sábado, 27 de diciembre de 2014

La metamorfosis


El grupo de penitentes se coloca en torno a la mesa. El Gran Fiscal despliega sobre ella el impresionante legajo intitulado “Propósitos 2015”. Allí figuran los nombres de los compromisarios y las obligaciones por ellos contraídas en la correspondiente cena del año anterior libre y voluntariamente, si bien, en algunos casos, bajo el evidente influjo del alcohol: CORRER UN MARATÓN, ADELGAZAR 10 KILOS, VIAJAR AL EXTRANJERO, NO GRUÑIR EN TODO EL AÑO, REFORMAR LA VIVIENDA, APRENDER A COCINAR… Un sinfín de propósitos, o despropósitos, que han quedado la mayoría en papel mojado. El Gran Fiscal va preguntando uno por uno: “¿Has cumplido?” El interpelado aparta la mirada, agacha la cabeza y, con un hilillo de voz apenas perceptible en el que se hace patente el timbre inconfundible de la vergüenza, responde: “No”.

Completada la ronda y acabado el escrutinio, el Gran Fiscal frunce el ceño, levanta la mano, chasquea los dedos y por obra y efecto, no de la magia, sino de la justicia inexorable, aquel grupito de amigos queda convertido al punto en una pintoresca manada de panteras rosas.


domingo, 21 de diciembre de 2014

Besos


No sabemos sin Gunter Höner, austriaco de 33 años, entendió mal la expresión “Quiero que me comas a besos” —en alemán “Ich will, dass du mich mit Küssen zu essen”— enviada por Heidi Smidcht, alemana de 28, a través del chat. Tras su cita erótica en la pensión Edelweiss de Hamburgo, el conserje tuvo que llamar a la policía al encontrar a la pobre Heidi desangrada como consecuencia de las heridas producidas por los múltiples mordiscos que presentaba a lo largo y ancho de todo el cuerpo.

Gunter exclamó con gesto de incomprensión ante el policía que le tomaba declaración: “Ich habe nur versucht, ein williger Liebhaber sein!” (“¡Solo he procurado ser un amante complaciente”).

El conserje declaró a su vez, extrañado, que había oído numerosos alaridos de placer, como era habitual en la casa debido al uso al que se destinaban preferentemente las habitaciones, pero ninguno, creía, de dolor; “Al menos —añadió perplejo— que en esta chica fueran una misma cosa”.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Caricias


El profesor Kabuto y su equipo de la universidad de Yokohama han logrado demostrar experimentalmente las propiedades nutritivas de las caricias. Dividieron una camada de 20 ratas comunes recién nacidas en dos grupos, A y B. Aparte de la alimentación y cuidados convencionales, idénticos para ambos, al grupo A le sometieron además a un tratamiento sistemático a base de caricias de minuto y medio a intervalos de una hora, aplicadas las 24 horas del día en tres turnos de 8 por las ayundantes del profesor, señoritas Kosihiro, Naburi y Okiyama. Los controles rigurosos y diarios de talla y peso revelan que los individuos del grupo A crecieron un 15% más deprisa y engordaron un 20% más que los del B, resultando de ello ejemplares más desarrollados, corpulentos y lustrosos.

En la segunda fase del proyecto se propone el profesor Kabuto realizar el experimento con bebés humanos recién nacidos para poder confirmar así su tesis principal, a saber, que el exceso de atenciones, mimos, besos y caricias recibidos durante la infancia es en las sociedades modernas una de las principales causas de la obesidad mórbida.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Manías


El lunes dijo que se sentía pez, se metió en la bañera y se pasó allí todo el día haciendo inmersiones y chapoteos. No le dimos mayor importancia creyendo que sería alguno de sus habituales caprichos pasajeros. Pero el martes nos salió con que se sentía culebra y se tiró todo el santo día reptando por los pasillos y si te descuidabas te mordía las canillas. Alguna patada se llevó en la boca por este motivo, pero no por eso desistió de su actitud. Empezamos a preocuparnos, pero no tomamos ninguna medida  porque al llegar la noche se metió en la cama con toda normalidad como si se desvaneciera por ensalmo su manía. Pero el miércoles se levantó croando, se puso en cuclillas y recorría el internado dando saltitos y tratando de atrapar moscas con la lengua, cosa que no lograba y, por tanto, se tiró toda la jornada sin probar bocado. A pesar de ello, nos sentimos casi aliviados pues su estampa de sapo no era tan agresiva e impactante como la de reptil del día anterior y podía considerarse como una leve mejoría. Así podría considerarse, a su vez, lo del jueves, en que amaneció perro, se puso a cuatro patas, sacaba la lengua y jadeaba, se echaba a nuestros pies y buscaba nuestras caricias. Nosotros le pasábamos de vez en cuando la mano por la nuca y así se mantuvo tranquilo y feliz todo el día. Con todo, habíamos resuelto no esperar más y llamar al día siguiente a los doctores para que le examinasen detenidamente, pues nos parecía que este acceso de manías encadenadas estaba durando ya demasiado. No hubo lugar: el viernes nada más levantarse se sintió pájaro y su habitación estaba en la sexta planta.


domingo, 30 de noviembre de 2014

Lector empedernido


El domingo se levantó diciendo que tenía muchísimas ganas de leer, desayunó rápidamente y se metió en la biblioteca, donde se tiró toda la mañana. Le llamamos para comer y dijo que le llevásemos un montadito de jamón y otro de queso, que estaba enfrascado en la lectura. No la interrumpió ni para el café de media tarde, que es para él casi sagrado, y a la hora de la cena volvió a desechar nuestros requerimientos y pidió fruta pelada y troceada para poder comer con una mano mientras con la otra sostenía el libro y proseguía la lectura. Allí se quedó toda la noche, a la luz del flexo, y el lunes no fue a trabajar. Llamó su socio, pero no quiso ponerse al teléfono por no interrumpir la lectura y nos dijo que le dijésemos que estaba atareado en casa, y siguió todo el día y toda la noche en el mismo plan. El martes, alarmados, llamamos a Isaac, el profesor de instituto, su mejor amigo, pero no logró disuadirle de su obstinado propósito. El miércoles intentamos conseguirlo concertándole un partido de pádel, su otra gran pasión, con el número 34 del rankin nacional, que vive en la urbanización, pero la estratagema no dio resultado y solo conseguimos que levantase la cabeza del libro y dudase durante unos segundos para acabar diciendo: “No, hoy no”. El jueves se le propuso una excursión a Segovia a comer en Casa Cándido cochinillo, que es su plato preferido, pero la rechazó alegando que le habíamos pillado con Guerra y Paz por la mitad y era inevitable concluirla ya antes de emprender cualquier otra tarea. El viernes, avisados de la gravedad de la situación, se presentaron sus padres, que llegaron alarmados desde el pueblo. Les dijo que esperasen un momentín, que enseguida estaría con ellos, pero hemos llegado al sábado por la noche y no halla el momento de interrumpir la lectura. Se ve que en cuanto acaba un libro no puede resistirse a empezar el siguiente. A ver si consiguen despegarle de las páginas las dos estupendas señoritas de alto estandin que hemos contratado y están ya en camino. Y si no, pues no quedará más remedio que pegarle fuego a la  biblioteca para que le saquen de una vez por todas los bomberos.

