de los viernes nos callamos todos directamente en espera de que hable él, pues sus historias son las más interesantes con mucho, y eso es lo que cuenta.