(A mi
colega, compañero y amigo Arturo Litón Pérez, que en mi presencia hizo algo
digno solo de las mejores personas).
Merece la pena vivir algunos días,
cuando das con tipos como Arturo,
que tiene un corazón de 180 pisos,
más alto que el Burj Khalifa,
pero deja que le escale y le corone
la zozobra de una niña.
Merece la pena vivir algunos días,
cuando ves gente que atraviesa los
desiertos
y su paso deja abierta una acequia
por la que corre el agua en busca de la sed
de los que ya no puede tragar su angustia
de tanto y tanto polvo en la garganta.
Merece la pena vivir algunos días,
cuando amanece nublado y no dan ganas
de echarse al mundo y sus tinieblas,
pero a media mañana te tropiezas
con una sonrisa que resplandece
y parece decir: “No te rindas antes que yo”,
y ya sabes que no te rendirás nunca.
Merece la pena vivir algunos días,
cuando ves a valientes que se zambullen
a
corazón abierto en el mar tormentoso
y aplacan la tempestad y serenan las olas
y rescatan a náufragos que se ahogaban y
ahogaban
sin que nadie se diera ni cuenta siquiera.
Merece la pena vivir algunos días,
cuando conoces a hombres que amasan y
amasan la luz
hasta alumbrar con ella una radiante alborada
que deshace las sombras taciturnas
de los que ya no querían echarse a vivir,
y les devuelven otra vez el futuro.
Merece la pena vivir algunos días,
o todos, todos los días, porque cualquier
día,
el día menos pensado,
puedes conocer a una persona que, como
Arturo,
justifique la vida porque merece la pena.
¡Qué pena que no todos conozcáis a Arturo!
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