domingo, 26 de enero de 2025

Conversiones y reconversiones

El panadero del pueblo, que era ateo y anticlerical, le dijo un día a su mujer que había visto la luz. Ni corto ni perezoso se fue a meter fraile al monasterio de Valdevaldillo.

A las tres semanas cabales, el cura párroco del pueblo, que andaba desvelado por una nueva crisis de fe y salió a dar un paseo antes de la amanecida, también vio la luz, en concreto la luz de la panadería, pues la panadera ya se había levantado, como siempre, a las cinco de la mañana, para empezar a amasar el pan.

Ese día don Saturio ya no dio misa de 12. Llamó al señor obispo y le dijo que se especializaba en el pan sin consagrar.

sábado, 25 de enero de 2025

SONRISAS HECHAS A FUEGO LENTO



Sonrisas hechas a fuego lento,

promesas ante notario,

besos apasionados bajo la llovizna,

caricias con el alma desmayada,

amor, mucho amor, contra viento y marea.

 

¡No dirás que fue poca cosa

lo que te ofrecí en primavera!

 

Sueños de vivos colores,

ternura desde la alborada,

entusiasmo durante todo el día,

risas en bañador,

vida, vida plena, entre las manos.

 

¡No dirás que fue poca cosa

lo que te entregué en el verano!

 

Senderos hacia un futuro apacible,

excursiones hasta tus cielos predilectos,

vivencias avivadas mediante el cariño,

certezas para una vida serena,

paseos íntimos por nuestros ojos.

 

¡No dirás que fue poca cosa

lo que te propuse en otoño!

 

Atardeceres según lo acordado,

entrega sin demandas ni reproches,

ilusiones frescas sobre la almohada

y calma tras el silencio.

 

¿Qué más necesitas, amor mío,

para pasar el invierno?


viernes, 17 de enero de 2025

Tiovivo

Me encanta dar vueltas y vueltas montado en el tiovivo. Cuando voy a llegar a la altura de mi padre le llamo y cuando mira suelto las manos para que me vea lo valiente que soy y le saludo. Mi padre sonríe, me devuelve el saludo y me regaña: “¡Agárrate bien! ¡No sueltes las manos!”

Cuando acaba la atracción, me bajo y corro a abrazar a mi padre, que me levanta y me achucha. Cuando me deja en el suelo sigo con la mirada a una niña que pasa con un globo gigante de algodón de azúcar y me vuelvo hacia mi padre para pedirle que me compre uno. Pero mi padre ya no está. En ese mismo momento oigo a mi hijo que me llama desde el tiovivo. Me vuelvo y le veo soltar las manos y saludarme. Sonrío, le devuelvo el saludo y le regaño: “¡Agárrate bien! ¡No sueltes las manos!”

Nocturno de los Reyes Magos

Aprovechando que la noche es eterna, vienen los Reyes Magos desde el espacio infinito, desde galaxias que aún no han nacido, desde agujeros negros que curvan el tiempo. Siguen la luz de una estrella de neutrones ya extinguida, escrutando con la mirada los firmamentos inhóspitos y los sucios suburbios, dejándose guiar también por el vuelo aturullado de los murciélagos hambrientos de la medianoche.

Buscan el resplandor de las hogueras —si el niño ha nacido en la metrópoli, será difícil encontrarle, estará al abrigo de algún paso subterráneo— y transitan por las sombras para no llamar la atención con sus capas cubiertas de polvo estelar y sus coronas abolladas por el impacto de los asteroides.

A veces se asoman a las orillas de los ríos a ver si ven a los peces beber y volver a beber por ver a Dios nacido. Pero no encuentran a Dios. A lo mejor han pasado a su lado y no le han reconocido. Porque Dios está en todas partes: puede estar a estas horas amamantándose del pezón de una virgen en la unidad de neonatos de cualquier hospital público o bebiendo desconsoladamente vino de paquete en su improvisado chamizo bajo cualquier puente de la red viaria de cercanías.

Si oyen a un niño que llora en arameo, sabrán que es Dios reciennacido. Si ven a una recienparida haciendo el biberón con detergente, reconocerán a la madre de Dios. Si ven a un hombre huraño y sin afeitar que no sabe por dónde agarrar su báculo, ese es San José soportando el peso de su esqueleto.

