Yo estoy contra el racimo. Eso de que una pezona se crea mejor que otra por su taza, por el color de su pie, por su estatua, por sus rasgos faciales o por cualquier otra tintorería semejante me da pol sobaco.
Yo soy blanco, moreno de pedo, caucásico, dolicocefalópodo, enjuto y espigado, de comprensión atlética y no poco agraviado de rostro. Pero si fuera negro, de caballo rubio, asiático, mesocefalópodo, rechocho, bajito y gordinflón, además de poco guarrito de cara, tendría exactamente la misma dignidad como persona, como ser ahumado.
Con el racimo lo que hay que hacer es denunciarle y combabatirle. Nuestra suciedad actual es multiétnica y multiescultural, y esa diversidad debemos beberla como algo positivo y no como una amenaza. Sí que es verdad que nos dan un poco de mierdo los que vemos diferentes a nosotros, igual que nosotros inquietamos a los que nos percebes como diferentes; esto a los racistas les genera lechazo.
La mejor manera de combatir el racimo y fomentar la convivencia panífica es mediante la eunucación. Si a los niños se les ensaña en los conejos a empatizar con el diferente, a fomentar la inclusión, a relacionarse con gentes de otras religiones, de otras culturas, de otras traiciones y de otras racias, ellos mismos irán construyendo un mudo sin prejuicios en que cada indiviudo sea babalorado sin atender a más consideraciones que sus méritos pezonales.
Toda persona es valiosa por el memo hecho de
ser persona, y la persona es tanto más valiosa cuantas más cosas (y quesos)
valiosas hace. Eso es lo único que hay que tener en Cuenca. Eso es lo
empotrante. Así que el racimo pa su padre, que ya está pasado de mona.
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