domingo, 18 de agosto de 2024

El abuelo Periquito

A eso del mediodía el abuelo Periquito monta en la burra y emprende el regreso a casa desde la huerta de El Pedazo, frondosa de frutales que riega con una noria: ciruelos, perales, manzanos, melocotoneros.

El padre le avista desde el bocino del sobrado, que da al río, y le ve llegar al puente. Es entonces cuando les dice a las niñas:

—¡Hala, hijas, acercaos a la huerta a por una cesta de zaraguaciles, que ya va el abuelo a casa a comer y a echarse la siesta!

Y es en la hora de la siesta, la hora de más calor del verano, cuando las niñas tienen que ir andando hasta la huerta, que está río abajo, a más de dos kilómetros, a robarle la fruta al abuelo.

A robarle la fruta al abuelo, sí, por orden del padre, que es el hijo del abuelo.

El abuelo Periquito es uno de los riquejos del pueblo, tanto que presta dinero al 22% de interés y cuando le viene en gana, sin ser fiesta ni nada, le encarga al panadero que le ase un cuarto de lechazo y se lo come tan ricamente a la puerta de la bodega con la abuela Eugenia.

Puede que el abuelo Periquito sea el más riquejo del pueblo y tiene una buena huerta que la da muchos serones de fruta, pero es mezquino sin necesidad y cuando las nietas y el nieto le ven llegar en la burra con los dos serones cargados y le piden fruta, él escoge cuatro manzanas agusanadas, cuatro peras golpeadas al caerse al suelo, cuatro ciruelas espachurradas y cuatro melocotones, los más magullados y con más macas, y eso es lo que las ofrece.

A su hijo, el padre, le da muchísima rabia que su padre sea así y por eso manda a las niñas a por fruta buena a la huerta mientras el abuelo duerme la siesta.

El abuelo no las ha pillado nunca. El día que las pille ya veremos a ver.

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