domingo, 29 de junio de 2014

La lámpara maravillosa


En un mercadillo de Bagdag descubrió una lámpara de aceite roñosa que compró por cuatro perras (o dinares)  y se la trajo como recuerdo para Madrid. Ya de vuelta, compró en L&M un líquido especial y la limpió a conciencia hasta dejarla reluciente. Quedaba muy bonita sobre el taquillón del dormitorio.

Una noche terrible de desolación, desesperanza e insomnio, encendió el aplique de la cabecera de la cama, la vio brillar entre los libros que ya había renunciado a leer  y concibió una última esperanza. La tomó entre ambas manos y comenzó a frotarla con verdadera avidez. La lámpara empezó a refulgir, a calentarse y a echar  un humo negrísimo por la boca. Al cabo salió el genio.

Pero no dijo: “Oír es obedecer. Tus deseos son órdenes para mí. Pide lo que deseas y te será concedido.”

No. Se mesó la perilla, agitó el rabo, se acarició la cornamenta y con un aliento que apestaba a azufre y una sonrisa maliciosa le espetó: “Bienvenido al infierno.”

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