sábado, 28 de diciembre de 2024

2024



“¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!”
                                                      Góngora

¡Que se nos va 2024! Este año tan extraño, que nació apenas hace unos meses, el 1 de enero —¡qué casualidad!—, tiene ya los días contados, y hasta las horas.

¿Y qué? ¿Cómo ha ido? ¿Hemos sido este año más espabilados y le hemos sacado más juguillo que al anterior, o hemos sido los mismos zotes de siempre y hemos dejado pasar de largo las ocasiones de disfrutar? Me da a mí que no escarmentamos ni aunque nos aspen.

Pues esto se acaba, señores, y camarón que se duerme la corriente se lo lleva, y año que pasa, año que no regresa; y encima, pesa; porque pesan los años más que los kilos y le caen al cuerpo como pedruscos que le echasen a uno encima; y al alma no digamos, porque al alma le caen como carcomas que le horadasen las ganas.

¿Que las ganas de qué? Pues las ganas de todo, porque la ilusión es una llamita muy endeble que como no la resguardes bien del cierzo en un farolillo se te apaga en un soplo; y el entusiasmo es una brizna de hierba que al momento de nacer se la puede comer cualquier cerdo a poco que hoce.

Así que ojo al parche, a escarmentar en cabeza ajena y propia y a hacerse nuevos y buenos propósitos para el año entrante, Y, sobre todo, a no dejar pasar las oportunidades de gozar que nos ofrezca la vida, porque a buen seguro que ella no nos va a dejar a nosotros que pasemos sin beber los tragos amargos que nos tiene reservados, y no porque sea mala, sino porque así es la vida.

Cada cual sabrá dónde le aprieta el zapato y donde rascarse cuando le pica. Quiero decir que cada cual sabrá —y si no, malo— lo que le gusta y no le gusta y lo que requiere para ser feliz. Yo, que soy austero, con poco me conformo: con un mendrugo de poesía paso la mañana y una carantoña me rellena una tarde. Si además hay buena conversación, miel sobre hojuelas. El buen razonamiento me nutre, la buena explicación me reconforta. Si me esmero, veo el infinito en un junco. Si me lo propongo, diserto con los ángeles.

Aunque no me esmeré nunca en hacerme millonario, cuatro perras que me alcancen para no pasar penurias, sí que las tengo. La salud, tengo más hoy de la que tendré nunca, así que en eso muy optimista no puedo ser, pero ya he hecho algunas prácticas en ser resignado y no se me da nada mal; y es bastante útil, por cierto: mejor resignado que frustrado y amargado. Y del amor, qué deciros. Como no soy soberbio, pienso que tengo más del que merezco y me dan más del que me gano, así que por ahí me siento afortunado. Amigos tampoco me faltan y son de buena calidad: duraderos, resistentes, no sé si de roble o de caoba. Y por dicha caí en buena familia, y numerosa; y otra hice yo con estas manos que Dios me ha dado, que tampoco se la salta un gitano.

Así que creo que tengo suficientes juncos para hacer el cesto de 2025. Lo mismo os deseo. ¡La Providencia nos le llene a todos de dones!  


jueves, 19 de diciembre de 2024

Erato


Estaba yo tan a gusto metidito en mi cama con el pijama de franela y a punto de dormirme cuando desciende sobre mí la musa.

—¡Hala, majo, ahueca, que tienes que escribir un nocturno!

—¿Ahora?

— Sí, sí, ahora mismito, porque como te lo dicte y te duermas, mañana ya no te acuerdas y se pierde.

—¿Y no has podido venir antes, que he estado toda la tarde aburrido y sin hacer nada?

—¡A ver si vas a ser tú el primer listillo que pone horarios a las musas!

—No, no; no era mi intención.

—Pues, hala, parriba, a por papel y lápiz.

—Menos mal que siempre dejo una libretilla y un boli en el cajón de la mesilla, porque te conozco.

—Pues muy bien que haces. Copia:

En la noche de diciembre

terrible y aciaga

mientras tiritan los sin techo

bajo el manto de la escarcha,

me acordé de aquella otra

que pasamos en la playa

entre olas y caricias,

entre besos y palabras,

cuando me dijiste:

“¡No me abandones al alba!",

y al amanecer me fui

por  veredas extrañas.

¡Y ahora lo está pagando

la soledad de mi alma,

que me acuerdo de ti

cuando me voy a la cama,

y cada día al levantarme,

cuando subo la persiana

y miro hacia la calle

con infinita desgana!

—¡Pero esto es todo mentira, señora musa, a mí esto no me ha pasado, yo esto no lo he vivido nunca! No echo de menos a nadie y estoy felizmente casado y mi mujer está aquí mismito en la cama, que bien que se la oye roncar.

