—¡Espera, por favor! Déjame decirte solo dos palabras.
Yo me paré, me volví y contemplé con deleite la expresión suplicante de su rostro. Casi sonreí. Pensé: “Ahora me dirá Te quiero, yo le perdonaré, nos besaremos y me invitará a comer en mi restaurante preferido.”
—¡Hasta nunca! —dijo.
Me dio la espalda y echó a andar. Yo me quedé helada. Carámbanos de pánico corrían por mi sangre.
Ese Nunca ha estado presente ya siempre en mi vida. Parece que le hubiera pronunciado el propio dios Amor. Como condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario