Sale de él un hedor insoportable que parece
provenir directamente del infierno. He intentado anegarle arrojando toneladas
de piedras, pero parece no tener fondo y cuando caen se escucha muy profundo el
ruido del agua mezclado con terribles alaridos. He intentado tapar el brocal
con pesadas losas, pero la fuerza del sufrimiento y la maldad que emanan de sus
profundidades las descorre durante la noche y a la mañana me le encuentro otra
vez regurgitando su pestilencia. Estoy desesperado. No hallo la manera de sellarle
y evitar su permanente amenaza. Sólo conozco un modo de acallar a los seres
muertos que lo habitan: alimentándoles en lo hondo para evitar así que salgan a la
superficie como torbellinos de crueldad y demencia y causen entre los vivos estrago, pavor, desconsuelo.
Esta noche tendré que salir
en busca de otro niño descuidado.
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