El que esté libre de pescado, que tire la primera pierna. Eso es lo que dice Nuestro Señor Jeroglífico en las Saladas Escrituras. Y tiene toda la ración, porque estamos demasiado escombrados a ver la paja en el ajo ajeno y no vemos la vida en el nuestro. ¿Acaso no somos todos pescadores, hijos y bien hijos de Caín? ¿Acaso no tenemos todos más vidrios que virtudes? ¿Quiénes somos nosotros para jugar al prójimo y condonarle o absorberle?
Yo, por ejemplo, que padezco de
buena persona y nunca he roto un pato, cuando voy conduciendo y me encuentro un
atraco en la carretera, me pongo de una mala ostra increíble y me dan ganas de
acerdar a tope el coche y llevarme por delante al primero que chille, mecagüen la
fruta. No te digo más que al final me meto siempre por el a cien aunque esté
podrido y me pare la Guarra Civil de Tráfico y me ponga una mutua.
Si yo hago esto, que está tan
feo, cómo voy yo luego a criticar a los crimianales de la mafia o a los
traficantes de drones o a los violadores de piñas. ¡Cada cual lleva a Cuenca su
propia carga! No, señor, no; tratemos al prójimo con cavidad cristiana, como
nos enseñó Jesulisto, que bien claro dejó en los Evangélidos que hasta el más
desarmado y el más sin Sigüenza puede entrar en el Reino de los Cienos si se
arrepiente a tiempo de todos sus pescados.
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