lunes, 24 de noviembre de 2014

La niñera


Fue Elvira la que se empeñó en contratar a una niñera cuando adoptamos a las gemelas chinas, alegando que tenía en el banco la oportunidad de que la ascendieran a directora de sucursal y no quería ni por lo más remoto que las posibles enfermedades o indisposiciones mañaneras de las niñas la obligasen a faltar al trabajo y frustrasen sus aspiraciones profesionales. Yo no estaba muy de acuerdo con meter en casa a alguien ajeno a la familia, y menos para una cosa tan importante como el cuidado y la educación de nuestras hijas; pero, como siempre, fue imposible sacarla de sus trece. “Pues búscala tú”, la dije. Y buscó una polaca jovencita y muy cariñosa que desde el primer momento se dio mucha maña con las niñas y las niñas enseguida la adoraron y en cuanto sonaba  el timbre de la puerta porque venía Ewa dejaban lo que estuvieran haciendo y salían corriendo a recibirla con los brazos abiertos y ella se agachaba a abrazarlas a las dos a la vez y se las comía a besos diciendo “Mis chinitas, mis chinitas” y se veía a las claras que sentía verdadero cariño por ellas y no la suponía ningún esfuerzo atenderlas y cuidarlas y asearlas y jugar con ellas.

A mi mujer la ascendieron, y no a directora de sucursal, como esperaba, sino de distrito y empezó a codearse con otro tipo de gente y ya no la gustaba el barrio y quería que nos mudásemos a otro más exclusivo y creo que yo la parecía ya poco para ella y empezó como a despreciarme porque ganaba mucho menos y nos fuimos distanciando y al final me enteré de que tenía un lío con un jefazo y discutimos y dijo que se marchaba y que me quedase con todo, niñas incluidas, que total, eran adoptadas y las habíamos adoptado en realidad porque yo me empeñé, que a ella la daba igual no tener hijos y, de hecho, el problema no era que no pudiéramos tenerlos, sino que ella no quería pasar por las fases del embarazo y la lactancia para no estropearse físicamente y para no abortar sus expectativas profesionales, y por eso habíamos recurrido a la adopción.

En fin, que me vi solo, abandonado, traicionado y con dos niñas pequeñas de las que hacerme cargo y se me vino el mundo encima. Pasé una temporada hecho polvo, con el alma perdida en un purgatorio de divagaciones mortificantes. Hasta que una mañana, según entraba Ewa por la puerta y abrazaba como siempre a las niñas con su alegría instintiva y natural, se me encendió la luz y la espeté sin tenerlo premeditado: “Oye, Ewa: ¿a ti te gustaría subir de categoría en esta casa?”

Me miró inteligente, comprensiva, emocionada y, sin dejar de sonreír, rompió a llorar.


domingo, 16 de noviembre de 2014

Sonetillo desenfadado a un su amigo y colega un tanto preocupado por un enfado repentino del poeta.


       Sepa usted, amigo mío,
que uno puede a lo tonto
enfadarse en un pronto,
pero luego ver en frío

       que no es más que un desvarío
alterar el seminario
- si no es por el horario -
con estruendo y poderío.

       Pues así pasa conmigo
y con mi famoso enfado:
no fue más que flor de un día;

       ya se me ha pasado,
que no perderé un amigo
por tamaña tontería.

La panadera


Esta mañana al comprar el pan la entregué a la guapa panadera, en vez del habitual billete de cinco euros, una hoja de libreta con un poema de amor que la había escrito. Lo leyó divertida y sin comentario alguno me devolvió el cambio habitual, tres con veinte; pero añadió a la bolsa un pepito de crema, lo cual ya es mucho para un simple enamorado platónico.

sábado, 8 de noviembre de 2014

SONETO DE SETIEMBRE Nº 1


Es el hombre procesión de momentos
que han de pasar inexorablemente
entre la madrugada de su frente
y el atardecer de sus sentimientos.

Pasarán raudos o pasarán lentos
y llegará el ocaso de repente;
o acaso perezosa y lentamente
y sin hacer mayores aspavientos.

Pero es seguro que mañana llega
y que hoy ya está casi caducado
y que ayer es un iceberg de olvido,

y que toda nuestra agitada brega
de ayer y de hoy, cuando haya pasado
mañana, no tendrá ningún sentido.

Paso de cebra


Conducía despistado y en un paso de cebra atropellé a una morenaza. Me denunció. Hasta que pudo recuperarse por completo del accidente se tiró una temporadita en el hospital y yo la visitaba todos los días, al principio llevado por mis remordimientos de conciencia, y luego por su atractivo, pues era guapísima. A pesar de ser yo el causante de su indisposición, aceptó mis disculpas y congeniamos enseguida. Al cabo, acabamos enamorándonos. Y aquí estamos, en la playa de Copacabana, como dos tortolitos y pegándonos la vida padre con la indemnización que la correspondió de mi seguro.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Todo un profesional

Detuvo el coche suavemente junto a la acera, bien arrimado, con la rueda rozando el bordillo, y justo debajo de un frondoso ailanto que creaba una zona de mayor oscuridad al impedir que llegase la luz de la farola. Lo tenía todo bien preparado. No era para menos: conocía la zona de memorieta.

Apagó las luces, paró el motor y observó. La calle estaba desierta. No pasaban coches ni paseaban personas. Es lo bueno que tienen estos barrios residenciales, que no hay testigos. De todas formas, el coche estaba mejor donde estaba, justo debajo del ailanto, donde la luz no alcanzaba para leer la matrícula. Hay que ser profesional hasta en los más mínimos detalles. O mejor dicho, en los detalles es donde mejor se demuestra la profesionalidad.

Miró el chalé de la acera de enfrente. Sólo para comprobar que, efectivamente, había luz en la ventana del salón. Lo demás lo conocía de sobra. Muchas veces había traspasado la puerta de la verja, flanqueada por dos molinos de viento, y había subido los cinco escalones que remataban en el pequeño rellano porticado. Muchas veces había abierto con su propia llave la puerta principal.

Abrió la guantera, que estaba cerrada con llave, y sacó la pistola. Luego miró el reló. De acuerdo. Hay tiempo. Dejó la pistola en el asiento del copiloto y encendió un cigarrillo. Mientras expulsaba el humo de la primera calada, volvió a coger la pistola, y al punto sintió una pequeña punzada de fastidio. Aquello no había sido profesional del todo. Lo correcto hubiera sido encender primero el cigarrillo y buscar luego la pistola; aunque lo auténticamente profesional era, sin duda, no fumar. Cuando se tiene una pistola en las manos es conveniente no tener nada más ni en las manos ni en el cerebro. Dio otra calada, larga, y apagó el cigarrillo en el cenicero. Un aficionado tal vez hubiese arrojado la colilla por la ventanilla, dejando inconscientemente una prueba de su presencia en el lugar. Pero él era un profesional. Aunque, de hecho, debía esforzarse en mejorar. Siempre se pueden hacer las cosas aún mejor. Y estas cosas es muy importante hacerlas mejor que mejor. O si no, no hacerlas. De aficionados están las cárceles llenas.

Por el retrovisor vio acercarse a una muchacha caminando por la acera. Se deslizó por el respaldo del asiento para que no pudiera verle. Cuando rebasó el coche, se incorporó de nuevo y la siguió con la mirada, recreándose en el movimiento de su culo hasta que dobló la esquina. Había que vigilar bien. Un testigo inoportuno puede echar a perder la más pulcra operación.