—Pero, so cateto, ¿es que no has leído a Pessoa, cuando dice que el poeta es un fingidor?

—Sí, sí; pero Pessoa dice:

O poeta é um fingidor.

Finge tão completamente

que chega a fingir que é dor

a dor que deveras sente.

Pero es que mi caso es al revés, es que yo aquí tengo que fingir un dolor que no es de verdad, sino de mentirijillas.

—¡Pero, bueno, mentecato!, ¿tú con quién te crees que estás hablando? ¿Tú sabes que las musas somos diosas?

—Sí, sí, hombre, por supuesto, que hice en la Complutense un curso de doctorado sobre mitología clásica con el famoso libro de Ruiz de Elvira y me le leí de cabo a rabo.

—¡Pues entonces, cállate, mísero humano, y haz caso a lo que te dice la diosa, que para eso aprobé yo en su día las oposiciones!

—Vale, vale, lo que usted mande, señora diosa.

—Pues mañana este nocturno que te acabo de dictar le quiero ver publicado en tu blog.

—¿Y si no tengo tiempo?

—Si no tienes tiempo, le pides prestado. Como mañana no le vea yo publicado antes de las 23:59, vengo luego a buscarte a la cama en cuanto te hayas quedado dormido, te despierto y te dicto un poema épico sobre el descubrimiento de América en 483 octavas reales, a la manera de La Araucana de don Alonso de Ercilla, y te tengo toda la noche en vela.

—¡Glub! Caliope no lo consienta.

—Caliope es mi prima, atontao.

—Lo publicaré, lo publicaré. ¿Quiere usted que la fría unos torreznillos que me acaban de traer del pueblo?

—No, gracias, majo, que en la cena me he hinchado de néctar y ambrosía y tengo las tripas medio revueltas. No sé yo cómo acabará la cosa. Por cierto, ¿dónde queda el baño?

—Al fondo del pasillo.

—pues pallá que voy.


sábado, 14 de diciembre de 2024

Doña Matílde

Estaba yo tan pancho en mi departamento de Lengua Castellana y Literatura corrigiendo el primer parcial de la 1ª evaluación de 2º de Bachillerato, leyendo meticulosamente las argumentaciones sobre si los castigos ayudan o no ayudan a educar a los niños, y señalando metódicamente todas las faltas de ortografía, encerrando la palabreja mal escrita en un circulillo rojo, cuando llaman intempestivamente a la puerta.

Era doña Matilde. Doña Matilde Diacrítica, Tilde a secas para los amigos. Venía hecha un basilisco.

—¡Hombre, doña Matilde! Pase, pase. ¿Qué la trae por aquí?

—¡Vengo a presentar una reclamación!

—¿Una reclamación? ¿Y eso por qué?

—Porque ya estamos otra vez como todos los cursos, don Adrián. ¡Que los niños no me respetan, leñe! Que me ningunean, que pasan de mí, como dicen ellos, que no me ponen sobre la vocal que me corresponde ni por equivocación. Y me da mucha rabia, narices, porque encima a mi hermana melliza, la otra Matilde, no digo yo que la hagan tampoco mucho caso, pero por lo menos se acuerdan de ponerla de vez en cuando en las esdrújulas y en las agudas acabadas en –ón.

—¿Y qué quiere que yo le haga, doña Matilde?

—¿Pero es que no me explica usted o qué?

—Yo la explico a usted dos o tres veces por semana y con absoluto rigor lingüístico y con claridad meridiana y les cuento lo importante que es usted y que sin usted no podríamos distinguir a algunas palabras homónimas homófonas pero no homógrafas gracias a usted, y que agradecidísimos teníamos que estarla, y les pongo de ejemplo que allá donde voy me preguntan de dónde vengo, y otros mil ejemplos por el estilo que me saco yo de mi magín y con los que yo disfruto muchísimo porque yo a usted la quiero con locura, doña Matilde; yo a usted, doña Matilde, después de a mi santa madre, a mi divina esposa, a mis hermana, a mis tías paternas y maternas y a tres o cuatro amigas que tengo por ahí, es sin lugar a dudas la mujer a la que más quiero. Y no lo digo por decir, doña Matilde, que obras son amores y no buenas razones, y yo a usted la he dedicado horas y horas en esas aulas de Dios a lo largo de mis ya 36 años de profesión docente, y siempre hablando de usted en el mejor tono, con la mayor reverencia y dejando traslucir al alumnado impávido el profundo cariño que la profeso.

—Pero, entonces… ¿es que esos muchachos no tienen vergüenza ninguna?

