domingo, 24 de noviembre de 2024

Frontenis celestial

Las gradas del frontón están abarrotadas de ángeles. El partido es espectacular: la final del campeonato celestial. Los cuatro jugadores son divinos; bueno, uno no, uno es humano, pero juega divinamente. Los serafines apoyan al equipo azul, los querubines al verde, pero todo en un ambiente de exquisita deportividad. Aquí no hay garrulos vociferando.

La final es a 35 tantos, con punto doble si no se toca bola. Empieza el partido: gozo angelical, algarabía. Los tantos se suceden espectaculares y muy competidos. La igualdad es máxima. El tanteo se mantiene parejo durante todo el juego. Se llega al último punto con empate a 34. El partido va a muere.

Saca el delantero verde a mala leche, buscando el pique de la bola con la pared izquierda. La devuelve el zaguero azul no sin apuros. Raquetazo va, raquetazo viene. La tensión del último tanto se hace presente. Juego conservador. Nadie quiere fallar. Nadie arriesga. Los zagueros se limitan a atizar la bola sin buscar florituras. Nadie falla. El punto se hace eterno. Pero bueno, eso aquí es normal, están acostumbrados.

De repente, cuando nadie se lo espera, el zaguero azul lanza una arriesgada doble pared cortada. La bola da en la pared izquierda, coge efecto, rebota hacia el frontis y sale despedida como un rayo hacia la contracancha. El delantero verde, sorprendido, pues estaba cubriendo el rincón, arranca, acelera, adelanta la pierna, extiende el brazo con la raqueta, parece que va a llegar…, pero no: la bola se pierde a toda velocidad por la contracancha y le da en los morros al arcángel Uriel, que no pone la mano a tiempo.

Fin del partido. Vítores de los serafines, cabeceos y titubeos de los querubines, que han perdido las apuestas. Deportividad entre los cuatro pelotaris, que se acercan a saludarse. El zaguero verde, que no es otro que el arcángel San Miguel, mientras estrecha la mano del zaguero azul le dice:

—¡Jolín, Valentín, a ti no te gana ni Dios, macho!

En efecto, el delantero verde era Jesucristo.


                         In memoriam Valentín Sancho Laguna

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