
Pues mire usted, caballero, yo es que soy paciente de riesgo de melanoma y a mí me hace daño el sol hasta por la noche y le tengo prohibido por decreto médico. A mí el sol no me puede tocar ni con guantes porque tengo la piel achicharrada por mi mala cabeza, por descamisarme para trabajar en el campo, que ya me lo decía me padre, que es agricultor: “No te quites la camisa, hijo, que te vas a quemar, que ni tu abuelo ni tu bisabuelo se quitaron nunca la camisa para trabajar en el campo.” Pero yo, joven y orgulloso que era, me creía más machote que mi abuelo y mi bisabuelo, y hasta más machote que el sol. Y bien que lo estoy pagando ahora, porque por esa tontería me he quemado la piel todos los veranos de mi vida y ahora dice el dermatólogo que ya no tengo piel, sino una quemadura que parece piel, pero es piel muerta que ya no se puede regenerar porque las células de la piel por lo visto no se regeneran.
Fíjese cómo será la cosa que me quitaron de la espalda dos lunares con melanoma maligno, que afortunadamente no se había extendido por el resto del cuerpo, porque el melanoma no tiene cura, y cuando fui a la revisión, que coincidió al final del verano y todavía hacía mucho calor, me fui para el hospital en manga corta y cuando me vio entrar en la consulta el dermatólogo ya puso mala cara, y cuando me mandó quitarme la camisa y vio que en los brazos se me notaba el corte de la manga porque me había dado el sol, me echó una reprimenda que pa qué. Me dijo: “¿Y esto?” “¡Hombre! —le dije yo—, pues de ir en manga corta ahora en verano”. Me miró muy serio y me dijo literalmente: “Usted no puede permitirse el lujo de estar al sol ni mientras espera a que se abra un semáforo. A ver si le queda a usted claro que usted no puede tomar el sol. Si va a tomar el sol es casi mejor que tome también cianuro.” Me dejó de piedra, pero de piedra como el Yelmo de La Pedriza. Se ve que el hombre era de la vieja escuela y no tenía el cursillo de Atención al Paciente que obligan a hacer ahora a los médicos jóvenes para que aprendan a decirles a los enfermos los diagnósticos y los tratamiento con cierta suavidad y sin asustarles y sin regañarles, que yo no me eché a llorar porque al fin y al cabo soy un tipo rudo que viene del campo y estoy acostumbrado al trato con verracos y con mulos, que si no…
Pero esa es la cosa, amigo: que a mí no me puede dar el sol ni en pintura. Y como tengo que traer a mi familia a la playa para que mi mujer se ponga morenita, que así está más guapa, y para que retocen mis tres hijos con las olas y con la arena, que les gusta el agua con locura y se lo pasan pipa bañándose y cogiendo berberechos y haciendo castillicos y jugando a la “anchoa asquerosa”, pues por eso estoy yo aquí en medio la playa de pantalón largo y en camisa de manga larga y con la gorra sahariana puesta, que parezco el tonto la playa y todo el mundo me mira y todo el mundo se pregunta, aunque solo me lo ha peguntado usted y por eso se lo cuento y esa es la explicación y ya usted lo sabe y supongo que poco a poco lo irá sabiendo toda la playa y ya me mirarán más como a un enfermo que como a un retrasado. Aunque bueno, tampoco digo yo que además del melanoma no tenga alguna pequeña tara mental no diagnosticada a tiempo.
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