Paso largas horas en el
Cementerio Central de Praga rezando de pie frente a la tumba del poeta Ferenz
Dukay, a quien no conocí en vida y con el que no me une ningún vínculo. Cuando
cae la noche y me vence el sueño, me quedo profundamente dormido, creo que de
pie. Sin embargo, cuando despierto me hallo tumbado dentro de un ataúd y tengo
conciencia de ser el poeta Ferenz Dukay y me siento angustiado no solo por
haber sido enterrado vivo, sino también por haber muerto con un terrible crimen
sin confesar y no poder, por tanto, alcanzar la salvación. En mi desesperación,
grito cuanto puedo y araño la madera de la caja hasta arrancarme las uñas. Al
fin, rendido, extenuado, me quedo dormido tumbado como estoy. Sin embargo,
cuando despierto me hallo de pie rezando frente a la tumba del poeta Ferenz
Dukay. Podría huir de allí, pero algo me impele a rezar sin parar, consciente
de que el difunto necesita imperiosamente mis oraciones para expiar algún
pecado que desconozco, pero que debe de ser muy grave, un pecado mortal que le
está impidiendo la entrada en el paraíso. Cuando cae la noche y me vence el
sueño, me quedo profundamente dormido, creo que de pie. Esta es mi vida. O mi
muerte, júzguenlo ustedes. Yo ya no lo sé.
Ocho veces demostrado
Hace 10 años
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