En los cinco minutos siguientes nada ni nadie turbó la paz de la noche en aquella calle. Empezó a sentir una de esas vaharadas místicas que le venían a veces cuando, como ahora, esperaba al acecho, sumergido en oscuridad y silencio. La oscuridad y el silencio transportaban su mente a otras dimensiones. Pero esta vez no tuvo ocasión de emprender el viaje, porque la puerta del chalé se abrió y apareció en el rellano un hombre con la bolsa de la basura. Le contempló profundamente, transformando en un instante su conocimiento en indiferencia, mientras bajaba la ventanilla y se acomodaba para disparar. El hombre bajó los cinco escalones, abrió la puerta de la verja y se disponía a tirar la basura. Al ir a levantar la tapa del cubo, una bala le perforó la frente y se desplomó, quedando allí tirado, como uno de esos sillones desvencijados que se dejan a veces junto a los contenedores porque no cogen dentro.

El asesino guardó la pistola en la guantera, arrancó el coche, accionó el elevalunas y emprendió la marcha despacio, sin encender las luces hasta que hubo doblado la esquina. Unas cuantas manzanas más allá, mientras se detenía en un paso de cebra para que cruzase una anciana que estaba paseando a su perrito, se sintió orgulloso: era un profesional, sí señor, un auténtico profesional. Había disparado sin titubear, sin inmutarse. Y no le remordía la conciencia. A él sólo le remordía la conciencia cuando no hacía bien su trabajo. Y esta vez le había hecho muy bien, a pesar de ser un trabajo tan especial, un trabajo que sólo se puede hacer una vez en la vida. Un encargo es un encargo y un profesional que se precie no rechaza jamás un encargo. No, a él no le remordía la conciencia aunque acababa de liquidar a su propio padre. Todo un profesional.

domingo, 26 de octubre de 2014

La última burla


El bufón fue condenado a muerte por burlarse de todo, de lo humano y de lo divino, de lo profano y de lo sagrado, del rey y del mendigo, sin respetar autoridad alguna ni temer a ningún poder temporal o eterno. Acudió a la horca angustiado y tembloroso y gritó y lloró cuanto pudo cuando le pusieron el lazo al cuello. Pero mientras pendía de la soga parece ser que se rehizo, porque en el último momento, a modo de burla, sacó la lengua.

domingo, 19 de octubre de 2014

100 preguntas básicas sobre el amor, nº 2


El que juró amor eterno sin advertir la verdadera dimensión de la eternidad y flaquea al cabo de apenas unas décadas, ¿puede redimirse de su perjurio haciendo un curso de 100 horas sobre mecánica cuántica?

sábado, 11 de octubre de 2014

El mendigo


A la entrada del metro de Sol hay un mendigo arrodillado y con la espalda al aire. A su lado un letrero escrito sobre un cartón reza: “Latigazos a 10 céntimos”. El desdichado suplica a los viandantes y algunos, pocos, se apiadan de él, echan la moneda y le aplican el castigo. Está condenado por la justicia a vivir de su salario y su salario es éste. Muchos días apenas recauda para un bocadillo, que ha de comerse sin poder recostar la espalda lastimada. Aún así, no despierta la caridad de la gente, que, llevada hasta el hastío del engaño y la traición, ni olvida ni perdona. El mendigo solloza, se agarra a las piernas de los transeúntes, contrito, desgarrado. Lejos quedaron para él los días de la tarjeta opaca, de las comisiones fraudulentas, de los sobresueldos no declarados, del coche oficial y de las cuentas millonarias en Suiza. Ahora ocupa el último escalafón de la escala social en la Nueva Era Regenerada: el de los políticos convictos de corrupción.


domingo, 5 de octubre de 2014

Sueño


Me desperté en la bañera, me despojé de la túnica y los coturnos con los que habitualmente duermo y me puse los pañales para ir a trabajar. No había ese día mucho tráfico porque acababa de entrar en vigor la ley que obliga a los obesos a caminar el primer miércoles de cada mes. En el despacho me esperaba mi secretaria con el almuerzo: los canapés de gominola amarga sobre base de poliespán regada con salsa de yogur sintético no estaban mal; las truchas de alcantarilla con cubierta de caucho reciclado al pil pil me resultaron sosas; pero, claro, desde que el mar se ha dulcificado tanto con el agua de los glaciares y de los polos derretidos no está la sal como para andarla despilfarrando. En fin, me puse a revisar los asuntos pendientes y resulta que entre la correspondencia que filtra mi secretaria se había colado una carta de mi ex-novia Paquita, la Churifluri, así llamada por lo mucho que la gustaba esa canción de Elvis. Pues resulta que me requería nuevamente de amores y me daba cita para las 6 de la tarde en el café Central, advirtiéndome por anticipado de que iría sin bragas. Allí que me presenté también yo sin calzoncillos, pero el camarero resultó ser San Pedro y cuando nos dirigíamos al paraíso de los baños, que son excelentes y siempre están muy limpios en ese establecimiento, nos echó el guante con un sarcástico “¿A dónde va tan decidida la parejita?” y nos encerró por separado en los calabozos de la cafetería. En mi celda empezaron a salir ratas y no se me ocurrió otro modo de espantarlas que abriendo el grifo de la bañera. Entonces me desperté de verdad, y no en el sueño. Completamente empapado, por supuesto.

domingo, 28 de septiembre de 2014

50 años no son nada

Ayer, 27 de septiembre, cumplí 50 años. Lo celebré con mi mujer y mis hijos y con mi grupo habitual de amigos de los sábados cenando en La Maltería de mi cuñado Guillermo, que nos dio de comer y beber estupendamente; y encima,  para poder hacerlo, se perdió el concierto de Rosendo, para el que ya tenía las entradas. Entre otros regalos, los amigos me tenían preparado uno muy especial que no me esperaba ni sospechaba siquiera que fueran capaces de tanto: una colección de microrrelatos conmemorativa del evento, escritos secretamente por cada uno de ellos. Nos lo pasamos muy bien leyéndolos y tratando yo de adivinar de quién era cada uno. Acerté muy pocos, pero algunos sí, como el de mi mujer, el de mi hija mayor o el de mi hermana Marisa. El de otros me resultó totalmente imposible, pues respondían a facultades y destrezas que desconocía por completo de ellos y que me dejaron gratamente sorprendido. También los niños participaron en la escritura y en la lectura, lo que me enterneció particularmente, pues la práctica y el goce de la literatura es algo que yo descubrí ya desde mi más tierna infancia y que forma parte de mí desde entonces y para siempre; y que me ha conformado como persona, pues una parte importantre de mi personalidad, de mi pensamiento y de mi sensibilidad procede, sin duda, de mis lecturas y de mi cultivo de la poesía y, más recientemente, del microrrelato. Todo hizo que resultase un cumpleaños inolvidable por el que estoy muy agradecido a este simpático grupo de amigos. Les reitero mi gratitud y me reafirmo en la amistad que les profeso y que constituye para mí uno de los valores esenciales e indispensables de mi vida.  

