No veo
ángeles de la guarda.
No veo aquí
sentados demonios tentadores.
Solo veo
gente que viaja,
gente que va
a Madrid.
¿A qué irá
toda esta gente a Madrid
un viernes a
media mañana?
Ir a Madrid
era para mí un suplicio cotidiano
cuando era
un Sísifo estudiante
y tenía que
ir cada mañana a la facultad de filología.
Ahora ya, 35
años después y jubilado,
cojo el tren
por placer, viajo tranquilo,
igual da si
llego a y veinte que a menos cuarto:
la mañana es
para mí y mis ocios.
Seguro que
de todos estos pasajeros
soy el único
que va a comprar entradas para el teatro.
Aquí viaja
el chaval hispano que escucha música
a todas
horas
y las dos
moritas que van con el carro de la compra,
seguramente
a algún mercadillo
donde todo
sea más barato.
Hay jóvenes
y viejos.
los viejos
tal vez irán a sus consultas médicas
a que les
revisen su taleguilla de achaques.
Los jóvenes,
a sus trabajos
o a sus
estudios
(pero no veo
libros, ¿los llevarán en la mochila?).
Casi todos
van con su mochila a cuestas
y su móvil
en la mano.
Sólo yo me
he traído un libro, que no leo
porque
descubro que es mucho más interesante
observar a
la gente y especular sobre sus vidas.
En el vagón
algunos leen, pero en el móvil;
otros en el
móvil ven vídeos o series,
otros
escuchan música.
Algunos, con
el pinganillo puesto, hablan
interminablemente
con gentes
que estarán al otro lado:
al otro lado
de la línea,
al otro lado
de la vía,
al otro lado
de la ciudad,
tal vez al
otro lado del océano.
El viaje en
el tren de cercanías es un doble viaje:
el viaje a
tu destino de Recoletos y el viaje
de ir
viajando por la vida tuya y de todas estas gentes
sobre cuyas
vidas curioseas.
Te fijas y
tratas de diferenciar
entre la
negra latina y la negra africana
(creo que
esta última es un poco más negra
y más azul).
Intentas
discernir si esa mujer,
que
claramente es del este,
es búlgara,
rumana, polaca, ucraniana o rusa.
A ver si
habla en su idioma
y algo
deducimos por el acento,
aunque no
estamos muy versados en lenguas.
Los
españoles somos cuatro. Tenemos otra pinta.
Pinta,
pinta, gorgorinta.
Esta
composición multirracial de los vagones
y de la vida
me parece a
mí ahora
(porque en
mi juventud no la había)
un chollo
para los jóvenes que buscan novia,
pues la
pueden escoger a su gusto de cualquier raza,
o probar de
todas las razas
a ver cuál
es la que más les satisface.
Muchachas
hermosas de todas las razas
están al
alcance de los ojos y del corazón.
A mí me
hubiera gustado tener una novia morita
que se
llamase Axa o Fátima o Marién,
aunque no
fuese de Jaén,
pero nunca
he tenido corazón más que para mi Lola,
y no porque
mi corazón sea pequeño,
sino porque
mi Lola es infinita.
Ahora pasa
un hombre de vagón en vagón
vendiendo su
miseria en forma de chupachups.
En
Zarzaquemada monta más gente
que la que
ya venía en el vagón,
tanta que
casi se llena.
Una señora
mayor pregunta
a dónde va
este tren.
Una chica la
advierte de que se ha equivocado
de
dirección.
¡Qué miedo
ser viejo! Da más miedo
que morirse.
Ahora sí que
percibo algún demonio.
Ahora sí que
presiento algún ángel guardián.
Pero no son
míos. Para mi bien
y para mi
mal, hace ya casi medio siglo
que renuncié
al Paraíso
para escapar
de todos los infiernos.
Son las 11
de la mañana y hace 24 grados,
según el
panel luminoso de “próxima estación”.
Estamos a 19
de septiembre,
así que
próxima estación el otoño.
Yo me bajo
en el otoño.
El otoño es
la estación más bonita del año
hasta que
llega el invierno.
La manía de
los juegos de palabras
no se me
quita ni con estropajo de aluminio.
Acaba de
montar una chica
que, en vez
de llevar los pendientes en las orejas,
los lleva en
las narices y en los labios.
Aunque es
guapa,
a mí no me
darían ganas de besarla,
el jugoso y
tibio labio pervertido
en quincalla
canalla.
En fin, se
anuncia Atocha.
Os dejo, que
tengo que hacer trasbordo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario