viernes, 26 de septiembre de 2025

Muerte de José Antonio (20 de noviembre de 1936)

José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Marqués de Estella, Grande de España, primogénito del primer dictador de España, fundador de la Falange Española y primer fascista de España, es condenado en Madrid a cinco años de prisión por desacato y atentado a la autoridad, tras haber insultado y amenazado a los jueces que lo habían condenado a cinco meses de prisión por tenencia ilícita de armas. 

En la noche del 5 al 6 de junio de 1936 se le traslada a la cárcel provincial de Alicante. Estando allí preso el 18 de julio, fecha del Alzamiento para unos y del golpe de Estado para otros, es juzgado por los delitos de conspiración y rebelión militar contra el Gobierno de la Segunda República. El jurado, integrado por 14 miembros, tras 4 horas de deliberación, pronuncia veredicto de culpabilidad. José Antonio es condenado a muerte.

En la Madrugada del 20 de noviembre, sacan al patio nº 5 a José Antonio y a los “cuatro mártires de Novelda”, dos falangistas y dos carlistas locales que van a ser fusilados junto a él. José Antonio se acerca a los soldados que van a fusilarle. Quiere convencerlos de que no lo hagan, les dice que no es su enemigo, aunque la guerra ya ha estallado y él es rebelde y ellos republicanos. Un soldado le replica: “¡Déjanos en paz! Necesitamos cumplir lo que nos está ordenado. No sabemos si eres bueno o eres malo. Solo sabemos que tenemos que obedecer”. 

José Antonio cae abatido por las balas refrendando su credo político con los gritos de “¡Viva España!” y “¡Arriba España!”. El miliciano Guillermo Toscano, que lleva pistola, es el encargado de darle el tiro de gracia, con la consiguiente algaraza de los allí presentes, unas 40 personas entre pelotón de ejecución y espectadores.

El piquete de fusilamiento, al mando del sargento Juan José González Vázquez, lo componían 14 personas, entre milicianos anarquistas y comunistas, soldados y policías. 14 fusileros que ejecutaron cada uno hasta 6 descargas a 3 metros de distancia, es decir, a bocajarro, con su Mauser modelo Oviedo 1916, cuyo alcance eficaz era de 2.000 metros, nada menos. Las cinco víctimas fueron acribilladas con más de ochenta disparos, recibiendo cada una alrededor de dieciséis impactos. José Antonio algunos más. Él se lleva la palma.  Su cadáver, sin certificado de defunción, es depositado en un nicho del cementerio de Alicante.

El gobierno de la República da noticia de su muerte, pero en el bando rebelde Franco la oculta para usarla a su conveniencia y no se la revela ni a la doliente María Santos Kant, que le escribe una dolorosa misiva pidiéndole información sobre el paradero de su novio. "El general no sabe nada directamente relativo a la suerte de dicho señor", es la respuesta mentirosa.

El astuto y malicioso general no difunde la noticia de la muerte de José Antonio hasta dos años más tarde, el 18 de julio de 1938, coincidiendo con el doble aniversario del Alzamiento. Entonces le proclama “Mártir Glorioso de la Cruzada” y basta con su solo nombre, sin apellidos, para identificarle. Solo hay un José Antonio. Luego, cuando Franco gana la guerra, habrá muchos. Hay que poner a los recién nacidos nombres patrióticos, aunque solo sea para evitar problemas con el Régimen. ¿Quién no tiene en la familia un José Antonio?

En 1939, con la Guerra ya ganada, Franco ordena el traslado del cuerpo desde el nicho del cementerio de Alicante hasta el cementerio de El Escorial y hace coincidir su comienzo con el 20 de noviembre, tercer aniversario de la ejecución. El traslado se hace a pie, con el féretro a hombros de comitivas de falangistas que se turnan día y noche a lo largo de los 500 kilómetros del recorrido. Tras 10 días de viaje, el general Franco recibe el cuerpo de José Antonio y coloca junto a él las flores que le envían Adolf Hitler y Benito Mussolini, como corresponde al mayor mártir del fascismo.

En mi niñez el nombre de José Antonio figuraba el primero y el más grande en la lápida de “Caídos por Dios y por la Patria” colocada por el Régimen en la pared de todas las iglesias. Su nombre encabezaba la lista de los muertos de cada pueblo caídos durante la Guerra Civil, y pertenecientes al bando nacional, claro. Los otros ya tenían sus fosas comunes y sus cunetas.

Por lo visto, José Antonio había nacido en todos los pueblos de España y estaba enterrado en todos sus cementerios. Artimañas del adoctrinamiento. Por él se rezaba en todas las iglesias. José Antonio era España. Mártir nº 1 de España y modelo e inspiración para todos los patriotas españoles.

Pero José Antonio ya no está enterrado en todas las iglesias. Estuvo enterrado durante 64 años en un lugar preeminente dentro de la Basílica del que unos llaman Valle de los Caídos y otros Valle de Cuelgamuros, bajo la Gran Cruz. 64 años nada menos, desde 1959 en que se le trasladó allí desde el cementerio de El Escorial, hasta 2023, en que, aunque muerto, tuvo que cumplir a la fuerza la ley, que tanto se le resistió en vida; en este caso la Ley de Memoria Histórica. Hoy sus restos reposan mucho más tranquilos y discretos en la tumba familiar del cementerio de San Isidro, en Madrid.

Sigue habiendo españoles, no sé si sigue habiendo patriotas. Sé que hoy en día muchos españoles no saben ni quién fue José Antonio. Y sé que en la actualidad entre los españoles hay bastantes más Antoniosjosés que Joseantonios.

A mí, que no escurro el bulto, como español y a lo mejor como patriota, me avergüenzan tanto la vida como la muerte de José Antonio. La vida, porque fue la de un conspirador y un golpista, la de un señorito que aspiraba al poder sin reparar en métodos. Y la muerte, porque lo fusilaron de mala manera otros que podían haber sido mejores que él y no lo fueron.

Y en ello se resume nuestra asquerosa guerra civil. Y en su vida y en su muerte quedan retratados ambos bandos.  

 

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