—Pues yo no sé si tienen o no tienen vergüenza, doña Matilde, porque yo no sé si alguien sabe ya en estos tiempos que corren lo que es la vergüenza ni para qué sirve, si es que sirve para algo, aunque usted y yo sí que la tengamos, desde luego, y a mucha honra. No se lo tome usted a mal, doña Matilde, que no es nada personal. Esos muchachos y esas muchachas a lo mejor sí que tienen vergüenza, pero es que también tienen TikTok, Instagram, Facebook, Youtube y otras mil porquerías que les sorben los sesos, y usted y yo les importamos muy poco. Yo, por ejemplo, solo les importo algo el día que doy las notas. Hasta ese día, como que no existo. Y usted les importa algo también ese mismo día, cuando les entrego corregido el examen y ven que les he descontado de la nota una décima por cada vez que usted no aparece, por ejemplo, en un pronombre o un adverbio interrogativo, ¡fíjese si la aprecio yo a usted!

—No sé, no sé… Yo lo que veo es que a usted se le va la fuerza por la boca diciendo que me explica mucho y que me aprecia mucho, pero no me soluciona nada. ¡jubílese ya, hombre!

—Pues mire, doña Matilde, si me lo dice usted así, tan fresca, la digo que a lo mejor lo hago. Pero usted ándese con mucho cuidado y no se ponga tan exigentona, que a lo mejor a la que la jubilan es a usted, porque como a estos muchachos les dé por lanzar en internet una petición a la RAE para que la eliminen de la ortografía, como ya la quitaron a usted de la palabra solo cuando equivale a solamente, va usted apañada; vamos, que pasa a mejor vida.

—¡No me diga! ¿Eso pueden hacerlo?

—Sí la digo. Eso pueden hacerlo y todo lo que se les ocurra. En cuanto que digan que es usted discriminatoria por hache o por y griega y reúnan cuatro o cinco millones de firmas digitales y salgan a darles la razón dos o tres escritorzuelos tertulianos que quieran ganárselos, tiene usted los minutos contados.

—¡Glub! No lo había pensado.

—Pues hay que pensar más, que por pensar todavía no cobran y a veces hasta pagan. Así que no meta usted mucha bulla, disfrute discretamente de su bien ganado prestigio y del respeto de cuantos la admiramos sinceramente y no se meta con estos chavalejos que parecen inofensivos, pero que si les tocas mucho las narices te echan encima a sus padres y a sus madres, y sus padres algunos son concejales y sus madres algunas son abogadas y apañaos estamos si tenemos que darles audiencia a todos para explicarles por qué tenemos recogida en la programación didáctica de la asignatura que descontamos una décima por cada falta de ortografía, siempre con el límite máximo de dos puntos, claro, para no hacer sangre.

—Pues usted perdone, entonces, don Adrián. Haga como que yo no he venido aquí a protestar esta mañana. ¡Que no se entere nadie, por Dios! Voy a la cafetería a tomar un café a ver si se me pasa el susto. Dejo el suyo pagado, don Adrián.

—¡Vaya con Dios y con Nebrija, doña Matilde!

viernes, 6 de diciembre de 2024

El racimo

Yo estoy contra el racimo. Eso de que una pezona se crea mejor que otra por su taza, por el color de su pie, por su estatua, por sus rasgos faciales o por cualquier otra tintorería semejante me da pol sobaco.

Yo soy blanco, moreno de pedo, caucásico, dolicocefalópodo, enjuto y espigado, de comprensión atlética y no poco agraviado de rostro. Pero si fuera negro, de caballo rubio, asiático, mesocefalópodo, rechocho, bajito y gordinflón, además de poco guarrito de cara, tendría exactamente la misma dignidad como persona, como ser ahumado.

Con el racimo lo que hay que hacer es denunciarle y combabatirle. Nuestra suciedad actual es multiétnica y multiescultural, y esa diversidad debemos beberla como algo positivo y no como una amenaza. Sí que es verdad que nos dan un poco de mierdo los que vemos diferentes a nosotros, igual que nosotros inquietamos a los que nos percebes como diferentes; esto a los racistas les genera lechazo.

La mejor manera de combatir el racimo y fomentar la convivencia panífica es mediante la eunucación. Si a los niños se les ensaña en los conejos a empatizar con el diferente, a fomentar la inclusión, a relacionarse con gentes de otras religiones, de otras culturas, de otras traiciones y de otras racias, ellos mismos irán construyendo un mudo sin prejuicios en que cada indiviudo sea babalorado sin atender a más consideraciones que sus méritos pezonales.

 Toda persona es valiosa por el memo hecho de ser persona, y la persona es tanto más valiosa cuantas más cosas (y quesos) valiosas hace. Eso es lo único que hay que tener en Cuenca. Eso es lo empotrante. Así que el racimo pa su padre, que ya está pasado de mona.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Xenofobia

Le pregunto a mi amigo Feliberto que si es xenófobo y me dice que ni por asomo, que a él le gustan muchísimo las tetas, incluso más que los culos.