No es fácil la tarea de los Reyes Magos. No quisiera yo tener que ser Rey Mago. Echarse al universo todos los años por las mismas fechas para buscar a Dios, entrar en todas las casas, una por una, para dejar un brote de esperanza que luego la gente desaprovecha. Total, para que los niños se despierten y encuentren regalos materiales y se confundan y crezcan pensando que la felicidad es un producto y no una sensación. Total, para que los adultos encuentren unos calcetines gordos que les calienten los pies y les dejan igual de fría la vesícula biliar. Total, para que nos pasemos la mañana mirando por la ventana a ver si la gente que pasa lleva más peso en el alma.

Los Reyes Magos siguen buscando a Dios en la noche. Todos seguimos buscando a Dios en el día, antes y después de los regalos. En realidad no hay regalos, porque el único regalo sería el propio Dios. Pero Dios se esconde, el muy cabrito. Los Reyes siguen buscando en el espacio infinito.

Ha amanecido ya, pero recordad que dijimos al principio que la noche es eterna; y por eso, aunque aquí ponga yo punto y final, no se acaba jamás este nocturno.

sábado, 11 de enero de 2025

Besos

 


No rechazaré el manjar

de tu boca azucarada:

te daré más de mil besos

y serás la más besada.


En tus labios florecidos,

cuajados de mermelada,

posaré mi seca boca

hasta que quede anegada.


No rechazaré la miel

que de tus labios rezuma:

¡tantos besos te daré

que te subiré a la luna!


En tu boca de melaza,

de chocolate y de trufa

saciaré mi sed de amor

y mi hambre de ternura.

Rotunda rotonda

La culpa la ha tenido el navegador. Yo solo quería ir a cenar a Casa Aparicio con Jose y Eduardo, y creo que hubiera sabido el camino, pero no me atrevía porque mi coche es viejo y no puede pasar por la Zona de Bajas Emisiones.

Así que puse el maldito navegador, que me ha llevado por barrios infectos y polígonos industriales tercermundistas hasta desembocar en esta inmensa rotonda, en la que he entrado muy bien y muy pronto, porque no circulaba nadie por ella, pero de la que ahora no puedo salir. Y no porque no tenga salidas, que tiene por lo menos ocho o diez, pero he dado ya más de mil vueltas y todas tienen la señal de dirección prohibida. Yo soy muy respetuoso con las normas, y más con las de circulación, que si hay una cosa que me guste menos que nada es tener accidentes, y tampoco me suliveria mucho pagar multas.

Pero claro, cuando ya llevas ochocientas mil ochocientas ocho vueltas a la puñetera rotonda tú mente se desconfigura y concibes disparates y tropelías, así que me he dicho: “¡Me meto por dirección prohibida y que salga el sol por donde salga!” Pero al ir a meterme resulta que venía de frente a toda pastilla el camión de la basura, que me ha pegado un buen bocinazo, así que he tenido que recular a toda prisa para que no me empotrara. Camión de la basura que luego, por cierto, no ha entrado en la rotonda, no sé yo dónde habrá ido.

Lo mismo me ha pasado cuando he intentado salir por otras salidas con dirección prohibida (lo que indica que no son salidas, sino entradas): cuando no venía un autobús de la EMT venía un cuatro ejes o una retroescabadora. Yo creo que la cosa va in crescendo, además, porque la última vez que lo he intentado venía de frente un tren de mercancías, yo no sé cómo, porque raíles sí que no he visto. ¡A ver si lo vuelvo a intentar y se me viene de frente un dragaminas de la Armada o un platillo volante de los extraterrestres! ¡Quita, quita!

Así que he decidido dejar de dar vueltas a lo tonto y pararme en medio de la rotonda. ¡Como no circula nadie por ella, más que yo! He intentado llamar a Jose y Eduardo para decirles que me retraso o para que vengan a rescatarme, pero no hay cobertura. También he pensado dejar el coche aquí tirado e irme a pata. Pero, ¿a dónde, si no sé dónde estoy?

Lo más sensato es que me quede aquí esperando a ver si cae en esta maldita rotonda alguna tonta que sea un poco más lista que yo y entre los dos hacemos el apaño.

domingo, 5 de enero de 2025

SOLO DE AMOR

    
Solo de amor vive el hombre,

solo de amor.