El suicida y la muerte


El suicida no quería suicidarse al tuntún, sino hacer las cosas bien y seguir el protocolo, así que se fue a buscar a la muerte a su residencia de verano, pues tal era la estación. La encontró en bikini al borde de la piscina, sí, pero nada morena; al contrario, más pálida que la muerte, valga la redundancia. La muerte se sobresaltó, pues normalmente era ella la que buscaba a las personas y no la gustaba que irrumpieran en su intimidad e interrumpieran su descanso. Con todo, hizo de tripas corazón, se puso la bata para cubrir su espeluznante desnudez, entró a buscar los papeles a su escritorio, firmó y rubricó el salvoconducto de aquel cretino y le despidió con viento fresco. Luego descolgó el teléfono y llamó a una conocida empresa de seguridad solicitando un servicio de vigilancia privada: este episodio de intrusismo no se volvería a repetir. A continuación se colocó al borde de la piscina, dejó caer la bata y se zambulló con alivio en el agua recreándose en la gozosa  sensación de la corriente colándose en sus cuencas vacías y deslizándose por los huecos de sus costillas. “También la muerte ha de tener sus días de asueto, qué narices”, pensaba para sí misma mientras buceaba tétricamente bella; ágil y dúctil como la raspa de una pescadilla recién devorada.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Triatlón


Nadar. Pedalear. Correr. Tres cosas bien sencillas. Cualquiera las puede hacer. Así pensé yo y por eso no entrené. 

Nadar. Pedalear. Correr. Se cree uno que puede con todo sin darse cuenta de que está al filo de los cincuenta.

Nadar. Pedalear. Correr. Eso hice. Pero lento, lento, lento. Me pasaron todos los hombres y casi todas las mujeres, que habían salido dos minutos después que yo. ¡Menos mal que niños no había!

sábado, 13 de septiembre de 2014

Los sueños


El recluta Pacheco pedía siempre voluntario la 2ª imaginaria para robar los sueños a sus compañeros de  la 3ª Compañía Mecanizada Mixta. Luego hacía un amasijo con ellos y se los llevaba escondidos en el petate cuando se iba de permiso. Hasta que el cabo 1º Durán, que estaba de Puertas, se los pilló en la revista de salida y le metió un mes de calabozo. Ante el oficial de cuartel, teniente Pulido, trató de justificarse alegando que no sabía soñar y que por eso para él las noches eran como pozos sin fondo y dormir era una sensación gélida y desangelada como estar tumbado a la intemperie sobre la lámina de agua de un lago helado esperando que copo a copo le cubriese por completo la nevada.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Amor conyugal


Te beso fugazmente y a pasar la aspiradora. Te abrazo un instante por la cintura mientras fríes la pescadilla. Te toco el culo de pasada cuando te agachas a poner la lavadora. Degustando tu sonrisa parto al colegio a buscar a los niños. No te desesperes, cariño, ten paciencia: el amor ya le haremos el día de mañana en algún viaje del Inserso.


domingo, 31 de agosto de 2014

La desaparición


Yo me di cuenta de que había alguien dentro del espejo de mi cuarto de baño porque la pasta de dientes se gastaba más rápido de lo normal. Yo soy muy frugal en esto como en todo y me echo apenas lo justo para que haga jabón y poder cepillarme; sin embargo, no me duraba el tubo ni quince días y por eso empecé a sospechar. Confirmé mis sospechas un día pegando la oreja al cristal: se oía perfectamente la respiración de una persona allá dentro. No me incomodó en absoluto tener un inquilino; es más, en seguida pasé a tomar conciencia de su situación, que imaginé penosa, y me compadecí de él. Comencé a hablar ante el espejo para tranquilizarle, para que supiera que de mí no tenía nada que temer, para darle confianza y para que no se sintiera solo. Le dije que ante mí podía manifestarse si quería, que yo era hombre de mundo y no me espantaba por minucia como aquella. Pero nunca se asomó a hablar conmigo ni me contestó nada siquiera, aunque fuera desde las profundidades del espejo. Imagino que será uno de esos individuos que padecen de timidez patológica; o quizás sea sordomudo y no pueda escuchar mis ofrecimientos ni contestar a ellos. Yo muchas veces le he ofrecido sinceramente que salga y he puesto mi piso a su disposición, pues vivo solo, pero no soy huraño, y tengo una habitación libre que podría ocupar él sin causarme mayor trastorno, y me parece una tontería supina vivir en la estrechez de un espejo pudiendo disponer de una vivienda completa y bien amueblada, que tengo hasta home cinema. Una vez pensé que a lo mejor le daba vergüenza salir porque estuviera desnudo y le dejé sobre el lavabo un chándal y cuando regresé ya no estaba, pero tampoco vestido ha querido aparecérseme. Dispuesto a hacerle salir, le fui poniendo cebos, pero esta vez sobre un banco de Ikea que tengo enfrente del espejo, donde no pudiera llegar solo con sacar la mano. Le dejé primero un ejemplar de Las mil mejores poesías de la lengua castellana, pero no picó. Probé con la música y le dejé el CD de Amancio Prada cantando a Rosalía: nada. Le dejé entonces el DVD de Ciudadano Kane, pero se ve que no es cinéfilo; o a lo mejor es que no tiene allí dentro reproductor ni de audio ni de vídeo, qué sé yo. Otro día le dejé una latilla abierta de berberechos, y tampoco. Entonces se me ocurrió, ya como última medida, lo de la chica y contraté a esa señorita tan espectacular. No la puse al corriente de la situación, claro, por si se asustaba y no quería. La dije que yo era voyeur y que me gustaba mirar a las mujeres sin que ellas me vieran a mí, que el espejo del baño era ventana por el otro lado, como los de la policía, y que yo me situaría en la habitación contigua y la estaría observando todo el rato mientras ella se desnudaba sensualmente, se exhibía y se contoneaba con picardía frente al espejo y, para postre, se tendía sobre el banco bien abierta de piernas y reclamando con tiernos gemidos y palabritas procaces consumación. Desde luego la muchacha estaba tremenda y era bien dispuesta y muy profesional, tenía experiencia y conocía su oficio a la perfección; así que, si al caballero le gustaban las mujeres, saldría de todas todas. Y si no, ya probaríamos otro día con otra cosa. En el cuarto de baño la dejé a punto de comenzar su actuación; y yo, como el espejo no era transparente por el otro lado —¡qué lástima—, me fui al salón a ver la tele. Cuando pasó la hora contratada, regresé al baño y ya no estaba. Sé que no salió de mi casa por varios motivos: primero, porque la puerta de entrada hace un ruido horroroso y la habría oído; segundo, porque no la había pagado aún los 200 euros convenidos; tercero, porque su bolso estaba allí, sobre el banco. Y sé positivamente que se ha metido dentro del espejo con mi inquilino porque al atravesar el cristal dejó en él una mancha de carmín de sus labios, y porque de vez en cuando, si entro sin hacer ruido y pego bien la oreja, se oyen allí dentro risitas y gemidillos. ¿O qué piensa usted, señor inspector, que la he descuartizado yo y la he diseminado a pedacitos por el parque Polvoranca?

domingo, 24 de agosto de 2014

El encuentro


Al poco de fallecer mi hermano gemelo en aquella absurda caída practicando montañismo tuve un encuentro al pronto espeluznante. Caminaba de atardecida hacia la estación de tren de mi barrio por la desolada tapia que protege las vías cuando súbitamente apareció reflejada en ella una segunda sombra. Me sobresalté y me detuve atónito. Mi sombra se detuvo también al punto, pero la otra se echó de rodillas ante mí, se identificó como la de mi hermano y me suplicó que la acogiera en mi seno, pues se había quedado huérfana y no quería vagar eternamente por las grutas tenebrosas en que han de refugiarse las sombras desvalidas para no ser notadas. Me rogó lastimera argumentando que no me causaría trastorno alguno por ser yo de la misma estatura y complexión que mi hermano muerto y poder ella disimularse a la perfección bajo mi sombra auténtica. Con este argumento, sumado a la nostalgia que yo tenía de mi hermano, al que estaba verdaderamente unido y del que solo me separaba su para mí incomprensible afición al riesgo, me convenció y acepté su propuesta. Así al menos algo de mi hermano perviviría en mí. Ahora llevo dos sombras, pero voy muy cómodo porque la mía no me pesa y la de mi hermano me alivia.

domingo, 17 de agosto de 2014

Aprendizaje

Aquella fatídica noche aprendí de golpe y porrazo tres cosas que ya no me servirán de nada: que es inútil empeñarse en querer a la persona equivocada; que no siempre el primer impulso es el correcto; y que salirse con el coche en una curva no es la mejor manera de buscar el suicidio pues puedes quedar tetrapléjico en lugar de matarte.

domingo, 10 de agosto de 2014

El mago

El eminente mago Abracadabrovich salió al escenario elegantemente vestido de frac como era habitual en él y como correspondía, además, al selecto y distinguidísimo público para el que realizaba aquel número exclusivo. Saludó cortésmente, se quitó la chistera, sacó de ella una aguja de tamaño medio, la mostró al público agarrándola de la punta para que pudiera verse bien el ojal y luego convocó a su lado al multimillonario Smidt, patrocinador de la velada. Con gesto solemne elevó la aguja por sobre la cabeza del prócer y la fue bajando hasta apoyar el ojal sobre su coronilla. Luego, extendiendo la otra mano y moviendo los dedos para insuflar energía mágica fue bajando la aguja y haciendo entrar por el ojal la cocorota de Mr. Smidt ante el pasmo del público. Lentamente siguió empujando hacia abajo y, con algo más de esfuerzo y movimiento de dedos de la otra mano, pasaron también por el ojal los hombros de Mr. Smidt y ya pudo el mago hacer descender la aguja casi de un tirón hasta el prominente abdomen. Otro pequeño esfuerzo de concentración, otro ligero movimiento de manos y dedos y el pompis de Mr. Smitd pasa también por el ojal. Ya solo queda que el Sr. Smidt levante alternativamente los pies para poder sacar la aguja por el extremo opuesto a aquel por el que entró y el número se cierra con éxito, siendo el tamaño resultante tanto del Sr. Smidt como de la aguja idénticos que al principio y habiendo permanecido, además, inalterables durante toda la ejecución. La gente no puede comprenderlo pero lo ha visto y aclama al mago. La ovación es general; los aplausos, entusiastas; los “¡Bravo!” sincerísimos. Nadie permanece sentado, todos se levantan a vitorear al gran  Abracadabrovic, todos se miran unos a otros reconfortados. El Sr. Smidt regresa a su asiento y el mago prodigioso anuncia a su entregado auditorio que en la próxima función intentará el no va más y con el apoyo del público hará entrar un camello en el reino de los cielos.

martes, 5 de agosto de 2014

Curiosidades lingüísticas

Si sexual se escribe con una x, bisexual ¿no debería escribirse con dos, bixexual?

domingo, 27 de julio de 2014

El niño perdido


Cualquiera hubiera pensado que era un niño extraviado en la feria porque era muy pequeño y estaba solo entre el bullicio. Yo fue lo primero que pensé y me quedé vigilándolo mientras escrutaba a su alrededor en busca de unos padres apurados, pero nadie por allí parecía echar de menos a un hijo. Me fijé además en que él caminaba despreocupado, moviéndose con soltura entre la gente como si supiese perfectamente hacia dónde se dirigía y dando de vez en cuando un mordisco a la manzana caramelizada que llevaba en la mano. Le seguí y empecé a sospechar al fijarme en cómo evitaba el roce de la gente, pero salí de dudas cuando abandonó la calle de las atracciones y se dirigió a la explanada en que estaba instalado el Gran Circo. Fue hacia la parte trasera, donde estaban los carromatos. Se acercó a la jaula del tigre de Bengala, metió por completo el brazo entre los barrotes y le ofreció la manzana. Por un instante sospeché el zarpazo y
 entreví el brazo infantil arrancado de cuajo, pero el tigre reculó al punto, hizo un mohín, agachó las orejas y luego, como el niño insistía en su ofrecimiento riéndose con unas carcajadas malsanas y pavorosas, por completo impropias de una criatura de su edad, empezó a revolverse en la jaula como aturdido y a golpearse contra los barrotes del lado opuesto. Entonces ya no tuve ninguna duda sobre la identidad de aquel niño y me alejé de allí como alma que lleva el diablo, pero huyendo precisamente de él.

domingo, 20 de julio de 2014

La fianza


Nunca ha querido usted fiarme, Mr. Hitch. Jamás. Mire que le he suplicado a veces; no por mí, que me da casi igual comer que no comer; por mis hijos: por mi pequeño John, por mi dulce Mary, por mi tierna Ruth. ¡Cómo lloré un día viéndoles mirar los caramelos desde el escaparate y lamer el cristal! Ni un puñadito de golosinas ha querido usted fiarme nunca, Mr. Hitch. Mire que yo le decía Tenga usted fe, Mr. Hitch, como yo la tengo: acabaré encontrando oro, mucho oro, y le pagaré todo lo fiado al doble de su valor; pero usted nunca tuvo fe en mí, Mr. Hitch, y me replicaba Nunca encontrarás oro, Phill, porque en cada campamento hay siempre un perdedor y tú eres el de éste. Pero he encontrado oro, Mr. Hitch, mucho oro. ¿Ve usted como al final he dado con la veta buena? He encontrado tanto oro que he podido comprarle al contado este precioso revolver con las cachas de marfil que es el más caro de su establecimiento; y ni siquiera le he pedido que me descuente esa bala, Mr. Hitch; esa bala que no es mía, sino suya, Mr. Hitch, suya para siempre, suya y solo suya, Mr. Hitch, porque está en el centro de su frente.

domingo, 13 de julio de 2014

El homínido


El homínido mira a la hembra y nota que le gusta mucho. La hembra también le mira a él de vez en cuando, siempre a hurtadillas porque pertenece al jefe. El homínido comprende que si quiere a la hembra tendrá que matar al jefe en algún momento; a traición, por supuesto, porque el jefe es más fuerte y más feroz que él. Como no es más que un homínido, todavía no ha desarrollado suficientemente su conciencia moral  y no siente ninguna repugnancia ante ideas tales como la traición o el asesinato. Así que anda siempre al acecho y un día, durante una partida de caza, al paso por un escarpado desfiladero, empuja disimuladamente al jefe y le despeña. El cadáver no puede ser recuperado. De regreso a la caverna, ella hace que llora con los ojos, pero sonríe con el corazón mientras él la abraza y hace como que la consuela cuando en verdad la acaricia. Esa misma noche yacen justos y la posee y luego se queda plácidamente dormido. Pero cerca del alba se despierta sobresaltado, aterrado, sudoroso y sin comprender: el jefe ha venido a vengarse, ha visto su fiero rostro ante él, ha sentido su aliento. Ella, a la que ha despertado con sus gritos de pánico, le acaricia, le tranquiliza, le susurra que vuelva a dormirse. Él lo intenta, pero no lo consigue porque ya es un hombre. Aunque no lo sabe, esa noche ha dado un paso de gigante en la evolución humana y ya es capaz de sentir el ácido escozor del remordimiento.

miércoles, 9 de julio de 2014

Progresión


En la pared del fondo había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí me entretuve un rato jugando con peluches y tentetiesos. Luego me dirigí a la pared del fondo, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí me entretuve un rato leyendo tebeos y coleccionando cromos, pero al cabo me cansé y me dirigí a la pared del fondo, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí me entretuve escuchando los discos de mis cantautores favoritos, leyendo poesía y escribiendo versos de corazón quebrado. Al cabo de un rato me dirigí a la pared del fondo, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Durante la nueva espera me enamoré y gocé de las delicias de la ternura y el arrebato, pero al cabo me dirigí al fondo de la estancia, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí concebí numerosos proyectos, emborroné unos cuantos borradores de obras maestras y perdí algunos amigos. A la postre me dirigí a la pared del fondo, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Allí empecé a sentirme algo cansado del trajín, pero me entretuve en cavilaciones de orden metafísico y enredado en recuerdos y nostalgias que parecían ser ya más importantes que los propios proyectos y expectativas. Cuando salí de mi embeleso, me dirigí a la pared del fondo, donde había una puerta. La abrí y pasé a la antesala. Noté algo de frío. Me entretuve en hacer balance de mi itinerario y acabé concluyendo que había recogido muchos palos pero no había atado ninguna escoba. Ahora la pared del fondo me parecía que estaba más cerca y, sin embargo, me movía con dificultad y torpeza y me costó llegar hasta la puerta. La abrí y pasé a la antesala. ¿Qué antesala ni qué niño muerto si, a pesar de la penumbra, puedo apreciar claramente que en la pared del fondo no se abre ninguna puerta? Me doy la vuelta entonces y quiero regresar por donde he venido. Para mi sorpresa y desconcierto, tampoco hay puerta ya en la pared por la que he entrado.

domingo, 29 de junio de 2014

La lámpara maravillosa


En un mercadillo de Bagdag descubrió una lámpara de aceite roñosa que compró por cuatro perras (o dinares)  y se la trajo como recuerdo para Madrid. Ya de vuelta, compró en L&M un líquido especial y la limpió a conciencia hasta dejarla reluciente. Quedaba muy bonita sobre el taquillón del dormitorio.

Una noche terrible de desolación, desesperanza e insomnio, encendió el aplique de la cabecera de la cama, la vio brillar entre los libros que ya había renunciado a leer  y concibió una última esperanza. La tomó entre ambas manos y comenzó a frotarla con verdadera avidez. La lámpara empezó a refulgir, a calentarse y a echar  un humo negrísimo por la boca. Al cabo salió el genio.

Pero no dijo: “Oír es obedecer. Tus deseos son órdenes para mí. Pide lo que deseas y te será concedido.”

No. Se mesó la perilla, agitó el rabo, se acarició la cornamenta y con un aliento que apestaba a azufre y una sonrisa maliciosa le espetó: “Bienvenido al infierno.”

domingo, 22 de junio de 2014

El espejo rococó


Desde el primer momento le fascinó aquel espejo rococó que descubrió por causalidad en el rastrillo de antigüedades. Le compró sin regatear y se le llevó a casa. Le instaló sobre el lavabo para usarle a diario: tanto le gustaba. Por lo general, funcionaba bastante bien, solo le fallaba el mecanismo a la hora de afeitarse, pues él se afeitaba con cuchilla y, sin embargo, se reflejaba afeitándose a navaja. No se alarmó por este pequeño desajuste, pues comprendía que en aquella época la técnica no estaba tan desarrollada como en la actualidad y era comprensible que estos aparatejos antiguos no funcionasen con tanta precisión como los modernos. Decidió solucionarlo de la forma más sencilla: afeitándose a navaja.

Pero el espejo debía de estar bastante estropeadillo porque la primera vez que se afeitó se reflejó en él un rostro que no era el suyo y que sonreía con mirada aviesa mientras él, con su propia mano, pero guiada por una voluntad que no era la suya, se cercenaba con determinación y parsimonia el cuello.

domingo, 15 de junio de 2014

El misionero


Yo me hice misionero porque no quería ser un cura de parroquia asistiendo a viejas beatas con pecados veniales. Quería ver mundo y redimir a pueblos enteros, acudir a lugares remotos donde no tuvieran conciencia siquiera de Dios y llevarles la Palabra y la Fe. Cuando me hablaron de aquella tribu salvaje perdida en lo más recóndito de la selva, me pareció estupendo acudir a evangelizarles y redimirles de su atraso y su salvajismo. No me intimidó que fueran caníbales. No lo dudé ni un instante a pesar de la peligrosidad de la misión y la insistencia del Señor Obispo de que me lo pensara dos veces porque podría no regresar jamás.

No he regresado. Llevo ya diez años entre estas gentes. He cumplido mi misión. Los he convertido a la Fe. Soy muy feliz. Y cada vez que viene un legado episcopal a verificar mi tarea hacemos fiesta gorda porque la carne de caucásico tiene un sabor y una textura incomparables.

domingo, 8 de junio de 2014

Viscoso


Cada uno es como es y yo soy viscoso. Esto me ha dado muchos problemas: los niños me tiraban palitos o chapas para ver cómo se me adherían, las mozas no querían bailar conmigo el agarrao porque se quedaban pegadas. Pero yo lo asumía todo con buen talante: peor hubiera sido tener cáncer o ser retrasado. He sufrido, no lo niego, porque el rechazo y la postergación siempre dejan un poso de amargura. Los más me han considerado siempre un paria. Algunos han sido crueles, otros se han compadecido. Muchos, simplemente, me han ignorado.

Sin embargo, ha llegado mi momento. Ahora todos me envidian. Todos, absolutamente todos, me consideran afortunado y a cierra ojos se cambiarían por mí. Porque la epidemia se ha generalizado y es terrible y causa mucho dolor y nadie se libra. Y yo soy el único, ¡el único!, inmune al contagio.


domingo, 1 de junio de 2014

El rescate




Vinieron a verme sus discípulos por la noche y en secreto para pedirme que le dejara escapar simulando que había sido una fuga. Quisieron sobornarme ofreciéndome cuanto tenían, que era poco más que nada, pues no son más que cuatro costrosos que, para colmo, lo dejaron todo para seguirle. Les rechacé de plano y les mandé con viento fresco bajo la amenaza de que si volvían a molestarme les crucificaría también a ellos. Así que, aunque lo intentaron, no pudieron hacer nada por el que llamaban su “maestro”.

Luego, ya tarde, mientras agonizaba y el cielo se oscurecía y temblaba el monte, me enteré de quién era su padre. Lástima no haberlo sabido antes, porque entonces sí que hubiera podido pedir por él un buen rescate: nada más y nada menos que el Paraíso.

domingo, 25 de mayo de 2014

Máquinas


Una máquina me da de comer, otra me ayuda a respirar, otra acompasa mi ritmo cardiaco, otra limpia mi sangre, otra elimina mis detritos.

