domingo, 21 de septiembre de 2025

TREN DE CERCANÍAS

 


No veo ángeles de la guarda.

No veo aquí sentados demonios tentadores.

Solo veo gente que viaja,

gente que va a Madrid.

¿A qué irá toda esta gente a Madrid

un viernes a media mañana?

 

Ir a Madrid era para mí un suplicio cotidiano

cuando era un Sísifo estudiante

y tenía que ir cada mañana a la facultad de filología.

Ahora ya, 35 años después y jubilado,

cojo el tren por placer, viajo tranquilo,

igual da si llego a y veinte que a menos cuarto:

la mañana es para mí y mis ocios.

Seguro que de todos estos pasajeros

soy el único que va a comprar entradas para el teatro.

 

Aquí viaja el chaval hispano que escucha música

a todas horas

y las dos moritas que van con el carro de la compra,

seguramente a algún mercadillo

donde todo sea más barato.

Hay jóvenes y viejos.

los viejos tal vez irán a sus consultas médicas

a que les revisen su taleguilla de achaques.

Los jóvenes, a sus trabajos

o a sus estudios

(pero no veo libros, ¿los llevarán en la mochila?).

Casi todos van con su mochila a cuestas

y su móvil en la mano.

Sólo yo me he traído un libro, que no leo

porque descubro que es mucho más interesante

observar a la gente y especular sobre sus vidas.

 

En el vagón algunos leen, pero en el móvil;

otros en el móvil ven vídeos o series,

otros escuchan música.

Algunos, con el pinganillo puesto, hablan

interminablemente

con gentes que estarán al otro lado:

al otro lado de la línea,

al otro lado de la vía,

al otro lado de la ciudad,

tal vez al otro lado del océano.

 

El viaje en el tren de cercanías es un doble viaje:

el viaje a tu destino de Recoletos y el viaje

de ir viajando por la vida tuya y de todas estas gentes

sobre cuyas vidas curioseas.

Te fijas y tratas de diferenciar

entre la negra latina y la negra africana

(creo que esta última es un poco más negra

y más azul).

Intentas discernir si esa mujer,

que claramente es del este,

es búlgara, rumana, polaca, ucraniana o rusa.

A ver si habla en su idioma

y algo deducimos por el acento,

aunque no estamos muy versados en lenguas.

Los españoles somos cuatro. Tenemos otra pinta.

Pinta, pinta, gorgorinta.

 

Esta composición multirracial de los vagones

y de la vida

me parece a mí ahora

(porque en mi juventud no la había)

un chollo para los jóvenes que buscan novia,

pues la pueden escoger a su gusto de cualquier raza,

o probar de todas las razas

a ver cuál es la que más les satisface.

Muchachas hermosas de todas las razas

están al alcance de los ojos y del corazón.

A mí me hubiera gustado tener una novia morita

que se llamase Axa o Fátima o Marién,

aunque no fuese de Jaén,

pero nunca he tenido corazón más que para mi Lola,

y no porque mi corazón sea pequeño,

sino porque mi Lola es infinita.

 

Ahora pasa un hombre de vagón en vagón

vendiendo su miseria en forma de chupachups.

En Zarzaquemada monta más gente

que la que ya venía en el vagón,

tanta que casi se llena.

Una señora mayor pregunta

a dónde va este tren.

Una chica la advierte de que se ha equivocado

de dirección.

¡Qué miedo ser viejo! Da más miedo

que morirse.

Ahora sí que percibo algún demonio.

Ahora sí que presiento algún ángel guardián.

Pero no son míos. Para mi bien

y para mi mal, hace ya casi medio siglo

que renuncié al Paraíso

para escapar de todos los infiernos.

 

Son las 11 de la mañana y hace 24 grados,

según el panel luminoso de “próxima estación”.

Estamos a 19 de septiembre,

así que próxima estación el otoño.

Yo me bajo en el otoño.

El otoño es la estación más bonita del año

hasta que llega el invierno.

La manía de los juegos de palabras

no se me quita ni con estropajo de aluminio.

 

Acaba de montar una chica

que, en vez de llevar los pendientes en las orejas,

los lleva en las narices y en los labios.

Aunque es guapa,

a mí no me darían ganas de besarla,

el jugoso y tibio labio pervertido

en quincalla canalla.

 

En fin, se anuncia Atocha.

Os dejo, que tengo que hacer trasbordo.

 

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