Y llegamos así al principio
orientador de todo mi sistema de valores: el respeto a la libertad de conciencia, es decir, el reconocimiento y la aceptación
de que cada individuo tiene derecho a decidir por sí mismo, a elegir sin
imposición ninguna, no sólo sus creencias, sino también sus normas de conducta
y su estilo de vida, con total libertad, independencia y sin recibir ataques a
causa de su elección. Todo ello, naturalmente, con el debido respeto y
supeditación a los Derechos Humanos, expuestos con total claridad en la
Declaración Universal, pese a lo cual muchos los ignoran. En mi opinión
deberían figurar en todos los edificios públicos de todos los países y en todas
las oficinas de todos los organismos internacionales; y algunos de ellos, los
más importantes, los primeros, como el derecho a la vida, deberían figurar en
un panel bien grande en el vestíbulo de todos los colegios e institutos, de
todos los ayuntamientos y juzgados, de todos los consulados y embajadas. Reconocer
la libertad de conciencia implica estar dispuesto a hacer un esfuerzo de
entendimiento y convivencia con el que piensa distinto y tiene distintas
costumbres. No compromete a entender al otro, ni a supeditarse a él, ni a
identificarse con él, ni a tolerarle más allá de lo razonable, pero sí compromete
a no denigrarle gratuitamente y a no agredirle. Compromete a buscar fórmulas
justas de convivencia, fáciles de hallar a veces y muy difíciles en otros
casos. Compromete a descartar por completo la guerra, la persecución, el
asesinato, el exterminio físico del oponente, la masacre, el genocidio, la
esclavitud, el imperialismo, la tortura, el sectarismo y otras tantas
vergonzantes plagas que han sido constantes a lo largo de la historia de la
Humanidad y siguen todavía hoy vigentes.
Sin el respeto
a la libertad de conciencia cualquier disparate es posible, cualquier crimen
justificable en virtud de la diferencia. El que piensa diferente o vive
diferente siempre será un enemigo, siempre nos sentiremos amenazados por él y
siempre encontraremos una excusa para atacarle o para intentar dominarle y
prevalecer sobre él. Sin el respeto a la libertad de conciencia siempre nos
creeremos mejores que los de otra raza, otra cultura, otra religión y, por
tanto, con más derecho que ellos a vivir bien, a ser felices. Seremos
superiores y será lógico y natural, no injusto, dominarlos, supeditarlos y
explotarlos.
El respeto a
la libertad de conciencia es lo único que puede sobreponernos al enfrentamiento
constante y permanente entre los seres humanos. Porque por más globalización
que haya, siempre vamos a encontrar entre los seres humanos diferencias
notables y obvias, empezando por las de raza y siguiendo por las de religión,
que como hemos comprobado dolorosamente en España (11-M Madrid) y en el mundo
(11-S Nueva York), y seguimos comprobando a diario en las noticias, son
precisamente las que más fanatismo y barbarie engendran.
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