Mis hijos vienen cada día, las revisan, las limpian, las ajustan, las programan, hablan con ellas…

Por mí ya ni preguntan.

domingo, 18 de mayo de 2014

La rata


Todo mi empeño es enseñar a hablar a la rata. Ya he conseguido que me entienda y sabe perfectamente cuándo la digo “Ven” y cuándo la digo “Vete”, o “Come” y “Eso no, que es para mí”. Pero yo quiero algo más porque su compañía, que es un consuelo, no es completa sin la satisfacción del lenguaje. Aunque me escucha atentamente y se conmueve con mis historias, me gustaría no solo contarle yo cosas, sino que también ella me contase a mí sus emociones, sus sentimientos, sus ideas; y poder tener conversaciones de tú a tú sobre temas profundos como si cree en Dios o qué piensa del progreso científico y tecnológico ahora que hemos visto al fin sus resultados; o a quién considera responsable último de esta catástrofe que nos ha dejado a ella y a mí solos, huérfanos, desamparados, únicos vertebrados vivos sobre la corteza terrestre.

domingo, 11 de mayo de 2014

El cuchillo


Era yo el cuchillo más antiguo de la casa. Yo rebané el pan y corté el jamón y el queso en la merendilla de inauguración del piso cuando eran una parejita encantadora y muy enamorada. Me usaban para todo: era yo el que picaba la verdura, yo el que troceaba el pollo, yo el que pelaba la piña, yo el que partía en porciones la tarta de cumpleaños. Con el tiempo tuvieron hijos y pasé también a preparar los bocatas de los niños, a untar la nocilla en el pan, a rebanar el bizcocho del desayuno. Era yo, sí, el preferido tanto del señor como de la señora y disputaban por mí cuando coincidían en la cocina porque yo era el que mejor cortaba. ¡Yo era el que partía el bacalao, qué narices!

¡Anda que no habrá llorado veces conmigo la señora picando cebolla para hacer su suculento pisto manchego o sus riquísimos sofritos! También ahora está llorando, pero no me da ninguna pena, no la tengo ni pizca de lástima porque es una traidora y no me ha elegido a mí para esta importante tarea, sino al otro, al nuevo, al advenedizo, al que compró hace pocos días en secreto y en secreto escondió en el último cajón de la cocina, ese malnacido que acaba de usurpar mi trono, ese bastardo al que contemplo con rabia, con despecho, con envidia clavado hasta las cachas en el pecho del señor.

domingo, 4 de mayo de 2014

La palabra



Al niño acaban de regalarle una libreta y un lápiz. Escribe en una hoja la palabra “pájaro” y, en la ingenuidad de su infancia, la arranca y la arroja al aire. Como esperaba, la hoja echa a volar.

En otra hoja escribe la palabra “pez” y la tira al río. La hoja se sumerge y se aleja nadando a favor de la corriente. Otra vez se han cumplido sus expectativas.

Convencido de que la escritura configura la realidad, sigue llenando hojas y no para desde entonces, solo que ya no son palabras aisladas, sino versos, frases, párrafos, capítulos. Escribe, escribe, escribe, no se cansa, no puede cansarse, porque el mundo todavía no es perfecto y hay que estar continuamente escribiendo, reconfigurándole para que no se vuelva un disparate.

Hoy el niño sigue siendo igual de ingenuo, pero es ya un anciano. Mañana viaja a Estocolmo a recoger no sé qué premio.


domingo, 27 de abril de 2014

“El dinosaurio” visto por un científico


Estimado Sr. Augusto:

Recientemente he leído su famoso microrrelato “El dinosaurio” y, como científico, me veo en la necesidad de hacerle algunas consideraciones. Cuando dice usted “Cuando despertó”, creo que debemos entender que se refiere a un ser humano, es decir, a un homo sapiens sapiens. Pues bien, ¿se da usted cuenta de que los dinosaurios pertenecen a la Era Secundaria y se extinguieron hace 65 millones de años y de que el hombre no apareció sobre la faz de la Tierra hasta el Cuaternario, es decir, hace tan solo 40.000 años, o sea, millones de años después de la extinción de los dinosaurios? Entiendo que en la ficción literaria puedan ustedes, los escritores, tomarse ciertas licencias, pero sin necesidad de atentar contra la Ciencia. Podía usted haber sustituido el dinosaurio, por ejemplo, por un ornitorrinco: el efecto literario hubiese sido IDÉNTICO y no habría cometido usted ninguna incongruencia científica. Su dinosaurio lo único que consigue es confundir a la gente poco avezada en divulgación científica. Eso por no hablar de la escasa concreción de su relato. ¡El dinosaurio! ¿Qué dinosaurio? ¿Sabía usted que existieron cientos de especies de dinosaurios, muy diferentes unas de otras en cuanto a tamaño, anatomía, alimentación, hábitat, etc., etc., etc.? Le recomiendo que en el futuro se informe usted convenientemente antes de escribir sus microrrelatos, pues creo que se puede hacer buena literatura sin caer en el despropósito.

Atentamente, Prof. Cotarelo Escamillas, de la Universidad Paleontológica de Perosillo, D.F.




sábado, 19 de abril de 2014

El destierro

Con el talón pisando todavía la última brizna de yerba del paraíso y la puntera hoyando ya la estéril arena del desierto, Adán escucha la atronadora reprensión de un Dios furibundo que no está acostumbrado todavía a ser desobedecido y siente en la espalda el calor asfixiante de la espada de fuego del ángel exterminador. Atrás deja la acogedora fronda del vergel para aventurarse en un horizonte de inhóspitas dunas sucesivas. No sabe cuándo será la próxima vez que beberá agua fresca ni cuál será siquiera su lecho en el atardecer de su desgracia. Pero aún no es consciente de la magnitud de su infortunio, aún no sabe todo lo que supone ser expulsado del paraíso. Lo descubre por completo cuando en su desolación se vuelve hacia su compañera y cómplice y casi no la reconoce: el cabello lacio y canoso, el rostro ajado, los labios resecos, la tez arrugada, la espalda hundida, el vientre prominente, el pecho caído con los pezones humillados mirando al suelo… Y entonces sí, entonces se abate sobre su alma todo el peso demoledor de la desdicha al comprender que arrastra un cuerpo efímero, que el tiempo corre velozmente en su contra, que su destino es sortear el inexorable vaivén de las estaciones sin más recompensa que la decrepitud y sin otro galardón final que la muerte.



domingo, 6 de abril de 2014

Brujería



Alguna explicación racional tenía que tener la sucesión de desgracias que me venían sucediendo desde hacía tiempo. Primero me despidieron de la gasolinera con la reducción de plantilla, a pesar de que era yo el más antiguo. Luego me dejó Alba, mi prometida, con las invitaciones ya mandadas para la boda, repentinamente enamorada de Pablo, el que había sido mi mejor amigo desde la guardería. A continuación se destapó el escándalo de las preferentes, donde había colocado todos mis ahorros, y entonces se descubrió que había sido una monumental estafa y que esos cabrones me habían dejado en la ruina. Otro día se me quedó el coche sin agua a la que venía para casa y me salió ardiendo en mitad de la M30. Al siguiente, Cuqui, mi perrita pequinesa, debió de comer por la calle algo que la sentaría mal y murió de cólico, según dijo el veterinario. Al otro día reventó una tubería del agua y se me inundó el piso. Y para colmo, desde hacía una semana tenía unas migrañas horrorosas que no me dejaban vivir.

