Yo me hice misionero porque no
quería ser un cura de parroquia asistiendo a viejas beatas con pecados
veniales. Quería ver mundo y redimir a pueblos enteros, acudir a lugares
remotos donde no tuvieran conciencia siquiera de Dios y llevarles la Palabra y la
Fe. Cuando me hablaron de aquella tribu
salvaje perdida en lo más recóndito de la selva, me pareció estupendo acudir a
evangelizarles y redimirles de su atraso y su salvajismo. No me intimidó que
fueran caníbales. No lo dudé ni un instante a pesar de la peligrosidad de la
misión y la insistencia del Señor Obispo de que me lo pensara dos veces porque
podría no regresar jamás.
No he regresado. Llevo ya diez
años entre estas gentes. He cumplido mi misión. Los he convertido a la Fe. Soy muy feliz. Y cada
vez que viene un legado episcopal a verificar mi tarea hacemos fiesta gorda
porque la carne de caucásico tiene un sabor y una textura incomparables.
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