Conducía despistado y en un paso de cebra atropellé a una morenaza. Me
denunció. Hasta que pudo recuperarse por completo del accidente se tiró una
temporadita en el hospital y yo la visitaba todos los días, al principio
llevado por mis remordimientos de conciencia, y luego por su atractivo, pues
era guapísima. A pesar de ser yo el causante de su indisposición, aceptó mis
disculpas y congeniamos enseguida. Al cabo, acabamos enamorándonos. Y aquí
estamos, en la playa de Copacabana, como dos tortolitos y pegándonos la vida
padre con la indemnización que la correspondió de mi seguro.
Ocho veces demostrado
Hace 10 años
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