Cada uno es como es
y yo soy viscoso. Esto me ha dado muchos problemas: los niños me tiraban
palitos o chapas para ver cómo se me adherían, las mozas no querían bailar
conmigo el agarrao porque se quedaban pegadas. Pero yo lo asumía todo con buen
talante: peor hubiera sido tener cáncer o ser retrasado. He sufrido, no lo
niego, porque el rechazo y la postergación siempre dejan un poso de amargura. Los
más me han considerado siempre un paria. Algunos han sido crueles, otros se han
compadecido. Muchos, simplemente, me han ignorado.
Sin embargo, ha
llegado mi momento. Ahora todos me envidian. Todos, absolutamente todos, me
consideran afortunado y a cierra ojos se cambiarían por mí. Porque la epidemia
se ha generalizado y es terrible y causa mucho dolor y nadie se libra. Y yo soy
el único, ¡el único!, inmune al contagio.
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