domingo, 7 de diciembre de 2014

Manías


El lunes dijo que se sentía pez, se metió en la bañera y se pasó allí todo el día haciendo inmersiones y chapoteos. No le dimos mayor importancia creyendo que sería alguno de sus habituales caprichos pasajeros. Pero el martes nos salió con que se sentía culebra y se tiró todo el santo día reptando por los pasillos y si te descuidabas te mordía las canillas. Alguna patada se llevó en la boca por este motivo, pero no por eso desistió de su actitud. Empezamos a preocuparnos, pero no tomamos ninguna medida  porque al llegar la noche se metió en la cama con toda normalidad como si se desvaneciera por ensalmo su manía. Pero el miércoles se levantó croando, se puso en cuclillas y recorría el internado dando saltitos y tratando de atrapar moscas con la lengua, cosa que no lograba y, por tanto, se tiró toda la jornada sin probar bocado. A pesar de ello, nos sentimos casi aliviados pues su estampa de sapo no era tan agresiva e impactante como la de reptil del día anterior y podía considerarse como una leve mejoría. Así podría considerarse, a su vez, lo del jueves, en que amaneció perro, se puso a cuatro patas, sacaba la lengua y jadeaba, se echaba a nuestros pies y buscaba nuestras caricias. Nosotros le pasábamos de vez en cuando la mano por la nuca y así se mantuvo tranquilo y feliz todo el día. Con todo, habíamos resuelto no esperar más y llamar al día siguiente a los doctores para que le examinasen detenidamente, pues nos parecía que este acceso de manías encadenadas estaba durando ya demasiado. No hubo lugar: el viernes nada más levantarse se sintió pájaro y su habitación estaba en la sexta planta.


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