Cualquiera hubiera pensado que era un niño extraviado en
la feria porque era muy pequeño y estaba solo entre el bullicio. Yo fue lo
primero que pensé y me quedé vigilándolo mientras escrutaba a su alrededor en
busca de unos padres apurados, pero nadie por allí parecía echar de menos a un
hijo. Me fijé además en que él caminaba despreocupado, moviéndose con soltura
entre la gente como si supiese perfectamente hacia dónde se dirigía y dando de
vez en cuando un mordisco a la manzana caramelizada que llevaba en la mano. Le
seguí y empecé a sospechar al fijarme en cómo evitaba el roce de la gente, pero
salí de dudas cuando abandonó la calle de las atracciones y se dirigió a la
explanada en que estaba instalado el Gran Circo. Fue hacia la parte trasera,
donde estaban los carromatos. Se acercó a la jaula del tigre de Bengala, metió
por completo el brazo entre los barrotes y le ofreció la manzana. Por un
instante sospeché el zarpazo y
entreví el brazo infantil arrancado de cuajo, pero el tigre reculó al punto, hizo un mohín, agachó las orejas y luego, como el niño insistía en su ofrecimiento riéndose con unas carcajadas malsanas y pavorosas, por completo impropias de una criatura de su edad, empezó a revolverse en la jaula como aturdido y a golpearse contra los barrotes del lado opuesto. Entonces ya no tuve ninguna duda sobre la identidad de aquel niño y me alejé de allí como alma que lleva el diablo, pero huyendo precisamente de él.
entreví el brazo infantil arrancado de cuajo, pero el tigre reculó al punto, hizo un mohín, agachó las orejas y luego, como el niño insistía en su ofrecimiento riéndose con unas carcajadas malsanas y pavorosas, por completo impropias de una criatura de su edad, empezó a revolverse en la jaula como aturdido y a golpearse contra los barrotes del lado opuesto. Entonces ya no tuve ninguna duda sobre la identidad de aquel niño y me alejé de allí como alma que lleva el diablo, pero huyendo precisamente de él.