—Maestro, ¿Cuánto debo amar?
—Más.
—¿Y odiar?
—Más.
—Pero ¿cómo puedo amar más y odiar más al mismo tiempo?
—Hay que amar más lo que es amable y odiar más lo que es odioso.
—Pero, si me acostumbro a amar, ¿no acabaré amando todo indistintamente? Y si me acostumbro a odiar, ¿no tendré tendencia a odiarlo todo sin considerar su naturaleza?
—Es lo que suele ocurrir. El que es bueno tiene tendencia a la bondad y se esfuerza en amar todo y a todos los que se encuentra a su paso. Ama lo bueno y lo malo indistintamente. Lo bueno lo ama con naturalidad y lo malo con esfuerzo, porque piensa que ese esfuerzo le hace mejor y que su bondad y su amor mejoran cuanto le rodea. Pero demasiado a menudo la maldad se nutre de la bondad, el amor y la tolerancia de los ingenuos.
—Entonces, ¿no es la bondad lo que perseguimos, maestro?
—No. Perseguimos la sabiduría. La sabiduría la necesitamos para procurar la justicia. La justicia es lo único que nos hace mejores y lo único que mejora el mundo y la vida.
—¿Qué debo hacer, pues, ante un hombre malvado? ¿Debo procurar amarle o debo esforzarme en odiarle?
—Debes procurar que no ejerza su maldad. Tu sabiduría, si tanta alcanzases, te dirá en cada caso si eso lo conseguirás con más amor o con más odio.
—Me parece muy difícil alcanzar esa sabiduría, maestro.
—Te parece muy difícil. Lo es todavía más.
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