domingo, 22 de junio de 2014

El espejo rococó


Desde el primer momento le fascinó aquel espejo rococó que descubrió por causalidad en el rastrillo de antigüedades. Le compró sin regatear y se le llevó a casa. Le instaló sobre el lavabo para usarle a diario: tanto le gustaba. Por lo general, funcionaba bastante bien, solo le fallaba el mecanismo a la hora de afeitarse, pues él se afeitaba con cuchilla y, sin embargo, se reflejaba afeitándose a navaja. No se alarmó por este pequeño desajuste, pues comprendía que en aquella época la técnica no estaba tan desarrollada como en la actualidad y era comprensible que estos aparatejos antiguos no funcionasen con tanta precisión como los modernos. Decidió solucionarlo de la forma más sencilla: afeitándose a navaja.

Pero el espejo debía de estar bastante estropeadillo porque la primera vez que se afeitó se reflejó en él un rostro que no era el suyo y que sonreía con mirada aviesa mientras él, con su propia mano, pero guiada por una voluntad que no era la suya, se cercenaba con determinación y parsimonia el cuello.

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