Le explico que no quiere decir eso, que la xenofobia es el racismo, y añade que menos todavía, porque le gustan todavía más las tetas de las negras que las de las blancas, porque le recuerdan al chocolate que le hacía su abuela de pequeño.

¡Qué burráncano es mi amigo Feliberto! No se lo toméis a mal. Es que no tiene estudios. No pudo ir al instituto, y no porque no fuera inteligente, que es más listo que los ratones coloraos. El que no fue tan listo fue su padre, que, en vez de darle estudios, le mandó a arar las tierras con el tractor siendo todavía un chavalejo, que no tenía ni carné de conducir, mientras él se quedaba tan pancho en la bodega bebiendo vino de cosecha y comiendo arenques ahumados algunos días, y otros chorizo butagueño, y otros torreznillos que le freía la Isidora, su mujer, y otros jurel en escabeche. Poco le preocupaba a pie de cuba el futuro de su hijo. No como a mi padre, sin ir más lejos, que renunció a que yo le ayudara en el campo con la labranza y se echó él todo el trabajo a cuestas para que yo pudiera ir al internado de los frailes a estudiar la EGB y el BUP, y luego a Madrid a estudiar primero el COU en el instituto de Orcasitas y luego la carrera en la Complutense. Una carrera que se llamaba Filología Hispánica y mi padre no sabía ni lo que era y me dijo un día: “Pero, hijo, ¿por qué no estudias una carrera normal y te haces médico o abogado, como todo el mundo?” Le repliqué que a mí me gustaba eso y ya no se metió en más.

Pero bueno, esa es mi historia y no la de Filiberto. Y la de Filiberto venía por la xenofobia. Y la xenofobia viene porque se ha instalado en el pueblo una familia marroquí y algunos desconfían. ¡Pero qué vas a desconfiar si él, que se llama Nabil, viene de pastor para el Eusebio, que está ya cascado de tanto andar a la intemperie con el rebaño y no encuentra por estos contornos quien le eche una mano, lo primero porque por estos contornos no queda un alma joven y lo segundo porque las almas jóvenes pastores no quieren ser, quieren ser raperos; y ella, que se llama Maja, viene a trabajar en la fábrica de queso y yogures de leche de oveja churra, a echar una mano a la Faustina, emprendedora rural, que ha tenido los santos güevos de hacerse empresaria en un pueblo de cincuenta habitantes, jubilados la mayoría, así que a ver de dónde sacaba si no a la empleada que necesita, que ella sola con todo no puede!

Encima, esta parejita foránea aporta al pueblo cuatro chavalejos para que corran por las calles y tropiecen con los cantos, porque son los únicos, que no hay otros, aquí no quedan ya más que viejos.

Total, que la xenofobia creo yo que no procede en este caso. Se han metido a vivir en la casa vieja de la tía Teodora, que se la ha dejado gratis porque se estaba cayendo y tiene la esperanza de que la adecenten un poco y la hagan cuatro arreglos para que así por lo menos no se hunda, que sería una pena, que es la casa en que nació.

Si no quieren ir a misa, que no vayan. ¡Si la mitad de los domingos no vamos ni nosotros, con cualquier excusa! Al vermú no falta nadie, eso sí. Estos tampoco irán al vermú, por lo que se ve. Si no quieren comer chorizo ni beber vino, pues que ni lo coman ni lo beban, ellos se lo pierden. Aunque eso me gustaría a mí verlo en cuanto lleven aquí tres meses y les invite a merendar en la bodega el tío Aniceto y les saque el jarro de vino de cosecha que le ha salido este año del majuelo ese de Valdesendino, que da una uva que pa qué, mezcla de negra aragonesa y blanca valenciana. O cuando les ponga debajo de las narices el plato de choricillo casero de la matanza, que lo adoba la tía Genara con una mano que ya la quisiera el mejor pelotari; y, sobre todo, con mucho magro de los jamones delanteros y poco tocino, lo justito para que ahueque un poco, y buen pimentón que le trae de su pueblo de La Vera la Lucre, que es extremeña y se casó con mi primo Pedro por recomendación del pastor merinero que hacía la trashumancia; pero esa es otra historia que a lo mejor la cuento otro día. El caso es que el chorizo casero de la tía Genara no tiene nada que ver con el comprao, que es todo sebo disimulado con colorantes.

A lo que iba, coñe, que me desvío: que si el Nabil este tiene huevos a subir un par de veces a la bodega del tío Aniceto y no catar el chorizo ni pingar del jarro, pues ole sus güevos y ole su religión, que yo por tan poca cosa no me voy a hacer xenófobo, ¡y mira que soy patriotero y defiendo a muerte por dondequiera que vaya el vino y el chorizo de mi pueblo!