sábado, 9 de noviembre de 2024

Muerte de Espartero

“Más cornás da el hambre”, replicaba el torero sevillano Manuel García Cuesta, más conocido como Espartero, a cuantos le advertían sobre los riesgos de su profesión.

Yo no sé cuántas cornadas le habría dado el hambre, pero los toros le habían dado ya unas cuantas, tal era su arrojo, antes de que el miura Perdigón le propinase la última y definitiva en la plaza de Madrid el 27 de mayo de 1894. Perdigón, colorado, ojo de perdiz, listón, delantero de pitones y astifino, que había desventrado ya cuatro caballos de picadores en la suerte de varas, desventró también al torero de 29 años.

Al entrar a matar por primera vez, Espartero falló con el estoque. El toro también falló, con los pitones. Aunque ya avisó al diestro dándole un revolcón. Al entrar a matar por segunda vez, Espartero volvió a fallar. Pero esta vez el toro ya no, y enganchó al torero por el vientre. El matador salió despedido, se contrajo sobre sus tripas y ya no pudo levantarse. Su cuadrilla le llevó en volandas a toda prisa a la enfermería, donde el doctor Marcelino Fuertes poco pudo hacer y certificó su muerte a las cinco y cinco de la tarde.

Algunos dicen que no salía a torear, porque no sabía, sino a jugarse la vida, y así lo compensaba.

Las reses que pastan en la finca Zahariche de Lora del Río levantan las astas orgullosas cuando escuchan la copla:

“Los toritos de Miura
ya no tienen miedo a nada,
que se ha muerto el Espartero,
el que mejor los mataba.”

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