Pero lo comprendí todo al cruzarme en el portal con la vieja del 5º y reparar en su mirada aviesa  —me mira así desde que me opuse al cambio de ascensor, que está muy viejo y se avería cada dos por tres, pero a mí me la pela porque vivo en el bajo—, su pelo enmarañado y sucio, su nariz ganchuda, su mamola prominente y con verrugas, su vestimenta astrosa y su figura encorvada, completamente deformada por la chepa.

Ayer por la mañana me la volví a encontrar al subir al trastero a por la caja de herramientas para desatascar el lavabo. El ascensor sigue averiado y ella bajaba por la escalera.

A veces para que las cosas mejoren hay que darlas un ligero empujoncito.

Hoy ya me encuentro mucho mejor. Me han llamado de la gasolinera para readmitirme. No me duele la cabeza y he quedado con los otros vecinos para ir esta tarde juntos al entierro.

domingo, 30 de marzo de 2014

La creación (a Jesús Redondo)


Dijo: “Hágase la luz”, y no pasó absolutamente nada. Entonces desmontó el cuadro eléctrico, revisó el cableado, comprobó las conexiones, hizo los ajustes pertinentes y finalmente levantó el conmutador. Toda la casa se iluminó esplendorosamente. Entonces se dio cuenta, con cierto dolor, de que no era Dios, sino simplemente un buen electricista.

domingo, 23 de marzo de 2014

Si vuelves



Si vuelves conmigo, fregaré yo los cacharros todas las noches después de cenar.

Si vuelves, levantaré la tapa del váter antes de lo uno y pasaré la escobilla después de lo otro.

Si vuelves conmigo, se acabaron los partidos de la Champion, la fórmula 1 y las motos. Veremos todas las comedias románticas que tú quieras.

Si vuelves, me cambiaré de calzoncillos todos los días, me afeitaré cada mañana y limpiaré los pelillos del lavabo.

Si vuelves conmigo, dejaré de escuchar heavy metal a todo trapo y podemos ir juntitos a algún concierto de Alejandro Sanz.

Si vuelves conmigo, dejaré de darte palmadas en el culo delante de tu familia.

Si vuelves, se acabaron los cubatas, beberé solo cerveza sin alcohol.

Si vuelves conmigo, dejaremos de veranear en mi pueblo y nos iremos por fin un fin de semana a Londres.

Si vuelves, madrugaré los sábados para hacer la limpieza de la casa  y luego iré a la compra sin rechistar.

Si vuelves conmigo, no volveré a mencionar que se te están cayendo las tetas y has empezado a echar barriga.

Si vuelves, me apuntaré al gimnasio, me pondré a régimen, me haré la depilación láser de hombros y homóplatos, me cortaré el pelo y las uñas de pies y manos todos los meses, me pondré colonia todas las mañanas y me cepillaré los dientes todas las noches.

Si vuelves conmigo, echaré los calcetines sucios al cubo de la ropa y no los volverás a ver danzando por la habitación ni por los pasillos.

Si vuelves, usaré esas pinzas que dicen que son tan buenas y te las pones en la nariz y ya no roncas.

Si vuelves conmigo, se acabaron las ventosidades y los eructos en la mesa. Prometo usar tenedor para comer las patatas fritas, limpiarme en la servilleta y no en el mantel, recoger el tazón del desayuno y limpiar las migas de la mesa.

Si vuelves, te dejaré que te pongas tú arriba cuando hagamos el amor.

Si vuelves…

Pero vuelve, por favor, porque si no vuelves, ¿de dónde sacaré yo fuerzas para toda esta metamorfosis?


domingo, 16 de marzo de 2014

El pozo



Sale de él un hedor insoportable que parece provenir directamente del infierno. He intentado anegarle arrojando toneladas de piedras, pero parece no tener fondo y cuando caen se escucha muy profundo el ruido del agua mezclado con terribles alaridos. He intentado tapar el brocal con pesadas losas, pero la fuerza del sufrimiento y la maldad que emanan de sus profundidades las descorre durante la noche y a la mañana me le encuentro otra vez regurgitando su pestilencia. Estoy desesperado. No hallo la manera de sellarle y evitar su permanente amenaza. Sólo conozco un modo de acallar a los seres muertos que lo habitan: alimentándoles en lo hondo para evitar así que salgan a la superficie como torbellinos de crueldad y demencia y causen entre los vivos estrago, pavor, desconsuelo.

Esta noche tendré que salir en busca de otro niño descuidado.

domingo, 9 de marzo de 2014

La pesadilla del racista



Se pasó toda la noche soñando que era negro y le discriminaban y le humillaban y le perseguían. Al despertar, se encontró con una soga al cuello rodeado de jinetes encapirotados que portaban antorchas y le gritaban ¡Fuck you, nigga!

Mientras los jinetes se alejaban tocando el tambor del llano, él se quedó balanceándose al ritmo de un viejísimo blues.


domingo, 2 de marzo de 2014

Espérame en el cielo


Yo era un sicario excelente, por no decir el mejor. Ejecutaba mi trabajo con diligencia y pulcritud. Me decían “éste” y “éste” ya estaba muerto. Hasta que murió mi madre, que era lo que yo más quería, por no decir lo único. Entonces me sentí tan huérfano y desamparado que de nada me sirvieron los amigotes de parranda ni las furcias baratas y masoquistas que se pirraban por un tipo duro. Me di cuenta de que había perdido a mi madre para siempre, de que ya no volvería a verla nunca jamás. Y en mi desolación atisbé una esperanza inusitada, entreví una remota posibilidad de recuperarla, de volver a encontrarme con ella. Pero debía ser allí donde ella estaba: en el cielo. Yo no estaba haciendo precisamente lo más adecuado para ganarme el cielo, así que me planté ante el Chapo Titote y le dije:

—No cuentes más conmigo.

—¿Y eso?

—Me retiro a un convento a ser fraile.

Estalló en carcajadas y no paró en un buen rato. Cuando se le pasó el ataque de risa me puso una pistola en la cabeza:

—¿Te vas a reír de mí, pendejo? ¿Me la quieres jugar ahora, después de tantos años comiendo de mi mano?

Pero yo no me moví. Ni temblé siquiera cuando amartilló el gatillo. Sólo dije:

—Quiero ir donde mi madre.

Y él se quedó pensando y al rato bajó el arma porque debió de ver en mis ojos mi determinación y que ni me importaba morir siquiera; y además él sabía lo que era mi madre para mí. Sólo dijo:

—Ve. Y reza por mí.

Y por eso vine a este convento hace 40 años, padre Silverio, y por eso llevo cuatro décadas descalzo, y por eso no como más que sopitas de pan, y por eso me paso las horas muertas rezándole a la virgencita en mi celda o cavando la huerta sin descanso hasta que me deslomo y luego casi no me puedo ni enderezar; solo por eso, padre Silverio, porque quiero ver a mi madre y no por amor de Dios, y necesito que usted me absuelva de este gran pecado, padre Silverio, y me dé la extremaunción.