domingo, 13 de julio de 2014

El homínido


El homínido mira a la hembra y nota que le gusta mucho. La hembra también le mira a él de vez en cuando, siempre a hurtadillas porque pertenece al jefe. El homínido comprende que si quiere a la hembra tendrá que matar al jefe en algún momento; a traición, por supuesto, porque el jefe es más fuerte y más feroz que él. Como no es más que un homínido, todavía no ha desarrollado suficientemente su conciencia moral  y no siente ninguna repugnancia ante ideas tales como la traición o el asesinato. Así que anda siempre al acecho y un día, durante una partida de caza, al paso por un escarpado desfiladero, empuja disimuladamente al jefe y le despeña. El cadáver no puede ser recuperado. De regreso a la caverna, ella hace que llora con los ojos, pero sonríe con el corazón mientras él la abraza y hace como que la consuela cuando en verdad la acaricia. Esa misma noche yacen justos y la posee y luego se queda plácidamente dormido. Pero cerca del alba se despierta sobresaltado, aterrado, sudoroso y sin comprender: el jefe ha venido a vengarse, ha visto su fiero rostro ante él, ha sentido su aliento. Ella, a la que ha despertado con sus gritos de pánico, le acaricia, le tranquiliza, le susurra que vuelva a dormirse. Él lo intenta, pero no lo consigue porque ya es un hombre. Aunque no lo sabe, esa noche ha dado un paso de gigante en la evolución humana y ya es capaz de sentir el ácido escozor del remordimiento.

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