En la pared del fondo había
una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí me entretuve un rato jugando con
peluches y tentetiesos. Luego me dirigí a la pared del fondo, donde había una
puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí me entretuve un rato leyendo tebeos
y coleccionando cromos, pero al cabo me cansé y me dirigí a la pared del fondo,
donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí me entretuve
escuchando los discos de mis cantautores favoritos, leyendo poesía y
escribiendo versos de corazón quebrado. Al cabo de un rato me dirigí a la pared
del fondo, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Durante la
nueva espera me enamoré y gocé de las delicias de la ternura y el arrebato,
pero al cabo me dirigí al fondo de la estancia, donde había una puerta. La abrí
y pasé a la antesala. Allí concebí numerosos proyectos, emborroné unos cuantos
borradores de obras maestras y perdí algunos amigos. A la postre me dirigí a la
pared del fondo, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí
empecé a sentirme algo cansado del trajín, pero me entretuve en cavilaciones de
orden metafísico y enredado en recuerdos y nostalgias que parecían ser ya más
importantes que los propios proyectos y expectativas. Cuando salí de mi
embeleso, me dirigí a la pared del fondo, donde había una puerta. La abrí y
pasé a la antesala. Noté algo de frío. Me entretuve en hacer balance de mi
itinerario y acabé concluyendo que había recogido muchos palos pero no había
atado ninguna escoba. Ahora la pared del fondo me parecía que estaba más cerca
y, sin embargo, me movía con dificultad y torpeza y me costó llegar hasta la
puerta. La abrí y pasé a la antesala. ¿Qué antesala ni qué niño muerto si, a
pesar de la penumbra, puedo apreciar claramente que en la pared del fondo no se
abre ninguna puerta? Me doy la vuelta entonces y quiero regresar por donde he
venido. Para mi sorpresa y desconcierto, tampoco hay puerta ya en la pared por
la que he entrado.
Ocho veces demostrado
Hace 10 años
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