Aprovechando que la noche es eterna, vienen los Reyes Magos desde el espacio infinito, desde galaxias que aún no han nacido, desde agujeros negros que curvan el tiempo. Siguen la luz de una estrella de neutrones ya extinguida, escrutando con la mirada los firmamentos inhóspitos y los sucios suburbios, dejándose guiar también por el vuelo aturullado de los murciélagos hambrientos de la medianoche.
Buscan el resplandor de las hogueras —si el niño ha nacido en la metrópoli, será difícil encontrarle, estará al abrigo de algún paso subterráneo— y transitan por las sombras para no llamar la atención con sus capas cubiertas de polvo estelar y sus coronas abolladas por el impacto de los asteroides.
A veces se asoman a las orillas de los ríos a ver si ven a los peces beber y volver a beber por ver a Dios nacido. Pero no encuentran a Dios. A lo mejor han pasado a su lado y no le han reconocido. Porque Dios está en todas partes: puede estar a estas horas amamantándose del pezón de una virgen en la unidad de neonatos de cualquier hospital público o bebiendo desconsoladamente vino de paquete en su improvisado chamizo bajo cualquier puente de la red viaria de cercanías.
Si oyen a un niño que llora en arameo, sabrán que es Dios reciennacido. Si ven a una recienparida haciendo el biberón con detergente, reconocerán a la madre de Dios. Si ven a un hombre huraño y sin afeitar que no sabe por dónde agarrar su báculo, ese es San José soportando el peso de su esqueleto.
No es fácil la tarea de los Reyes Magos. No quisiera yo tener que ser Rey Mago. Echarse al universo todos los años por las mismas fechas para buscar a Dios, entrar en todas las casas, una por una, para dejar un brote de esperanza que luego la gente desaprovecha. Total, para que los niños se despierten y encuentren regalos materiales y se confundan y crezcan pensando que la felicidad es un producto y no una sensación. Total, para que los adultos encuentren unos calcetines gordos que les calienten los pies y les dejan igual de fría la vesícula biliar. Total, para que nos pasemos la mañana mirando por la ventana a ver si la gente que pasa lleva más peso en el alma.
Los Reyes Magos siguen buscando a Dios en la noche. Todos seguimos buscando a Dios en el día, antes y después de los regalos. En realidad no hay regalos, porque el único regalo sería el propio Dios. Pero Dios se esconde, el muy cabrito. Los Reyes siguen buscando en el espacio infinito.
Ha amanecido ya, pero recordad que dijimos al principio que la noche es eterna; y por eso, aunque aquí ponga yo punto y final, no se acaba jamás este nocturno.
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