El lunes dijo que se sentía pez,
se metió en la bañera y se pasó allí todo el día haciendo inmersiones y
chapoteos. No le dimos mayor importancia creyendo que sería alguno de sus
habituales caprichos pasajeros. Pero el martes nos salió con que se sentía culebra
y se tiró todo el santo día reptando por los pasillos y si te descuidabas te
mordía las canillas. Alguna patada se llevó en la boca por este motivo, pero no
por eso desistió de su actitud. Empezamos a preocuparnos, pero no tomamos
ninguna medida porque al llegar la noche
se metió en la cama con toda normalidad como si se desvaneciera por ensalmo su
manía. Pero el miércoles se levantó croando, se puso en cuclillas y recorría el
internado dando saltitos y tratando de atrapar moscas con la lengua, cosa que
no lograba y, por tanto, se tiró toda la jornada sin probar bocado. A pesar de
ello, nos sentimos casi aliviados pues su estampa de sapo no era tan agresiva e
impactante como la de reptil del día anterior y podía considerarse como una
leve mejoría. Así podría considerarse, a su vez, lo del jueves, en que amaneció
perro, se puso a cuatro patas, sacaba la lengua y jadeaba, se echaba a nuestros
pies y buscaba nuestras caricias. Nosotros le pasábamos de vez en cuando la
mano por la nuca y así se mantuvo tranquilo y feliz todo el día. Con todo,
habíamos resuelto no esperar más y llamar al día siguiente a los doctores para
que le examinasen detenidamente, pues nos parecía que este acceso de manías
encadenadas estaba durando ya demasiado. No hubo lugar: el viernes nada más
levantarse se sintió pájaro y su habitación estaba en la sexta planta.
Ocho veces demostrado
Hace 10 años
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