Y al que intente vivir del aire

le faltará la respiración.


Solo de amor vive el hombre,

solo de amor.


Y el que intente vivir del pan

se morirá de inanición.


Solo de amor vive el hombre,

solo de amor.


Y el que intente vivir del agua

perecerá en la inundación.


Solo de amor vive el hombre,

solo de amor.


Y el que intente vivir del fuego

será hollín, ceniza y carbón.


Solo de amor vive el hombre,

solo de amor.

La madre


El hijo entró muy agitado al cementerio preguntando por su madre. Vitines Melero, que estaba renovando las flores de la tumba de su adorada suegra, le señaló el nicho 234. Ante él se plantó el hijo y llamó a su madre con desesperación:

—¡Madre! ¡Madre!

La madre no respondió. Y el hijo comenzó a desgañitarse otra vez, con mayor angustia todavía:

—¡Madre! ¡Madre! ¡Salga usted de ahí!

Y como la madre ni contestaba ni salía, se dio media vuelta y salió él del cementerio a buscar algo en el maletero del coche, que en la misma puerta le había aparcado. Regresó con una maza. Y aunque Vitines Melero le vio las intenciones y trató de detenerle y le dijo: "¡Pero qué vas a hacer, hombre de Dios!", no quiso exponerse a un mazazo en la cabeza y cuando vio que el hijo reventaba la losa con la maza y luego el tabique de rasillas y luego se ponía a tirar del féretro para sacarle del nicho, se fue corriendo a avisar al señor cura, que estaba en la sacristía pispándose el vino sobrante de la misa, que a propósito echaba siempre un chorrillo de más.

El hijo arrastró el féretro él solito hasta sacarle del cementerio, le metió como pudo en el maletero del coche y tiró para casa con él asomando por la trasera y sin poder cerrar el portón, claro. Celestino Colores, que le vio pasar a la altura de la calle Majuelo, se extrañó algo, pero ¡Quiá!, cada uno a lo suyo y yo con lo de otro no me meto.    

El señor cura se limpió precipitadamente las gotas del vinillo consagrado pasándose las mangas de la sotana por los morros, sacó el móvil y avisó a la policía. Vitines Melero se lo fue a contar a la Melera, su mujer, que estaba haciendo la paella, pues era domingo. La Melera dejó inmediatamente la paella a cargo de Vitines, que es un zote para la cocina, y salió disparada a contárselo a su comadre la Castora, prima segunda suya y esposa a su vez de Mariano Castor, alguacil de la localidad. Ese domingo, por supuesto, no se comió paella en casa de los Melero, sino sándwich de jamón y queso. Los mellizos protestaron. La niña chica cogió una rabieta pistonuda. Su padre tuvo que sacar el colorín de la jaula y dejársele acariciar para que se la pasara.

La policía acudió presta al domicilio del hijo, que no se resistió a la autoridad y abrió la puerta a los agentes con la mayor naturalidad del mundo.

—Buenos días. Queremos ver a su madre.

—Pasen, pasen. Mi madre está en el salón.

Y en el salón estaba. El hijo la había sacado del féretro, la había sentado en su sillón habitual y la había puesto al lado un vasito de clarete con un platillo de jamón serrano, que parecía sin tocar.

—Nos la tenemos que llevar de vuelta al cementerio, buen hombre. Aquí ya no pinta nada.

—¡Pero si yo la quiero mucho y la cuido con mimo!

—Eso no se discute, caballero. Pero ella va a estar mucho mejor allí.

—¿Mejor que conmigo? ¡Anda que no la trato yo bien!

—Pero es que ha pasado a mejor vida.

—¿Mejor que la que tiene aquí conmigo?

—¡Mucho mejor, hombre, ¿dónde va a parar?! Ahora puede estar con Dios y con los ángeles.

—¡No me diga! No sé yo, no sé yo… Bueno, lo que ella quiera.

El agente Moreno se vuelve hacia la madre y la pregunta:

—¿Y usted qué dice, señora? ¿A que se viene con nosotros?

Silencio sepulcral.

—No dice nada —apunta el hijo.

—Quien calla otorga, caballero.

—¡Ah, bueno! Siendo así…

El agente Rubio sale al rellano, donde esperan los de la funeraria:

—Adelante, por favor. Operen con delicadeza. Ya está convencido.